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Sebastian acabó de tomar su helado y, tras chuparse un pulgar, se volvió a ella.

– Me alegra oír que tengas en consideración lo que no quiero, Matty. Aquí estoy, sentado en el parque, en un día muy hermoso, junto a una mujer que me inspira pensamientos muy eróticos y lo único que realmente no quiero es hablar de negocios -declaró al tiempo que volvía la cabeza para mirarla.

– Mentiste -murmuró, sonrojada.

– Todo el mundo miente, Matty -declaró. Luego esperó a que ella le dijera que estaba equivocado, que era un cínico. Pero no lo hizo. No era tan ingenua-. Al menos lo he confesado. Pudiste haber dejado que comiera solo. Al ver que no lo hacías, pensé que te alegraba mi compañía. Desgraciadamente, eres una mujer tenaz y no vas a renunciar…

– ¿Cuál es el punto en cuestión? -lo cortó bruscamente.

– El punto en cuestión es que preferiría no estropear este momento hablando de negocios. Pero, como soy un chico bueno, te dejaré…

– Son tus negocios -volvió a interrumpirlo.

– No quieres acompañarme a comer con el posible comprador la próxima semana porque… -Sebastian hizo un ademán para que ella completara la frase.

Pero ella señaló al estanque con lo que le quedaba del cono de helado.

– Voy a dar de comer a los patos.

– Mejor -repuso con una sonrisa mientras partía el bocadillo y arrojaba pedacitos al agua-. Mucho mejor.

– ¿No ha venido Matty contigo? -preguntó Blanche mientras lo seguía al despacho.

– No, pero he estado pensando cómo podemos utilizar sus ilustraciones -contestó, y acto seguido le explicó brevemente lo que tenía en mente-. Habrá que modificar ligeramente el material gráfico y, como no disponemos de mucho tiempo, Matty ha ido directamente a su casa a trabajar en ello.

– Matty es una mujer encantadora -Blanche se limitó a comentar.

– Yo también lo creo.

– Pero vulnerable.

– ¿Cuál es el punto en cuestión?

– No se me ha pasado por alto la forma en que te mira, Sebastian. Sé que sus sentimientos no son asunto tuyo, pero no deberías estimularla. No es justo.

– Ella no es Blanche Appleby y yo no soy George.

– Puede que no -rebatió sonrojándose ligeramente-. Pero sería un gesto bondadoso por tu parte atenerte estrictamente a los negocios.

– Espero que simpatices un poco conmigo, Blanche. Si hubieras mirado en la otra dirección, habrías visto cómo la miraba yo y, créeme, sean cuales sean sus sentimientos, Matty hace muy bien en mantenerme a distancia.

Blanche lo miró fijamente unos segundos.

– No le hagas daño, Sebastian -dijo finalmente y, sin esperar respuesta, salió del despacho.

Capítulo 7

MATTY no durmió nada bien aquella noche. Había trabajado hasta muy tarde en el ordenador, adaptando las ilustraciones a fin de dejar espacio suficiente para el nombre de un niño. También había añadido pequeños detalles a modo de marco para darles un aspecto un poco más acabado.

Se había entregado al trabajo con absoluta concentración, en gran parte para evitar que Sebastian Wolseley irrumpiera en sus pensamientos.

Estuvo muy bien hasta que llegó a la letra X, y entonces el vivido recuerdo de Sebastian en el parque confesándole sus pensamientos eróticos y el beso que a ella le provocó los mismos pensamientos, se apoderaron de su mente.

Matty revivió la escena, hasta el momento en que se dedicaron a alimentar a los patos sin volver a hablar de lo ocurrido. Más tarde, pasearon lentamente por el parque camino a la oficina.

Hablaron de música, de arte en general buscando gustos e intereses comunes. Descubrieron que a ambos les encantaba Mozart, el jazz moderno y Frank Sinatra. Y que sus gustos en arte moderno coincidían plenamente.

Justo cuando se acercaban al coche de ella, Matty le preguntó por qué se había trasladado a Nueva York. En lugar de satisfacer su curiosidad, él preguntó:

– ¿Puedo ayudarte?

