– Una superheroína en una silla de ruedas. ¿Tiene nombre?
– Sí, Hattie Hot Wheels. ¡Y no te atrevas a reír!
– Como si fuera a hacerlo. Verdaderamente tienes mucho talento, Matty.
Ella le dirigió una mirada fugaz.
– No puedes quedarte con la ilustración de la pareja. Es un encargo para la historia de una revista.
– No, no era mi intención. Has captado muy bien la melancolía de una tarde de fines de verano.
Algo en la mirada de ella le hizo pensar que la historia era el fin de algo, no el principio.
– No está acabado. ¿Algo más? Entonces, vete ahora.
– Lo siento. He abusado de tu tiempo. ¿Puedo llevarme esto? -preguntó con el abecedario en la mano.
– Claro que sí. Y enséñalo a cualquier editor o periodista que conozcas.
– Lo haré si prometes comer conmigo la próxima vez que te llame.
– No te das por vencido, ¿verdad, Sebastian? -preguntó al tiempo que se volvía a mirarlo-. Lo de los editores no iba en serio. Llévate el libro, pero sin ningún compromiso.
Capítulo 4
EN LUGAR de tomar un taxi, Sebastian resolvió volver a pie a la oficina.
– Blanche, creo que tengo la solución -anunció mientras ella lo seguía con un puñado de mensajes-. Mira esto.
Blanche hojeó el libro con una sonrisa al contemplar las ilustraciones. Luego lo miró, ligeramente desconcertada.
– Son unos dibujos encantadores, pero no sé cómo podríamos utilizarlos.
– No como aparecen aquí, desde luego -observó él mientras se acomodaba en el inmenso sillón giratorio de George-. Pero vamos a suponer que fabricamos series de tarjetas con los nombres infantiles más conocidos. Por ejemplo, la tarjeta que representa el globo podría decir «G es la primera letra de…» -Sebastian hizo un ademán para que ella le diera algunos nombres.
– ¿George o Grace? -sugirió Blanche en un tono que no revelaba mayor entusiasmo.
– No te gusta la idea, ¿verdad?
– La idea no está mal. Generalmente las ideas sencillas son las mejores.
– ¿Pero…?
– Pensaba en la logística, simplemente. ¿Cuántos nombres crees que hay?
– Miles. Pero obviamente utilizaríamos los más conocidos. Como los que pintan en jarritas, llaveros y en placas de cerámica para colgar en las puertas, como el tipo de artículos que se vende en las gasolineras, por ejemplo. Hay por ahí una lista anual de los nombres más populares de niños, ¿no es verdad?
– Supongo que sí.
– ¿Pero…?
Ella se dejó caer en la silla frente a él.
– No digo que sea imposible, Sebastian, pero tienes que verlo desde el punto de vista del comerciante detallista. Sólo con un nombre de niño y de niña por cada letra del abecedario, ya tienes cincuenta y dos tarjetas. Ésa es una gran inversión en una sola gama de productos. Y naturalmente que sólo una tarjeta es la adecuada para cada cliente. Si no quedan tarjetas con el nombre de «Peter», el cliente no comprará una que diga «Paul» y se irá a buscar otra cosa en otra tienda.
– ¡Diablos! Sí que es cierto. Y yo que pensé que había dado con la solución… -dijo al tiempo que giraba el sillón de piel hacia la ventana que quedaba a sus espaldas y se pasaba los dedos por los cabellos.
De inmediato recordó que Matty había hecho el mismo gesto dejando un pequeño rizo levantado que él deseó alisar con sus dedos.
– Bueno, mientras estabas ausente llamé a un par de antiguos clientes que en el pasado nos encargaron trabajos publicitarios. Quedaron de contestarme.
Tras respirar hondo, Sebastian se volvió hacia ella.
– Gracias, Blanche. Sospecho que sin ti esta empresa habría desaparecido hace mucho tiempo.
– Es posible -convino antes de cambiar de tema y concentrarse en el libro de Matty-. Esta obra es única por su originalidad.
Una descripción que calzaba tanto con la artista como con su trabajo.
