—Ya ha llegado —dijo.
Le miré fijamente, sin comprender a qué se refería.
—¿Qué ha llegado? —pregunté.
—El segundo capítulo del caso A. B. C.
Durante unos instantes le miré sin entender nada. El suceso del asesinato se había borrado por completo de mi memoria.
—Lee —y Poirot me entregó la carta.
Como la anterior, estaba escrita a máquina en un papel excelente.
«Querido señor Poirot:
¿Qué me dice de nuevo? El primer tanto ha sido para mí, ¿verdad? El asunto Andover permanece sumido en el más profundo misterio. Pero lo importante apenas ha empezado. Permítame que atraiga su atención hacia Bexhill—on—Sea. La fecha será el 25 del corriente.
»Cómo nos divertiremos, ¿eh?
»Queda suyo, afectísimo y s. s.,
A. B. C.»
—¡Dios Santo, Poirot! —exclamé—. ¿Significa eso que ese criminal va a cometer otro crimen?
—Naturalmente, Hastings. ¿Qué otra cosa puedes esperar? ¿Creías que el asunto de Andover era un caso aislado? ¿No te acuerdas que yo mismo dije: «Ése es el principio»?
—Es espantoso.
—Sí, es espantoso.
—Nos enfrentamos con un monomaníaco homicida.
—Sí.
La tranquilidad de mi amigo me hizo dominarme. Con un estremecimiento le devolví la carta.
La mañana siguiente nos encontró en una reunión del cuartel general. El jefe de policía de Sussex, el asistente del departamento de Investigación Criminal, el inspector Glen, de Andover, el superintendente Carter, de Sussex; un famoso alienista, componíamos la reunión. El matasellos de la carta era de Hampstead, pero según parecer de Poirot, no se podía dar gran importancia al detalle.
El asunto se discutió ampliamente. El doctor Thompson era un simpático hombrecillo de mediana edad que, a pesar de toda su sabiduría, se conformaba con hablar en inglés claro, evitando todo tecnicismo.
—No cabe duda —dijo el asistente— que las dos cartas fueron escritas por la misma persona.
—Y también que el remitente es responsable del asesinato cometido en Andover.
—Cierto. Ahora nos encontramos con el aviso de otro crimen que se cometerá mañana en Bexhill. ¿Qué se puede hacer?
El jefe de policía de Sussex miró al superintendente.
—Bien. Carter. ¿Qué hacemos?
El superintendente movió pensativo la cabeza.
—Es difícil decidir nada. No sabemos absolutamente nada acerca de quién puede ser la persona condenada a muerte.
—¿Me permiten una insinuación? —murmuró Poirot. Todos los rostros se volvieron hacia él.
—Creo muy posible que el apellido de la persona a quien va a asesinar empiece con la letra «B».
—Algo es —murmuró dubitativamente Carter.
—Un complejo alfabético —murmuró pensativo el doctor Thompson.
—Yo sólo lo sugiero como posibilidad —continuó Poirot—. Se me ocurrió cuando vi él nombre de Ascher escrito sobre la puerta del estanco. Al leer el nombre de Bexhill se me ocurrió que tanto la víctima como el lugar del crimen podían haber sido escogidos siguiendo un orden alfabético.
—Es posible —asintió el doctor—. Y también lo es que en el crimen que esperamos la víctima sea de nuevo la propietaria de una tienda Debemos tener en cuenta que el asesino es un loco. Hasta ahora no ha demostrado lo contrario.
—¿Puede tener un loco un motivo? —preguntó el superintendente.
—Sí. A veces en el cerebro de un loco penetra la idea de que debe matar a determinadas personas, por ejemplo, a curas, médicos, estanqueros. Siempre en el fondo hay un motivo definitivo para tales motivos. No debemos dejarnos llevar por lo del orden alfabético. El hecho de que en Bexhill se cometa un crimen después de otro cometido en Andover puede ser una simple coincidencia.
—Por lo menos podemos tomar ciertas precauciones
—dijo Poirot—. Se podría hacer una lista de todas las tiendas que el nombre de cuyos propietarios empiece con «B», y vigilar todos los estancos atendidos por una sola persona. Creo que no puede hacerse más.
El superintendente lanzó un gruñido de disgusto.
