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Entonces se puso de pie, se inclinó y ella de inmediato le pasó los brazos por el cuello de modo que él pudo quitarle la falda y las braguitas con gran rapidez.

Durante un segundo, los pechos de Matty rozaron el suave vello del torso de Sebastian y sintió que se estremecía. Luego, se vio otra vez en la silla, pero totalmente desnuda.

– ¿Todo bien?

– Estoy aterrorizada.

– El terror es bueno. El aburrimiento es fatal -declaró Sebastian mientras se quitaba los bóxers.

Matty captó fugazmente los estragos que causaba en el hombre antes de que él echara a andar hacia la playa con ella en brazos.

El agua estaba mucho más fría que la de la piscina y el impacto de la inmersión la obligó a actuar de inmediato. Tras liberarse de los brazos de Sebastian, se puso a nadar con rapidez. La fuerza de los brazos y hombros hacía el trabajo de las piernas inútiles.

Sebastian nadaba a su lado, atento a sus movimientos.

En un momento dado, ella se tendió de espaldas, contemplando las gaviotas que se elevaban sobre los acantilados, totalmente relajada en el agua.

– Es una lástima que te hayas cortado el pelo -comentó Sebastian, con la mano asida a la de ella para evitar que se alejara de su lado-. Si no lo hubieras hecho, podrías haberte sentado en una roca fingiendo ser una sirena.

– ¿Fingir? -preguntó, y bruscamente se hundió en el agua, arrastrándolo con ella.

Bajo el agua ambos eran ingrávidos, iguales.

Entonces ella lo besó en la boca, en el cuello y luego se deslizó a lo largo del cuerpo hasta posar los labios en su excitada virilidad, seduciéndolo como si realmente fuera una sirena perversa.

Cuando emergieron a la superficie, Sebastian tenía los brazos bajo los de ella mientras la besaba intensamente, como si deseara insuflarle toda su energía vital.

Luego, como si Matty supiera que era ella quien marcaba las pautas, lo miró a los ojos.

– ¿Por qué no me llevas a los asientos traseros del Bentley y acabamos lo que hemos empezado?

– Dejaremos el Bentley para otra ocasión. En este momento pienso en algo más cómodo -dijo mientras nadaban hacia la orilla.

En la playa la tomó en brazos y se dirigió a la casa.

– Abre la puerta, por favor.

– ¡Sebastian! No podemos hacer esto.

– Relájate, no estamos invadiendo ninguna propiedad privada. La casa también pertenece a la familia.

Matty abrió la puerta, que estaba sin llave, y Sebastian la condujo por las escaleras de madera hasta la primera planta. Luego cruzaron una amplia sala de estar hasta llegar a un dormitorio.

La cama estaba recién hecha, con el cubrecama doblado hacia atrás.

– Viniste aquí durante la semana. Lo planeaste todo.

– Me declaro culpable, mi amor -confesó en tanto la acomodaba en la cama y se tendía sobre ella.

Entonces, Matty no vio nada más que sus ojos del color del mar, su mirada ardiente e intencionada.

Sebastian se tomó su tiempo para besarla en la boca, en los ojos y para acariciar su cuerpo con las manos, los dedos y la lengua, buscando todos los lugares dormidos hacía tanto tiempo. Luego le besó los pechos, al principio con suavidad y más tarde con urgencia, hasta que ella pidió más y más.

– ¡Ahora! -imploró-. Te necesito ahora.

– ¿Estás segura?

Durante un odioso segundo, ella pensó que Sebastian dudaba, que sus extremidades inferiores, totalmente inertes, habían apagado su deseo.

– ¿Y tú?

Por toda respuesta la besó en la boca y luego le puso en la mano un preservativo que ya tenía preparado.

– ¿Por qué no me lo pones y así lo descubres por ti misma?

Sebastian esperó hasta que al fin ella pudo alcanzar un éxtasis que ya había dado por imposible. Y fue aquella sensación de plenitud la que le devolvió su feminidad, la que la hizo volver a sentirse mujer por primera vez en tres años.

Más tarde, Sebastian, apoyado en un codo, veló su sueño mientras recordaba que al conocerla había pensado que era una mujer de un tono indeterminado. Pardusco.

