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– Puedo imaginármelo.

Grant bebió un trago de café y arrugó la nariz.

– Parece que nadie se ha tomado la molestia de enseñarte a cocinar.

– Háblame de Sam -se sentó en un banco de madera, apoyando la pierna en una silla cercana.

– Ha sido una auténtica bendición. Cuando Jim enfermó, se ocupó de todo. Trabaja como antes lo hacía su padre. Él le enseñó todo lo que ella sabe sobre los ranchos y, cuando murió, Sam fue capaz de dirigir tanto su rancho como este -hizo girar el café en la taza y frunció el ceño-. Kate confiaba completamente en Sam cuando no estaba por aquí, aunque contrató a un tipo, Red Spencer, como capataz. No era tan duro como Jim, y Sam lo ayudaba en lo que podía. Red se marchó y cayó todo el peso del rancho sobre los hombros de Sam. Kate intentó encontrar a alguien que pudiera sustituirla, pero no había nadie tan honesto y franco como Samantha Rawlings. Después, bueno, Kate murió y Sam se hizo cargo de todo.

– Hablas de ella como si fuera capaz de hacer milagros -en aquella ocasión, Kyle tenía la certeza de que su hermano hablaba de Sam en un tono casi reverencial-. No estarás enamorado de Sam, ¿verdad?

Grant sonrió y se pasó la mano por el pelo.

– ¿Yo? En absoluto, y compadezco al pobre tonto que lo haga. Es cabezota como una mula. A mí me gustan las mujeres con menos carácter.

– Sí, claro -Kyle no estaba del todo convencido y no se molestó en disimularlo. Grant, aunque soltero, no era inmune a las mujeres, y menos a las que eran atractivas e inteligentes, como Sam-. Hoy he conocido a su hija.

– ¿A Caitlyn?

– Mmm. Ha estado aquí hace una media hora. Se parece mucho a su madre.

– Sí. Y tiene el mismo carácter. Esa niña es capaz de ganarse el corazón de cualquiera.

– ¿Igual que Sam?

Grant sonrió divertido.

– ¿Por qué debería importarte?

– No lo sé.

– Vaya, vaya, hablando del rey de Roma… -dijo Grant, al oír el sonido de una camioneta. Una nube de polvo seguía a la vieja Dodge que se detuvo cerca de la casa-. Creo que será mejor que vaya a ver los progresos que está haciendo con Joker.

– ¿Ese caballo endiablado? Si la exhibición de ayer sirve de indicación, me temo que las cosas no van demasiado bien.

– ¿Quieres echarnos una mano con él?

– Diablos, no. Cuanto más lejos esté de esa bestia, mejor. Si Kate no te lo hubiera dejado en herencia, probablemente se lo habría vendido a una fábrica de pegamento -respondió Kyle; pero asomaba una sonrisa a la comisura de sus labios.

– Claro -Grant se terminó el café sin apartar en ningún momento los ojos de la ventana.

– Mira, tengo que vivir aquí durante los próximos seis meses, pero no creo que tenga que arriesgar la vida intentando enseñarle a un semental engreído a seguir una cuerda.

– Presumo que estás hablando del caballo, y no de mí -Grant continuaba mirando por la ventana.

Kyle permitió que su mirada siguiera el mismo rumbo que la de Grant y observó a Samantha bajar de un salto de la camioneta y apartarse el pelo de la cara.

– Puedes tomártelo como quieras -contestó Kyle.

– ¿Sabes, Kyle? Creo que esa mujer está que echa fuego por la boca. Creo que iré a comprobar cómo está mi caballo.

– Gallina.

Grant tomó su sombrero.

– Puedes estar seguro. Hace años me prometí a mí mismo que jamás permitiría que una mujer me regañara antes de las diez de la mañana. Eso es como comenzar el día con el pie izquierdo -lo miró con los ojos entrecerrados-. ¿Sabes? Puede que solo sean imaginaciones mías, pero tengo la sensación de que Sam se ha tomado esto como un auténtico desafío.

Samantha cerró la puerta de la camioneta. Llevaba unos vaqueros ajustados de color negro y una camisa vaquera remangada hasta los codos, como si estuviera preparada para la pelea. Apretaba los labios con firmeza y determinación. Antes de que Grant hubiera tenido oportunidad de abrir la puerta, entró en la casa como un huracán.

Kyle sintió que una sonrisa cruzaba su rostro, aunque deseó poder disimular su diversión, porque si las miradas pudieran matar, él habría muerto en el mismo segundo en el que Sam desvió sus furiosos ojos verdes en su dirección.

