—En mi tiempo también se empleaba ese sistema —dijo Poirot.
—¿De veras? —preguntó indiferente Crome.
Durante unos minutos reinó profundo silencio. Al pasar frente al edificio de la estación de New Cross, Crome dijo:
—Le ruego que si desea saber algo del suceso me lo pregunte.
—¿Tiene, por casualidad, la descripción de la muchacha?
—Tenía veintitrés años de edad, estaba empleada como camarera en el café Ginger...
—Pas ça. Quisiera saber si era bonita.
—No sé nada acerca de ese punto —contestó el inspector Crome con una expresión que parecía decir: «Esos extranjeros son todos iguales».
Una lucecilla malicioso brilló en los ojos de Poirot. —A usted eso no le parece importante, ¿verdad? Sin embargo, pour une femme es de la mayor importancia. Muy a menudo la belleza decide el Destino.
Otra vez el inspector Crome repitió:
—¿De veras? —y otro largo silencio siguió a sus palabras.
Mi amigo no reanudó la conversación hasta que nos hallamos cerca de Sevenoaks,
—¿Sabe por casualidad can qué fue estrangulada la joven esa?
—Con su propio cinturón —replicó brevemente el inspector Crome.
Los ojos de mi amigo se abrieron desmesuradamente.
—¡Ah, ah! —exclamó—. Por fin tenemos algo importan te. Eso dice muchas cosas, ¿verdad?
—Todavía no lo he visto —replicó el inspector.
La cautela y falta de imaginación del hombre me ponían frenético.
Por fin llegamos a Bexhill, donde nos esperaba el superintendente Carter. Le acompañaba un joven inspector, de rostro simpático e inteligente, llamado Kelsey, que debía trabajar junto a Crome, el agente.
—Usted querrá hacer sus investigaciones, ¿verdad, Crome? —dijo el superintendente—. Le informaré de los detalles más interesantes para que pueda hacerse cargo del asunto.
—Muchas gracias —replicó Crome,
—Hemos comunicado la triste noticia a los padres de la muerta —empezó el superintendente—. Han sufrido una conmoción terrible. Debido a su estado dejé el interrogatorio para más tarde, de manera que pueda usted empezarlo cuando guste,
—Supongo que la muerta tendría más familia, ¿verdad? —preguntó Poirot.
—Sí, tiene una hermana que trabaja en Londres, como mecanógrafa. También existe un joven con quien se la suponía la noche pasada.
—¿Han sacado algo en limpio de la guía de ferrocarriles? —preguntó Crome.
—Está allí —y el superintendente señaló la mesa—. No hemos encontrado ninguna huella dactilar. Estaba abierta por la parte correspondiente a Bexhill. Se trata de un ejemplar nuevo, pues no ha sido abierto mucho. No lo compraron en el pueblo, pues he preguntado a todos los quiosqueros.
—¿Quién descubrió el cadáver?
—El coronel Jerome, un veraneante. A las seis de la mañana salió a pasear por la playa con su perro. El animalito empezó a husmear y se alejó de su amo. Éste lo llamó y al ver que no volvía fue a ver lo que pasaba. Se portó muy bien, pues lo dejó todo tal como estaba.
—La joven fue asesinada alrededor de las doce de la noche, ¿no es así?
—Sí, entre las doce y la una. Nuestro criminal es un hombre de palabra. Ha cumplido lo que prometió. El asesinato fue cometido en los primeros minutos del día veinticinco.
Crome asintió.
—¿Hay algo más? —preguntó—. ¿Se ha descubierto algo que pueda sernos de utilidad?
—De momento, no. Pero aún es pronto. Todos aquellos que vieron ayer noche en la playa a una joven vestida de blanco, acompañada de un hombre, vendrán a comunicárselo. Como supongo que ayer noche debía de haber por los menos unas cuatrocientas jóvenes vestidas de blanco paseando por la playa, el trabajo va a ser terrible.
—Bien —intervino Crome—. Lo mejor será que vayamos en seguida al café ese y luego a casa de los padres de la muerta. Usted. Kelsey, venga conmigo.
—¿Y el señor Poirot? —preguntó el superintendente.
—Acompañaré al señor Crome —replicó mi amigo. Crome pareció un poco molesto Kelsey. que no conocía en absoluto a Poirot. sonrió burlonamente.
Era un hecho comprobado que todos aquellos que veían por primera vez a mi amigo le tomaban por tonto —¿Qué hay del cinturón con que estrangularon a la joven? El señor Poirot cree que se trata de un indicio de importancia. Supongo que le gustará verlo.
—Du tout —replicó presto Poirot—. No me ha entendido usted.
—No podrán sacar nada de é1—replicó Carter—. No es un cinturón de cuero que hubiera podido conservar huellas dactilares. Se trata de un cordón de seda... lo más indicado para el caso.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo.
—Bueno —dijo Crome—. Será mejor que marchemos a cumplir nuestra obligación.
Nuestra primera visita fue al café Ginger El establecimiento se hallaba frente al mar y pertenecía al tipo corriente de casa de té. Las mesitas de madera estaban cubiertas con manteles color naranja y las sillas eran de enea, muy incómodas y adornadas con cretona del mismo color que los manteles. Era una de esas casas que por las mañanas sirven desayunos y por la tarde cinco clases distintas de té (Devonshire, farmhouse, fruta Carlton y sencillo) y también servían algunos platos, como diversas clases de huevos, cangrejos y macarrones a la italiana.
Los almuerzos empezaban a ser servidos. La encargada del café nos hizo pasar apresuradamente a una sucia trastienda.
—¿Es usted la señorita Merrion? —inquirió Crome, oficioso.
—La misma —contestó amablemente la encargada—. Ese suceso es muy lamentable. ¡Muchísimo! ¡No quiero pensar el perjuicio que ocasionará a nuestro negocio!
La señorita Merrion era una mujer muy delgada, de unos cuarenta años, con el cabello de un rojo naranja. Sus manos retorcían nerviosamente los diversos lazos que constituían el adorno de su uniforme.
—Esté tranquila, señorita —la tranquilizó el inspector Kelsey—. Ya verá usted cómo no puede dar abasto a servir tés. Todos los veraneantes se volcarán aquí.
—Es muy lamentable que ocurra así —replicó la señorita Merrion—. El ser humano es algo nauseabundo. Pero en sus ojos se leía una gran satisfacción.
—¿Qué sabe usted de esa joven, señorita Merrion?
—Nada —contestó la mujer—. Nada en absoluto.
—¿Cuánto tiempo trabajó en su casa?
—Éste era el segundo verano. —¿Estaba contenta de sus servicios? —Era una buena camarera... rápida y muy educada, —Era bonita, ¿verdad? —inquirió Poirot.
A su vez, la señorita Merrion le dirigió una mirada que quería decir: «¡Oh, estos extranjeros!»
—Era una joven atractiva, muy linda —dijo altivamente.
—¿A qué hora salió anoche de aquí? —preguntó Crome.
—A las ocho. Cerramos a las ocho. No servimos cenas.
—¿Dijo por casualidad lo que pensaba hacer?
—No, señor.
¿Vino a buscarla alguien?
—No.
—¿Era su aspecto el de costumbre? ¿No estaba inquieta?
—No puedo asegurárselo —contestó altiva la propietaria del café.
—¿Cuántas camareras emplea usted?
—Corrientemente dos y desde el veinte de junio a finales de agosto.
—La señorita Barnard era de las primeras, ¿no?
—Sí.
—¿Y la otra?
—¿La señorita Higley? Es una joven muy simpática.
—¿Eran amigas de la señorita Barnard?