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– No mucho, pero venía a ocasionalmente a la casa familiar a ver a Sebastian.

– Bueno, ya que lo conoces, no hace falta que continúes con la entrevista. Estoy segura de que te daría buenas referencias sobre mí.

Bea la miró un instante y luego se echó a reír.

– No hace falta, querida. No hace falta. Es bueno ver a mi hermano con alguien que lo hace sonreír. Desde Helena… -Bea se paró en seco.

– Me habló de Helena.

– Ah, entonces lo comprendes. Sebastian cambió totalmente. Antes era muy divertido, pero tras la ruptura se volvió insensible a cualquier emoción. Como si sólo quisiera ponerse fuera del alcance de cualquier persona -dijo. Matty comprendió su temor al compromiso, el temor a la cercanía del otro. Y al parecer lo había extendido a su familia-. Cuando Louise me llamó para hablarme de ti…

– ¿Louise?

– Es la mayor, la hermana sesuda. Somos tres hermanas. Louise, Penny, que vive en Francia, y yo. Aunque de pequeño Sebastian era molesto como un grano en el trasero, ninguna de nosotras quiere volver a verlo tan herido, Matty.

– No voy a hacerle daño. La nuestra es una relación de negocios. La empresa requirió mis servicios como asesora -aseguró, más para convencerse a sí misma que a Bea. De acuerdo. ¿Y el beso en el parque? ¿Y ese vals tan íntimo antes de salir de casa? Ella sabía cómo se había sentido. Pero, ¿y él? Matty decidió que, fuera como fuese, eso tenía que acabar-. Intento colaborar para que Coronet salga adelante y Sebastian pueda reanudar su vida en Nueva York lo más pronto posible.

– Está haciendo un trabajo excelente -se oyó la voz de Sebastian, que se acercó a la mesa y tomó un trozo de bizcocho-. Danny está imprimiendo montones de tarjetas. ¿Quieres ir a verlo?

Oh, Dios. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué había oído?

– Yo también voy – dijo Bea, con naturalidad. Estaba claro que el hecho de que su hermano la hubiese sorprendido hablando de su bienestar no la incomodaba en absoluto-. Sebastian, lleva el plato con el bizcocho. Estoy segura de que ese chico no come. No me extrañaría que se alimentase de la luz que arroja la pantalla del ordenador -añadió antes de echar a andar delante de ellos.

Cuando se quedaron solos, Sebastian se volvió hacia Matty.

– ¿Te ha sometido al tercer grado?

– No sé de qué hablas.

– Te lo advertí.

– Para tu información, Bea no es nada mandona. Al contrario, me parece encantadora.

– ¿Y de qué habéis hablado?

– De la vida en el campo, de los problemas del transporte público y de tus otras hermanas. Por ejemplo, ahora sé que Louise es la sesuda de la familia.

– Así es. Tiene una cátedra en la universidad.

– También hablamos de Guy. No me dijiste que Bea lo conocía.

– No, sólo lo vio un par de veces cuando vino a casa conmigo. No se puede decir que lo conozca.

– Es cierto. A mí me has visto un par de veces y no me conoces en absoluto.

– No es lo mismo. Puedo apostar a que sé más de ti que la mayoría de la gente. Eres una mujer muy especial.

Matty había pensado que podía controlar sus sentimientos. Tarde o temprano Sebastian se marcharía. Tenía que concentrarse en Blanche, en Coronet, en su propio futuro. Todo el resto nada tenía que ver con la realidad. Sabía que iba a sufrir. Era inevitable. Lo había sido desde el primer momento en que lo había visto ensimismado con su copa de champán.

Pero ella no iba a hacerle daño.

– No soy especial, Sebastian. Soy una mujer común y corriente que tiene un problema con las piernas -dijo antes de acelerar la silla de ruedas dejándolo atrás-. Y ahora vámonos, porque tengo que volver para acabar mi declaración de la renta.

En lugar de rebatir, Sebastian ayudó a Josh a embalar el equipo informático y, tras pedirle a Danny que estuviera de guardia en la oficina en caso de que surgiera algo imprevisto el día del encuentro con el comprador, puso todo en el asiento trasero del Bentley.

– ¿Lista para ponerte en marcha? -preguntó Sebastian cuando Matty apareció junto a ellos acompañada de Bea.

