– Me refería a sus numerosas esposas y numerosísimas amantes.
– Un hábito caro.
– Con todo, él nunca habría robado a su personal. Me temo que fue su última esposa la causante del daño. Era una enfermera que lo cuidó cuando le pusieron el bypass en el corazón. La encarnación de Florence Nightingale, hasta que él le puso el anillo en el dedo. Parece que el inmenso agujero en los fondos de pensión y su partida ocurrieron al mismo tiempo. No puedo probar nada y, si pudiera, nunca lograríamos recuperar el dinero; al menos no a tiempo para que sea de alguna utilidad. No ganamos nada con perseguirla, sólo escándalo, y no quiero que recuerden a George como a un viejo tonto.
– No, desde luego que no -repuso ella dejando reposar la mano un segundo sobre la de él-. ¿Pero cuán-tos años se lardaría en conseguir esa cantidad de dinero? -preguntó tras retirarla y llevarse los dedos al pelo.
– Mi propósito es volver a levantar la empresa. Pienso deshacerme de lo que no sirve, introducir nuevos diseños de calidad y luego venderla a una de las grandes compañías. Utilizaría el dinero de la transacción para pagar indemnizaciones y una jubilación anticipada para el personal más antiguo.
– Me temo que le llevarás una desilusión si me has invitado a comer con la esperanza de conseguir unos cuantos diseños de calidad.
Sebastian se dio cuenta de que realmente la había ofendido. Implicarla en el negocio tampoco iba a funcionar, así que lo mejor sería decirle la verdad.
– No se trata de eso, Matty. La verdad es que no busco un consejo solamente. He pasado una mañana surrealista discutiendo el futuro de las Hadas del Bosque y quería contártelo. Sabía que podrías ver el aspecto divertido del asunto -dijo con la mirada fija en los ojos de ella-. Y esperaba que me ayudaras a verlo a mí también.
– ¿Y por qué no lo has dicho desde el principio?
– Normalmente, no suelo dar razones cuando invito a comer a una mujer. Nunca he tenido que esforzarme tanto para conseguir una cita.
– Estoy segura de eso -replicó ella con cierta ironía-. Hadas del Bosque. ¿No son esos ridículos personajes de la televisión vestidos con ropas fosforescentes?
Sebastian se echó a reír.
– ¿Ves? Sabía que tú podrías lograrlo.
Los rasgos de Matty se suavizaron.
– Deberías reír más a menudo, Sebastian, hace bien al espíritu.
– La próxima vez que te invite a salir te lo voy a recordar.
Se miraron durante unos segundos. Sebastian sintió el agudo deseo de tocar la fresca suavidad de su mejilla y sentir que ella la apoyaba en la palma de su mano. Nada más que eso.
Sin embargo, de pronto se sintió vulnerable y un tanto desamparado. Normalmente, salía con mujeres despampanantes, de largos y brillantes cabellos, suaves curvas y altísimos tacones. Mujeres fugaces que se lucían colgadas de su brazo y que, cuando las dejaba sin dedicarles un segundo pensamiento, pasaban a engrosar la lista con la que se había ganado su reputación de hombre despiadado.
Sebastian sospechaba que Matty lo sabía. Y no deseaba que ella se habituara a rechazarlo. Era mejor volver a los negocios.
– Dime, ¿cuál es el problema de las Hadas del Bosque? -se adelantó ella.
– George pagó una fortuna por una licencia de veinticinco años a fin de incluirlas en tarjetas de cumpleaños, papel de regalo, artículos para fiestas infantiles y cosas por el estilo. Desgraciadamente la televisión es un medio inestable y las Hadas han sido sustituidas por otras criaturas.
– ¿Y necesitas algo excitante para sustituirlas?
– Antes de la próxima semana.
– ¡Estás bromeando! -exclamó, pero al ver que no movía un músculo, añadió-: No, no bromeas. ¿Qué sucederá la próxima semana?
– Tengo que comer con nuestro cliente más importante y he de mostrarle las ofertas de la nueva temporada. Seguramente pedirá lo de siempre. Pero debo tener algo nuevo para el mercado infantil.