– No, gracias. Puedo manejarme sola -respondió intentando no hacer torpezas al acometer la complicada tarea de instalarse ante el volante.

Era algo que hacía automáticamente, casi sin pensar. Pero con Sebastian observando la maniobra se sintió incómoda, consciente de sí misma.

Minusválida.

Por fin aferrada al volante, volvió la cabeza para despedirse de él. Había anticipado que le daría un fraternal beso de despedida en la mejilla, como cuando besaba a Fran.

Pero ni siquiera hizo eso. Se limitó a cubrirle una mano con la suya.

– ¿Llevarás el disco a la oficina cuando hagas los cambios?

– Estaré muy ocupada, pero lo mandaré con un mensajero.

Matty pensó que iba a protestar, pero no lo hizo.

– Llama a Blanche. Ella se encargará de todo -dijo en cambio.

Matty tragó saliva al tiempo que se decía que era estúpido sentirse desilusionada. A fin de cuentas, era eso lo que ella quería.

– Lo haré.

– Hasta el sábado, entonces. ¿Te parece bien a las ocho, o es demasiado pronto para ti?

Ella negó con la cabeza.

– Las ocho es buena hora.

Con un último toque a su mano, Sebastian se alejó.

Ella lo miró por el espejo retrovisor hasta que desapareció de su vista. Entonces puso en marcha el motor y, completamente decidida a no permitirle entrar en su mente, se concentró en la carretera.

A partir de la X tuvo que esforzarse para acabar con las dos últimas letras antes de copiar todo el trabajo en un disco.

Cuando finalmente reposó la cabeza en las almohadas, dispuesta a dormir cómodamente, los sueños no la dejaron en paz.

Y muy temprano en la mañana, se había puesto a hacer su programa de ejercicios con más energía de lo habitual. Trabajó con las piernas, brazos y hombros hasta sentir que le quemaban.

Cuando hubo acabado, llamó a Blanche para decirle que el disco estaba listo para que pasaran a buscarlo.

Estaba ordenando los papeles para empezar a hacer la declaración de la renta cuando sonó el timbre de la puerta de calle.

– ¿Sí? -preguntó a través del portero automático.

– Mensajero. ¿Un paquete para Coronet?

Casi había esperado que fuese Sebastian, pero el tono de voz era decididamente escocés. Tras abrir la puerta, fue a su mesa para recoger el paquete con el disco.

– Deberías instalar una videocámara en la puerta de la calle -sugirió Sebastian minutos más tarde, todavía con acento escocés-. Podía haber sido cualquier otro.

– Eres cualquier otro -replicó, furiosa al verse engañada, pero momentáneamente distraída al notar lo bien que le quedaban los gastados vaqueros ajustados. Luego, tras un gran esfuerzo, apartó la mirada de las caderas masculinas y la fijó en su rostro-. ¿No tienes nada mejor que hacer que jugar a los mensajeros?

– Voy a llevar el disco directamente a mi cuñado, que me espera con el ingeniero de programación. ¿Es éste?

– Sí -dijo ella arrepentida de su explosión y sintiéndose muy estúpida cuando le tendió el paquete-. Lo siento.

– No te preocupes. Me encanta verte sonrojada. ¿Por qué no vienes conmigo? Josh va a trabajar en su taller privado. La casa está muy cerca de la costa. Podríamos entregarle el disco y luego ir a comer algo…

– ¡No! -saltó Matty-. Gracias, pero tengo un programa muy apretado para el resto de la semana -añadió con más suavidad.

– ¿De veras? Blanche me dijo que estabas ocupada con tus cuentas.

– Sí, con el libro de cuentas. La declaración de la renta es un trabajo pesado para mí.

– Yo te la hago a cambio de una cena.

– No sé cocinar -mintió.

– ¿Quién dijo que ibas a prepararla tú? Pero no te voy a presionar. Me hago cargo de que prefieres pasar el día ordenando tus facturas que paseando conmigo.

– Yo no paseo -puntualizó. Él se encogió de hombros.