Matty ya había hecho el pedido y en ese momento le tendía unas monedas al heladero.
– Buena jugada, Matty, aunque creí que el perdedor tenía que pagar.
Ella recogió el cambio y Sebastian los helados.
– Olvidé lo del perdedor, desgraciadamente -comentó encogiéndose de hombros en un gesto casual.
– Eres una mujer. Y las mujeres siempre llevan ventaja -rebatió al tiempo que desviaba la vista hacia los patos para no mirar la boca de Matty, que saboreaba su helado. Sebastian no pudo dejar de pensar cómo sentiría esa boca, fría por el helado y cálida bajo su lengua.
Matty dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Habían pasado la escena del beso sin incomodidad, dispuestos a reanudar la conversación.
Seguro que, al ser hombre, Sebastian olvidaría lo sucedido y ambos continuarían con su relación profesional. Porque ella en ningún momento pensó que el beso hubiera sido algo especial para él. Había sido uno de esos besos oportunos. Los labios de ella habían estado a mano y él… bueno, no sabía a ciencia cierta en qué había pensado. Sin embargo, podría haber habido un mensaje como «eres una mujer… y te deseo».
Había sido un beso que podría conducir a algo más, o tal vez no. En todo caso había sido memorable y lo único que tenía que hacer era evitar que Sebastian se sintiera culpable por haberla invitado a dar un paseo. No quería que pensara que ella podría tomar la caricia como una declaración de… cualquier cosa.
Como gesto de independencia, Matty se alejó de él y acercó la silla a la orilla del estanque.
– Verás, estaba pensando en hacer un friso para la habitación de Toby -comentó con naturalidad, entre dos bocados de helado. Fue fácil. Hacía mucho tiempo que gobernaba el arte de ocultar sus sentimientos-. Utilizando el alfabeto -añadió y, al ver que no contestaba, se volvió a mirarlo. Parecía más interesado en los patos que en sus palabras-. Si quieres, podría hacer una maqueta para tu reunión de la próxima semana -insistió.
– Agradezco todas las ideas -dijo él finalmente, acomodándose en el césped junto a ella-. Pero Blanche pedirá al departamento de producción que se encargue o*e todos los diseños de maquetas.
Lo que significaba que no quería implicarla en su empresa más de lo necesario, pensó Matty.
– Si eso es lo que prefieres… -accedió con un tono que intentaba ocultar cualquier sugerencia de sentirse rechazada.
¿No era eso lo que ella misma quería?
– Para eso se les paga, Matty -declaró, al parecer consciente de su desilusión.
– No te preocupes -replicó despreocupadamente, esforzándose por recuperar el respeto a sí misma-. Te cobraré cada minuto de mi tiempo.
– Eso está muy bien -dijo al tiempo que la miraba-. Si pago por tus servicios me corresponde a mí decidir lo que hagas -agregó con suavidad, pero con firmeza.
Una advertencia para que no lo pusiera a prueba de esa manera, pensó Matty.
– ¿Qué tienes pensado?
Durante un instante sus ojos se encontraron y la atmósfera entre ellos se tornó tan cálida y peligrosa que si Matty hubiera estado de pie, habría retrocedido.
Entonces, Sebastian permaneció con los ojos cerrados un segundo, como si cerrara una puerta. Cuando los volvió a abrir estaban serenos, ligeramente distantes.
– Primero, quiero que me acompañes a echarle una mirada al equipo informático.
– ¿Sí? -preguntó. Naturalmente que le interesaba acompañarlo, porque podría hacer sugerencias sobre la composición. Pero estaba claro que demasiado tiempo junto al inquietante Sebastian Wolseley no era prudente. Ni siquiera debió haber ido al picnic en el parque. Lo más sensato sería interponer a Blanche entre ellos. Y Matty intentó actuar con sensatez-. No sé casi nada sobre equipos informáticos.
– No quiero que me acompañes por eso. Es posible que me equivoque, pero mis investigaciones me han hecho concluir que son las mujeres quienes compran la mayoría de las tarjetas de felicitación.