—Con las vacaciones que acaban de empezar. el pueblo estará lleno de forasteros.
—Haremos todo cuanto nos sea posible —dijo vivamente el jefe de policía.
El inspector Glen habló a su vez.
—Haré que se vigile a todos los que tienen algo que ver con el asunto Archer. Los dos testigos. Patridge y Ridell, y desde luego, el mismo Ascher. Si alguno de ellos abandonase Andover sería seguido y vigilado.
El consejo se levantó tras algunas indicaciones más sin importancia.
—Poirot —dije mientras paseábamos por la orilla del río—. Supongo que ese crimen podría evitarse.
Mi amigo volvió hacia mí su descompuesto rostro.
—Mucho me temo que no podamos hacer nada. Recuerda la impunidad de que disfrutó durante mucho tiempo Jack «el Destripador».
—¡Es horrible! —exclamé.
—La locura, Hastings, es una cosa muy terrible... Estoy asustado... Muy asustado...
Capítulo IX
El crimen de Bexhill-On-Sea
Todavía recuerdo mi despertar en la mañana del 25 de julio. Esto debió de ocurrir alrededor de las siete y media.
Poirot estaba de pie junto a mi cama, dándome golpecitos en el hombro. Una mirada a su rostro me despejó por completo.
—¿Qué pasa? —pregunté rápidamente. Su respuesta fue terriblemente sencilla.
—Ha ocurrido.
—¿Cómo? —exclamé—. ¿Qué dices? ¡Pero si hoy estamos a veinticinco.
—Ocurrió ayer noche o a primeras horas de la mañana de hoy.
Mientras saltaba de la cama, mi compañero me fue explicando lo que había sabido por teléfono.
—El cuerpo de una joven ha sido encontrado en la playa de Bexhill. Se trataba de Elizabeth Barnard, camarera de un café, y que vivía con sus padres en una casa recién construida. El forense ha dictado que la muerte debió de ocurrir entre las doce y media y la una de la madrugada.
—¿Estás seguro de que se trata de un crimen? —pregunté mientras me afeitaba apresuradamente.
—Una guía de ferrocarriles abierta en la sección correspondiente a Bexhill fue encontrada debajo del cadáver.
—¡Es horrible¡ —exclamé, estremeciéndome.
—Faites attention. Hastings. No quiero una segunda tragedia en esta habitación.
Me apresuré a secar la sangre del corte resultante de mi estremecimiento.
—¿Cuál es nuestro plan de campaña? —pregunté, inquieto.
—Dentro de breves instantes llegará un coche. Te voy a traer una taza de café y así no perderemos ni un minuto. Veinte minutos más tarde salíamos de Londres en un rápido coche de la policía.
Nos acompañaba el inspector Crome, que había asistido a la conferencia del día anterior y que estaba encargado oficialmente del caso.
Crome era un policía muy distinto de Japp Muy joven y callado, era el tipo de hombre destinado a ocupar altos cargos. Muy educado y culto, para mi gusto resultaba un poco demasiado pagado de si mismo. Poco tiempo antes de los dos crímenes consiguió detener a una banda de asesinos que iban a ser ahorcados en breve plazo.
Era persona indicada para esclarecer el misterio de los dos crímenes, pero estaba demasiado convencido de ello. Al hablar con Poirot lo hacía con cierta suficiencia. Sin duda le consideraba pasado ya de moda.
—He hablado con el doctor Thompson —dijo—. Está muy interesado en ese tipo de asesino que mata en serie o por orden alfabético. Se trata de un caso de locura muy curioso. Nosotros, los que estamos al servicio de la ley, no podemos parar mientes en esos detalles, pero a mí muchas veces me gustaría poderles prestar más atención. —Carraspeó—. Por ejemplo, en mi último caso, no sé si habrá usted leído algo acerca de él. Se trata del caso de Maber Horner. Aquel Capper era un hombre extraordinario. Me costó un horror hacerle confesar su crimen, que era el tercero que cometía. Parecía honrado como usted o yo. Hoy existen un sinfín de medios, de trampas verbales, podría calificarlos Son sistemas muy modernos; en su tiempo, señor Poirot, no existían. En cuanto se consigue que un criminal se contradiga. ya está perdido. Entonces comprende que uno está enterado de su delito y pierde toda la indispensable serenidad.