Ella abrió los ojos. Sus adorables ojos de color ámbar.

– Eres hermosa, Matty -murmuró antes de besarla.

Y entonces, ella le sonrió. Con una sonrisa auténtica. Atrás había quedado aquella sonrisa defensiva que utilizaba para ocultar sus auténticos sentimientos.

– No quiero dejarte -dijo Sebastian ante la puerta de la casa de Matty. Tras besarla, apoyó la frente en la de ella-. Ven conmigo.

Se habían quedado en la casa de campo hasta el domingo por la tarde. Habían conversado, comido lo que Sebastian había llevado, habían nadado y habían hecho el amor. La verdad era que Matty había llevado casi todo el peso de la conversación; sin embargo, él le había preguntado lo que necesitaba saber, de modo que al marcharse sabía lo esencial respecto a ella. Sus padres mal avenidos y separados, el colegio, la universidad…

Pero Matty se negó a acompañarlo a su casa porque necesitaba reflexionar sobre lo que había sucedido, ponerlo en un contexto, volver un poco a su antigua vida. Y Sebastian necesitaba concentrarse en su estrategia para convencer al comprador mayorista de que, incluso sin George al mando de la empresa, Coronel todavía era una marca pujante.

Blanche había organizado una exposición en el vestíbulo de la oficina con un despliegue de todos los artículos de la nueva gama. Mientras seguía a Sebastian a un paso de distancia, él se movía de un puesto a otro tocando los artículos, en otro puesto desplazó unos que tapaban parte del friso con el abecedario y luego quitó una imaginaria mancha de polvo del equipo informático instalado para producir tarjetas personalizadas con las letras del alfabeto.

– La gama Botanicals tiene muy buen aspecto -comentó en tono de aprobación, y luego dirigió una mirada ceñuda a Las Hadas del Bosque, que todavía estaban allí, aunque ya no en primera fila.

Luego se paró en seco al ver una reimpresión de las primeras tarjetas que fabricó la empresa para ayudar a los compañeros de George en la Escuela de Arte.

– ¿Qué hacen estas tarjetas aquí?

– No quise decírtelo hasta tener todos los permisos por escrito. Me puse en contacto con todos los artistas. Eran amigos de George y todos saben lo que le deben -explicó, con una amplia sonrisa-. Hemos acordado hacer una tirada limitada, porque así estimulamos la demanda; El veinticinco por ciento se venderá en tiendas independientes. Ya hemos colocado la mitad de esta tirada.

– Sí que te has movido. ¿Hubo más acuerdos?

– Sí. Se va a crear un fondo para jóvenes promesas de la Escuela de Arte en nombre de George. Confieso que fue idea mía. Y, sin excepción, los artistas acordaron que podríamos utilizar las ganancias de las ventas para el fondo.

– Eso está muy bien, Blanche. ¿Y nosotros ganaremos algún dinero?

– No tanto como con el resto de la gama -admitió-. En cambio, conseguiremos una publicidad que el dinero no puede comprar, especialmente ahora que la Universidad está de acuerdo en cooperar. El próximo año sacaremos al mercado una gama de productos hechos por artistas noveles. Para el próximo otoño, me han prometido un amplio reportaje en uno de los suplementos dominicales. Artículos sobre George, sobre la empresa, sobre los artistas de vanguardia de entonces…

– ¿El próximo otoño? Bueno, es fantástico. ¿Qué puedo decir? Has hecho un trabajo sorprendente, Blanche.

– El mérito hay que dárselo a quien le corresponde. Matty, detrás de ellos, negó con la cabeza y Sebastian se volvió a mirarla, como si hubiera percibido algo.

– Bueno, creo que lo que Blanche quiere decir es que todo se debe a ti, Sebastian. Si no te hubieras tomado el tiempo y la molestia de sanear la empresa, no habría ocurrido nada de esto. Y ahora te toca ir a la batalla. Ofrécele al comprador un almuerzo suculento para que se anime a hacer una gran compra.

Sebastian sonrió.

– Nos toca ir a nosotros, señora.