– Matty también lo es.
– Tal vez deberías considerar la posibilidad de ofrecerle un encargo y hacerle un contrato antes de que alguien más la descubra, ¿no te parece?
– Puede que tengas razón, pero dudo ser la persona más adecuada para negociar con ella. Por alguna razón se niega a tomarme en serio.
– ¿Quieres decir que además de talentosa es una mujer inteligente? -preguntó, y al instante se puso roja-. Lo siento, eso no ha estado bien.
– No lo creas, Blanche.
Incómoda, ella se encogió levemente de hombros.
– A veces George hablaba de ti.
– Nada bueno, naturalmente.
– Te equivocas, él te quería mucho. Pero también se preocupaba por ti. Solía decir que te habías apartado de todo, menos de tu trabajo, y que cuando despertaras y te dieras cuenta de lo que te habías perdido, sería demasiado tarde.
– Nadie podría acusarlo de haber desperdiciado su tiempo.
– No.
– ¿Era feliz?
– A veces. Durante breves períodos. Pero nunca dejó de buscar y de tener esperanzas.
– Tal vez debió apartar los ojos del horizonte por un momento y fijarse en lo que tenía más cerca -comentó pensando en las mujeres frívolas y glamurosas a las que su tío había dedicado tiempo y dinero a cambio del placer de ir del brazo de una beldad encantadora. Era una inclinación que habían compartido excepto que, a la inversa de George, él había aprendido a no entregar el corazón.
– Es cierto.
– Volviendo a la señorita Lang, ¿por qué no la llamas? Dile que te han nombrado coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards.
– ¿Coordinadora de compras? -preguntó, muy sorprendida.
– Si no te gusta puedes cambiarle el nombre. Hablaremos de un sueldo más apropiado posteriormente, ¿qué me dices?
– No, no creo que yo… Realmente… ¿Estás seguro? -inquirió con ansia tras unos segundos de vacilación.
– No te subestimes, Blanche. Sabes más de este negocio que cualquiera de nosotros y como voy a depender bastante de ti, es justo que seas recompensada.
Ella lo pensó unos segundos y luego se volvió hacia él, aparentemente convencida.
– ¿Y qué quieres que le diga a la señorita Lang?
– Primero, quiero que le ofrezcas una opción de compra por estas ilustraciones antes de que algún editor inteligente decida adquirir el libro.
– ¿Una opción de cuánto tiempo?
– De seis meses -decidió. No valía la pena prolongarla más. Si en ese plazo no habían utilizado las ilustraciones, estaba claro que ya no lo harían. Entonces volverían a manos de Matty, dejándola en libertad para venderlas a quien quisiera-. Y te autorizo para que negocies un precio razonable.
Sebastian pensó que tal vez era egoísta, pero recordó que ella misma le había dicho que las posibilidades de encontrar un editor eran bastante escasas. Además, si Matty no quería venderle la opción, nadie lograría persuadirla.
– ¿Y qué más?
– Bueno, nada específico. Háblale del mercado por si se le ocurre alguna idea y, si la tiene, ofrécele una comisión por el material gráfico.
– Veo que no pides mucho -Blanche comentó con ironía.
– Nada que no puedas manejar, estoy seguro. Pero si decides llevarla a comer, elije el restaurante antes con ella.
– Veamos hasta dónde podemos llegar con una llamada telefónica. Tienes su número, ¿verdad?
Sebastian lo había visto escrito en el teléfono de Matty el día de la fiesta, cuando había ido a buscar el whisky.
– Llámala a este número -dijo al tiempo que lo anotaba en un bloc de notas.
– De acuerdo, lo haré de inmediato. ¿Dónde vas? -preguntó al verlo camino de la puerta.
– No te preocupes, Blanche. No me voy a escapar. He de hacer una pequeña investigación básica, como por ejemplo, mirar las ofertas de la competencia, ir a las tiendas, hablar con los comerciantes minoristas… Esas cosas. Para cuando tengas algo interesante, tal vez me habré hecho una idea de este negocio.