– ¿Y pie necesitas para eso? Se me ocurre que lo único que necesitas es hacerlas en tono rosa -sugirió con inocencia.
– ¿He tocado algún punto sensible? ¿Voy a tener que oír una conferencia basada en el manual de las feministas? -preguntó sonriendo.
– ¿Estás familiarizado con el tema?
– Como todos los hombres de mi generación, Matty -comentó al tiempo que moldeaba el helado con la lengua, excitando zonas del cuerpo femenino que Matty había olvidado que existían-. ¿Es en este momento cuando tengo que decir que me avergüenzo profundamente de lo que he dicho?
Matty sabía que le estaba tomando el pelo, pero se sentía tan aliviada de dar rienda suelta a una emoción que no tenía que esconder, que lo miró con exagerado enfado.
– No te creería, incluso aunque lo hicieras.
– Sí, señora -replicó con sorna.
Matty tuvo la certeza de que él disfrutaba de la situación. Y eso era bueno. Volvían a los antiguos pinchazos bien intencionados.
– Lo que necesitas es un amable comerciante detallista dispuesto a poner en funcionamiento el equipo y así sondear el mercado -sugirió.
– Aunque podría ser complicado. Verás, tendría que ser un comerciante independiente, porque si logro interesar al comprador mayorista que veré la próxima semana, querrá un contrato en exclusiva para su cadena de tiendas.
– Nada menos que ochocientas tiendas.
– Como dijiste, es un buen montón de tarjetas -convino Sebastian.
– Puede ser, aunque los comerciantes independientes también tienen derecho a ganarse la vida -rebatió Matty.
– Estoy de acuerdo. Pero desgraciadamente son ven: tas al por menor. Las cadenas comerciales son las únicas que pueden comprar grandes cantidades. Y cuantas más ventas haya, más dinero ganarás.
– ¿Crees que voy a comprometer mis ideales en beneficio propio?
– ¿No es ésa la razón que te ha traído a compartir tu almuerzo conmigo?
Era cierto que había dicho algo por el estilo, no podía negarlo.
– Una de las razones. Bueno, voy a pensarlo. Por lo demás, si el público compra las tarjetas, también comprará el abecedario a juego.
– De acuerdo entonces, pero no olvides que necesito que le eches una mirada al prototipo. Sé que puedo confiar en ti para que me digas lo que piensas. Estoy seguro de que nunca te dejarías llevar por mi opinión si detectas imperfecciones en el sistema.
– Ni por un segundo. Cuenta con ello.
– ¿Dispones de tiempo libre el sábado por la mañana? ¿O tienes un encargo que necesita toda tu atención?
Nada importante. Pero en la batalla de su propia conservación se negaba a entregarle una invitación abierta para disponer de su tiempo o de su corazón.
– Puedo disponer de un par de horas para ti. ¿Te viene bien?
– No, quiero que estés conmigo el sábado y también en la reunión que tendré con el comprador próxima-mente. No necesito decirte cuánto nos jugamos en ello.
– No me quieres allí, Sebastian.
– ¿No?
Sebastian no se mostró particularmente sorprendido ante su reticencia. Desde su primera llamada, había hecho lo imposible para mantenerlo a distancia. Era más fácil coquetear con un hombre al que nunca se volvería a ver. Despedirlo con unas palabras cortantes para no tener que esperar una llamada telefónica. Rechazar para evitar el dolor de sentirse rechazada.
Sebastian se dio cuenta de que era muy fácil herirla. Se preguntó cuántas personas que le encargaban trabajos sabían que estaba postrada en una silla de ruedas.
El teléfono e Internet eran instrumentos útiles para mantener una distancia segura entre ella y sus clientes. Para protegerlos de la realidad y a ella de los prejuicios.
Sin embargo, su incapacidad física no disminuía su valor como persona, sino todo lo contrario. El hecho de enfrentarse con buen talante a los problemas que la vida le arrojaba diariamente, hacía de Matty una mujer muy especial.