– Buenos días, Sam -la saludó Grant.

– Buenos días -respondió ella.

– Estaba a punto de marcharme.

– Espera, tengo que hablar contigo -le dijo, posando una mano en su brazo con un gesto tan íntimo y amistoso que Kyle apretó los dientes-. ¿Qué piensas hacer con Joker ahora que ha venido Kyle?

– Pensaba llevármelo la semana que viene o así. No tengo prisa. Supongo que para entonces ya se habrá amansado lo suficiente como para subirse a un remolque.

Sam no pudo evitar sonreír y Kyle se sintió como si acabaran de pegarle una patada en el estómago. ¿Cuántas veces le había dedicado Sam esas sonrisas a él?

– Supongo que eso tendrá que decidirlo Kyle. Ahora es él el que está a cargo del rancho -su sonrisa había desaparecido para ser sustituida por su expresión inicial. Un profundo ceño oscurecía una mirada furiosa que volvía a tener a Kyle como destinatario-. Solo he venido aquí para recoger mis cosas. Ahora que ha venido Kyle, no tiene sentido que siga ocupándome del rancho.

Pasó por delante de Grant.

– ¿Samantha? Espera un momento. ¿No irás a renunciar a ocuparte de Joker, verdad?

– A lo mejor puede domarlo Kyle.

– Ni en sueños -respondió Grant.

– De ningún modo -Kyle levantó las manos-. Yo no quiero tener nada que ver con esa bestia.

Sam musitó algo en silencio que tenía que ver con los niños mimados y las cucharillas de plata.

– Hicimos un trato -le recordó Grant.

– Que quedó cancelado cuando Kate le dejó el rancho a tu hermano.

– Eh, yo no tengo nada que ver con eso -proclamó Kyle y Sam lo taladró con una mirada con la que lo estaba llamando al mismo tiempo estúpido urbanita, inútil y cobarde.

– Por el amor de… -Samantha se apartó el pelo de la cara, pero algunos mechones volvieron a ocultar sus ojos-. De acuerdo, de acuerdo-le dijo a Grant-. Yo me ocuparé de Joker. Dentro de un par de días retomaré el trabajo.

– ¿Pero esto qué es? -Grant miró alternativamente a Kyle y a Sam-. ¿Una discusión amorosa?

Sam palideció notablemente.

– Tengo mucho trabajo en mi rancho.

– Está bien -aunque Grant no parecía haberse tragado esa historia, tampoco quería continuar presionando-. Siempre y cuando pueda venir a llevarme a Joker antes de que la yegua de Clem James se ponga en celo.

– Lo único que puedo prometerte es que lo haré lo mejor que pueda.

– No te pido nada más -Grant se puso el sombrero-. Tengo que ir al pueblo a comprar una pieza para el tractor. Os veré más tarde -abrió la puerta, pero antes de salir vaciló un instante y se volvió-. Oh, por cierto, Kyle, mamá ha llamado esta mañana. Al parecer Rebecca ha estado hablando de contratar a un detective privado para que investigue las causas del accidente en el que murió Kate.

– Yo pensaba que había sido un accidente, un fallo del motor o algo parecido.

– Sí, eso fue lo que todo el mundo pensó, pero ya conoces a tu tía. Ella no es de las que piensan que lo mejor es no remover el asunto.

Kyle tuvo una sensación muy parecida al miedo. Rebecca era la hija pequeña de Ben y de Kate y, aunque fuera su tía, solo tenía unos años más que él. Como escritora de novelas de misterio, Rebecca se había ganado la fama de tener en ocasiones una imaginación desbocada.

– ¿Y ella que cree que ha pasado?

– ¿Quién puede saberlo? Si quieres saber mi opinión, creo que Rebecca debería intentar olvidarse de todo y tranquilizarse.

– Oh, ¿igual que tú?

Grant le dirigió una mirada inescrutable.

– No me sorprendería que Rebecca te llamara. Adiós, Kyle, Sam.

Samantha lo observó marcharse y se sintió repentinamente insegura. Estaba a solas con Kyle. Otra vez. Se suponía que era eso lo que quería. ¿O no? Mientras Grant se alejaba en su camioneta, fue de pronto consciente de que el aire de la casa parecía haberse espesado, llenándose de una silenciosa emoción. Y empezó a tener problemas para respirar. Y sentir eso estando cerca del hombre que había sido capaz de romperle el corazón era completamente estúpido.