– Totalmente.

Sebastian deliberadamente se volvió a estrechar la mano de Josh, dejando que Matty entrara sola en el coche.

– No sabes cuánto agradezco el tiempo y las molestias que te has tomado, Josh.

– Lo hago por la familia. A nadie le interesa meterse en un lío económico que saque a relucir viejas historias familiares. Por lo demás, hemos disfrutado con el trabajo. Y si todo sale bien, hasta podremos ganar dinero.

– Espero que Matty y yo seamos capaces de estar a la altura de las circunstancias.

Sebastian guardó la silla en el coche y se sentó tras el volante.

– Ven a vernos pronto, Matty. Deberías traerla a la fiesta del verano la próxima semana, Sebastian -dijo Bea.

– ¿Por qué tendría que romper la costumbre de haberme negado toda una vida?

– Si él no quiere, ven tú sola, Matty. Así conocerás al resto de la familia.

– La familia es como Bea, pero multiplicada por tres -advirtió el hermano.

– Gracias, Bea -intervino Matty, ignorando las palabras de Sebastian-. Si tengo tiempo, me encantaría venir.

– No hacía falta tanta diplomacia -dijo él cuando se dirigían a la carretera.

– No es eso, verdaderamente lo pensaba así.

– ¿De verdad?

– No te preocupes. Encontraré algo que me mantenga ocupada el próximo fin de semana -anunció Matty al tiempo que miraba por la ventanilla-. ¿No deberíamos ir en dirección contraria? -preguntó al ver que enfilaba hacia el sur.

– Sólo si queremos volver a Londres. Debí haber aclarado que la única razón por la que no quería almorzar con Bea y Josh era porque había planeado algo más interesante.

Matty esbozó una sonrisa de alivio. No se trataba de que él no deseara que conociera a su familia.

– ¿Por qué no le dijiste a Bea que tenías otros planes?

– Porque Josh y ella normalmente comen un bocadillo a la hora de almuerzo. Josh está ocupado en su taller o en el parque empresarial que es su verdadero trabajo, y ella tiene más de diez comités que mantener a raya. Créeme, cuando vine a comienzos de semana no me recibieron con un banquete.

– ¿Cocinó especialmente para mí?

– Quería que te sintieras como en casa -dijo antes de encogerse de hombros-. Y desde luego quería someterte al tercer grado. Habría sido una crueldad desilusionaría. Por lo demás, tú misma dijiste que fuera más amable con mis hermanas.

– Debiste haberme advertido que iba a ser víctima de la Inquisición -dijo Matty, con una sonrisa.

– Lo hice, pero tú no me escuchaste.

– Hablaste con Louise acerca de mí, ¿verdad? ¿Cuál es su especialidad en la universidad?

Sebastian se tomó un tiempo antes de responder.

– Medicina.

Bajo la luz del sol de la tarde, el coche se internó hacia el mar, que se mezclaba tan perfectamente con el cielo que era difícil saber dónde terminaba uno y empezaba el otro.

Cuando Sebastian entró en un camino vecinal, había un letrero que advertía que era propiedad privada, pero Matty ni siquiera se molestó en decírselo, concentrada en averiguar cómo le sentaba que Sebastian hubiese hablado sobre ella con su sesuda hermana. ¿Qué quería saber? ¿Qué le había dicho Louise?

El coche se detuvo en una pequeña cala rodeada de acantilados. Había una casita de piedra construida al abrigo de uno de ellos con un muelle de madera y un cobertizo para botes con una rampa para botar al agua una lancha neumática.

La marea estaba baja y se veían charcos en las rocas. Seguramente ahí el agua estaría tibia en un día como aquél. El lugar perfecto para sentarse y chapotear con los pies.

– Ahora tengo que limitarme a contemplar el paisaje -dijo ella.

– No tienes por qué hacerlo. La vida no se ha detenido, Matty.

– No -convino en tanto recordaba la última vez que había estado en la playa, paseando a la orilla del mar de la mano del hombre que con el que pensaba compartir toda su vida-. No se ha detenido, pero ha cambiado -observó mientras se volvía a mirarlo-. Estoy segura de que Louise te dijo lo que tenía que hacer. Te habló de la rutina diaria de ejercicios para mantener los músculos en forma, y cosas por el estilo.