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– Te aseguro que últimamente está muy hogareño.

– Basta mirar a su mujer para comprender la razón.

– Cuando escribí tu invitación le pregunté a Guy cómo eras y ni siquiera supo decirme cuál era el color de tus ojos.

– Bueno, para ser sincero yo tampoco sabría decirte cuál es el color de los suyos. Como te decía, hace mucho tiempo que no hemos coincidido en el mismo país.

– Su excusa fue que había dejado de mirarte a los ojos para concentrar la atención en las incontables mujeres que siempre te rodeaban. Aunque, si lo hubiera hecho, creo que bien podría comprender su dificultad.

– ¿Por qué mis ojos son difíciles?

– No son difíciles, son cambiantes. A primera vista habría dicho que eran grises. Pero ahora no estoy tan segura. Bueno, ¿una copa? Por favor, añade un poco de agua mineral a la mía.

– ¿Y qué pasó con el padrino de bodas?

– ¿Podrás creer que está casado? Con una pelirroja sensacional. ¿De qué sirve un padrino que no está disponible para satisfacer los caprichos de la madrina? No puedo creer que un hombre tan listo como Guy haya hecho tan mala elección.

– ¡Espantoso! -exclamó, no del todo seguro de que ella estuviera bromeando. En ese momento, Sebastian cambió de opinión. La mujer sí que estaba coqueteando con él, pero no lo hacía como el resto de las féminas. No sonreía ni batía las pestañas. No sabía exactamente qué hacía, pero había logrado captar toda su atención-. Ahora sí que voy a buscar esas copas. A menos que me ofrezca como sustituto.

– ¿Del padrino de bodas?

– Sí, ya que te dejó plantada -dijo mientras recordaba que Guy se lo había pedido, pero él no pudo asegurarle que llegaría a tiempo a Londres.

– Señor Wolseley, ¿intenta sugerir que podríamos desaparecer entre los arbustos y hacer el tonto un rato? -inquirió mirándolo con fijeza y una mueca de su boca generosa.

– Bueno, la verdad es que no me gusta precipitarme, señorita Lang. Antes de quitarle la ropa, debo conocer a la chica. Y prefiero hacerlo en un ambiente cómodo.

– Pero eso no es divertido.

– Bueno, tampoco tengo que conocerla demasiado. ¿Una cena, un par de invitaciones a bailar, tal vez? Cuando ese obstáculo queda salvado y se llega a una mayor intimidad, me siento perfectamente dispuesto a dejarme llevar por el mal camino.

– Pero en un ambiente confortable.

– Me gusta tomarme mi tiempo.

– ¿Te gusta bailar? -preguntó con una sonrisa que a él le alegró el día.

Sebastian tuvo la impresión que de alguna manera lo estaba sometiendo a un examen.

– Sí. Pero si tienes hambre podemos dejarlo e ir directamente a cenar.

– ¿Y lo haces bien?

– ¿Bailar?

– De eso estábamos hablando. Y sin falsas modestias, por favor. ¿Qué me dices de un tango?

– No puedo asegurarte que no vaya a darte un pisotón. Pero ponme una rosa de tallo largo entre los dientes y estoy dispuesto a intentarlo.

Matty rió de buena gana.

– Creo que es la mejor oferta que he recibido en mucho tiempo, pero no te asustes. Nada me va a sacar de esta silla durante el resto de la velada.

– Estás cansada. ¿Es muy duro el papel de madrina de una boda?

– No sabes cuánto. La organización de la fiesta no fue fácil y tuve que asegurarme de que la novia estuviera perfecta en su gran día.

Sebastian siguió su mirada hacia la pareja de novios que, tomados del brazo, conversaba con unos amigos.

– Hiciste un trabajo estupendo. Guy es un tipo con suerte.

– La merece. Y Fran lo merece a él.

– ¿Estáis muy unidas?

– Somos más hermanas que primas. Ambas somos hijas únicas de matrimonios mal avenidos.