– Sí que estás en un lío, chico -dijo al tiempo que le llenaba la copa-. Sírvete otro de estos excelentes bocadillos ¿Y cómo piensas que puedo ayudarte?
– No lo sé. Necesitaba hablar con alguien que no es-tuviera implicado en el asunto. Los empleados de Coronet están muy inquietos porque temen perder su puesto de trabajo, y a la familia le aterroriza un escándalo.
– ¿Y todos esperan que tú los salves del naufragio?
– No soy ningún héroe. También tengo que pensar en mi reputación.
– Por no mencionar el apellido familiar -insinuó con ironía-. Eso es mucha presión.
– Una presión que puedo manejar. Pero se necesita algo más. Algo que no poseo. ¿Tú no te dedicas a hacer ilustraciones para niños?
– Pero no diseños conceptuales de la calidad que tú necesitas. ¿No podrías negociar con la televisión la licencia de sus novedades infantiles?
– Ya lo han hecho compañías más grandes que Coronet y con más dinero, claro está. No, debo empezar con mis propios diseños.
– ¿En una semana?
– Sé que es ridículo, pero tengo que intentarlo. ¿Estás segura de que no tienes nada en el fondo de un cajón?
– Totalmente segura. Si me ofreces una comisión haría lo imposible por crear algo, pero no puedo garantizarte el impacto inmediato que necesitas.
– ¿Y qué pasa con tu libro? ¿No te llevó Fran a hablar con una periodista sobre un libro que has ilustrado?
– Ya veo dónde conduce esto -dijo al tiempo que se ponía rígida y alejaba un poco la silla de la mesa. Unos centímetros que a ella le parecieron muchos metros-. Siento desilusionarte, pero no es lo que buscas. Los niños todavía no se han enamorado de mis personajes. Por lo demás, se trataba de un abecedario especial que diseñé como regalo de cumpleaños para Toby.
– Entiendo. ¿Y le gustó?
– Por supuesto. Todos los dibujos se han convertido en sus amigos favoritos.
– ¿Y tienes por ahí un ejemplar? Me gustaría echarle un vistazo.
Ella se acercó a un armario y sacó un libro. Las ilustraciones estaban impresas en un papel de gran calidad y las cubiertas eran de madera azul. Estaba claro que el ejemplar era un fino trabajo artesanal que no parecía hecho en casa.
– No te va a ser de utilidad. ¿Quién va a comprar una tarjeta de cumpleaños con un dibujo que indica que la letra G se utiliza para nombrar un globo?
Las ilustraciones eran vivas, brillantes, frescas y atractivas.
Sebastian pensó que ella tenía razón. En un papel de regalo parecían maravillosas, pero no ocurriría lo mismo con una tarjeta de felicitación.
– Los globos son muy coloridos.
– Pero no exactamente personales.
– Siento no poder utilizar tus ilustraciones.
– A mí también me desilusiona. Los derechos por la venta de tarjetas me vendrían muy bien. Mientras tanto, tengo un encargo que terminar cuanto antes si quiero comer el próximo mes -dijo al tiempo que instalaba la silla ante el tablero de dibujo-. Gracias por el almuerzo. Siento que tu visita haya sido inútil.
– No ha sido inútil. He aprendido mucho. Si se me ocurre otra idea brillante, ¿puedo comunicártela para que me la destroces?
– Me hace feliz poner a un hombre en su sitio. La próxima vez trae un bocadillo de aguacate.
«Casi una invitación», pensó Sebastian con una sonrisa que guardó para sí al tiempo que miraba por encima del hombro de Matty hacia la ilustración que pintaba.
Se trataba de la silueta de una pareja reflejada en el agua a la orilla del mar durante una puesta de sol. El color al pastel y el estilo eran muy diferentes a las ilustraciones del abecedario.
No era su primer intento, al parecer. Sebastian se inclinó a recoger una ilustración que ella había descartado. Era casi idéntica a la otra, pero había dibujado algo en la parte superior.
– ¿Qué es esto?
Ella se volvió a mirar lo que sostenía en la mano y se sonrojó.
– Nada. Una idea para una tira cómica, eso es todo.