– Si tuvieras una familia como la mía, pensarías que lo tuyo no fue tan malo, créeme. Bueno, iré a buscar ese whisky.

Matty no apartó los ojos de la figura de Sebastian Wolseley mientras se alejaba. Alto, de anchos hombros, con un cabello oscuro cuidadosamente cortado y ligeramente alborotado por la brisa, sin duda tendría que ser el sueño de cualquier mujer. Y el color de sus ojos al sonreír pasaba de un gris pizarra a un verde profundo, como el mar iluminado por el sol.

Era un placer contemplarlo y ella lo había estado observando desde que había llegado con retraso a la recepción. También notó la calidez con que Guy lo había saludado. Sin embargo, aunque su cuerpo se encontraba allí, su espíritu vagaba por otros lados.

– Matty… -llamó una voz infantil. Toby, el hijo de tres años de su prima, se escurrió entre ella y la mesa redonda llevándose parte del mantel-. Escóndeme.

– ¿De qué?

– De Connie. Dice que tengo que irme a la cama.

– ¿Lo has pasado bien?

– Sí -murmuró con un bostezo.

Al ver que estaba medio dormido, Matty lo acomodó en sus rodillas con la esperanza de ver a Connie, el ama de llaves de Fran.

– Verás, hiciste un buen trabajo en la ceremonia al cuidar de los anillos. Estoy muy orgullosa de ti.

El niño se acurrucó contra su cuerpo.

– Y no se me cayeron.

– No -contestó mientras lo abrazaba, pensando que desde la llegada de su hermanito, Toby había dejado de ser el centro de atención y entonces se había acercado más a ella.

Sebastian subió por una rampa baja hasta llegar a una acogedora sala, suavemente iluminada por una sola lámpara. A la izquierda había un tablero de dibujo y un ordenador; en suma, un pequeño estudio junto a una ventana con vistas al jardín que cubría toda la pared.

¿Matty Lang era artista? Sin embargo, ni en el tablero ni en las paredes adornadas con unos tejidos artesanales había nada que pudiera darle una pista.

Aunque había algo desconcertante en la distribución de los muebles, pero en ese momento carecía de agudeza mental para descubrir de qué se trataba. Después de todo, estaba bajo los efectos del desfase horario tras el vuelo intercontinental y con el agobio de un exceso de desaprobación familiar durante el funeral.

No cabía duda de que mezclar whisky con la única copa de champán que había bebido en honor a la memoria de su tío no era lo más sensato, pero no sería la primera vez que hacía una tontería.

A su derecha había un gran sofá orientado hacia el jardín y flanqueado por dos mesas, una llena de libros y la otra con los mandos de un pequeño televisor y un equipo de música.

Sebastian resistió la tentación de acomodarse en el sofá con los ojos cerrados en ese ambiente tan acogedor. Así que vertió una pequeña cantidad de whisky en cada vaso y fue a la cocina en busca de agua mineral, que añadió a las bebidas antes de salir al jardín.

De inmediato, percibió lo que debería haber notado desde el principio si no hubiera estado tan ensimismado en sus propios problemas. La rampa, en lugar de una escalera, debió haberlo alertado.

La razón por la que Matty Lang no bailaba no tenía nada que ver con el cansancio de sus obligaciones como madrina de la novia.

La razón era que estaba sujeta a una silla de ruedas. Y el mantel que se había corrido de la mesa, había ocultado las ruedas de la vista de cualquier observador.

Sebastian vaciló un instante, muy confundido al recordar que le había preguntado si bailaba claque. También había disfrutado del sentido del humor de la mujer, que indicaba una carencia total de autocompasión.

Matty alzó la vista y lo sorprendió observándola. Entonces se limitó a hacer un pequeño gesto con la boca, como reconociendo la verdad de su condición.

– Tal vez no deberías beber. No quisiera que te multaran por exceso de alcohol, especialmente si vas con un pasajero a bordo -dijo cuando llegó junto a ella al tiempo que le tendía la copa.

Tras beber un sorbo, Matty se la devolvió.