—Ninguna noticia todavía —contestó a la muda interrogación de mi amigo—. Tenemos en movimiento a todos los hombres disponibles. Las personas cuyos apellidos empiezan por C y tienen teléfono están siendo avisadas. Siempre existe la posibilidad de que podamos conseguir algo. ¿Dónde está la carta?
Poirot se la entregó.
El policía la examinó, lanzando algunas maldiciones.
—¡Cochina suerte!... Todo parece ponerse de acuerdo para favorecer a ese asesino.
—¿No cree que ese hombre puede haber equivocado a propósito la dirección?
Crome negó con un gesto.
—No; ese asesino tiene sus reglas y obra de acuerdo con ellas. Para encontrar satisfacción en sus delitos tiene que avisar antes. Tal vez el motivo de la equivocación sea que es asiduo consumidor de whisky White Horse y su recuerdo le indujo a error.
—Ah, c'est ingenieux Ya! —exclamó Poirot admirado a su pesar— Mientras escribía la dirección debía de tener ante él la botella.
—Eso mismo —asintió Crome—. Es muy corriente que sin darse uno cuenta, a veces se copie lo que se tiene delante. Empezó con la palabra White y continuó Horse en lugar de haven...
El inspector nos comunicó que viajaba en el mismo tren que nosotros.
—Aun en el caso de que no hubiera ocurrido nada, Churston es el lugar que debemos visitar. Nuestro asesino está allí o por lo menos ha estado hoy. Tengo a uno de mis hombres en el teléfono por si hay alguna noticia antes de que salgamos de Londres.
En el momento en que el tren emprendía la marcha vimos a un hombre que atravesaba corriendo el andén en dirección a nuestro coche. Al llegar junto a la ventanilla del departamento de Crome le dijo algo en voz alta. Apenas había salido el tren de la estación, nos dirigimos al departamento de nuestro compañero.
—¿Tiene alguna noticia? —preguntó Poirot.
—La peor que podía habérsenos dado —replicó lentamente Crome—. Sir Carmichael Clarke ha sido hallado con la cabeza destrozada.
A pesar de que el público en general no conocía el nombre de, sir Carmichael Clarke, éste era un hombre bastante famoso. En su tiempo había sido uno de los mejores especialistas de la garganta Al retirarse de su profesión, después de haber ganado bastante dinero, pudo dedicarse a lo que constituía una de las mayores pasiones de su vida: coleccionar porcelanas... chinas. Algunos años más tarde, la herencia dejada por un tío suyo le permitió aumentar su colección, hasta el extremo de llegar a reunir una de las mejores colecciones de arte chino. Estaba casado, pero no tenía hijos, y vivía en una casa que se hizo construir en la costa de Devon. Solo iba a Londres de tarde en tarde, y siempre para adquirir algún nuevo ejemplar.
No me costó mucha reflexión darme cuenta de que su muerte, siguiendo a la joven Betty Barnard, sería la mayor sensación periodística del año. El hecho de que estuviésemos en agosto y por tanto los periódicos anduvieran escasos de noticias, no harían sino empeorar las cosas.
—Eh bien! —dijo Poirot—. Es posible que la publicidad haga lo que nuestros esfuerzos no han conseguido. Todo el país estará lleno de gente buscando a A. B. C.
—Por desgracia eso es lo que él quiere precisamente —murmuré.
—Es verdad. Pero también nos favorecerá el hecho de que, envanecido por su éxito, se descuide.
—¡Qué extraño es todo esto. Poirot! —exclamé, asaltado de pronto por una idea—. Éste es el primer crimen de esa clase en que tú y yo trabajamos juntos. Los demás han sido lo que podría llamar... crímenes privados.
—Tienes razón. Hasta ahora habíamos trabajado desde dentro. Lo importante era la historia de la víctima, quiénes se beneficiaban con su muerte, qué oportunidad habían tenido de matarle los que le rodeaban. Ahora tenemos por primera vez el crimen impersonal, los asesinatos de un loco. El crimen desde fuera.
—¡Es horrible! —exclamé estremeciéndome.
—¡Hay que contener los nervios! —exclamó Poirot con impaciencia—. Esto no es peor que un asesinato vulgar.
—Es... es...
—¿Es peor matar a un desconocido o a un amigo que cree y confía en nosotros?
—Es peor porque es obra de un loco.
—No, Hastings, no es peor, sólo es más difícil.
—No estoy de acuerdo contigo. Es más horripilante.
—Debería ser más fácil porque es loco —murmuró pensativo mi amigo—. Un crimen cometido por una persona inteligente debería ser más complicado, Si pudiéramos describir la idea... Eso del orden alfabético discrepa en algunos puntos. Si pudiera encontrar el motivo todo aparecería claro y sencillo.
Lanzó un suspiro y movió la cabeza.
—Es necesario que esos crímenes no continúen. Debo ver pronto la verdad. Durmamos un poco, Hastings. Mañana habrá mucho trabajo.
Capítulo XV
Franklin Clarke
Churston se encuentra entre Brixham, Paignton y Torquay. Diez años antes del crimen era simplemente unos campos de golf que llegaban hasta el mar, y dos o tres casas de campo por toda habitación humana. Pero en los últimos años se habían levantado numerosas casas entre Churston y Paignton.
Sir Carmichael Clarke había comprado dos acres de terreno, desde donde se disfrutaba de una maravillosa vista del mar. La casa que hizo construir era de una estructura moderna, un blanco rectángulo que no era muy desagradable a la vista. Aparte de las dos galerías que albergaban la colección de porcelanas, la casa no era muy espaciosa.
Llegamos a Churston a las ocho de la mañana, aproximadamente. Un oficial de policía que nos esperaba en la estación nos puso al corriente de la situación.
Sir Carmichael Clarke tenía costumbre de dar un paseo cada noche, después de la cena. Cuando la policía llamó a su casa, poco después de las once, se le dijo que sir Carmichael no había regresado aún. Como en su paseo el coleccionista seguía siempre el mismo camino, no costó gran trabajo encontrar su cuerpo. Éste presentaba un fuerte golpe en la nuca causado por un instrumento muy pesado. Junto al cadáver fue hallada una guía de ferrocarriles «A. B. C.».
Llegamos a Combeside (así se llamaba la casa) a las ocho y minutos. La puerta fue abierta por un viejo criado cuyo trastornado rostro y temblorosas manos demostraban cuán profundamente le había afectado la tragedia.
—Buenos días, Deveril —le saludó el policía.
—Buenos días, señor Wells,
—Estos señores, Deveril, son policías de Londres. —Por aquí, señores; tengan la bondad —y nos guió a un amplio comedor donde estaba servido el almuerzo-Llamaré al señor Franklin. Vuelvo inmediatamente. Voy corriendo.
Unos minutos después un hombretón de atezado rostro entraba en el comedor.
Era Franklin Clarke, el único hermano del muerto. Tenía los modales resueltos de un hombre acostumbrado a encontrarse en situaciones embarazosas.
—Buenos días, señores.
—Aquí el inspector Crome, del D.T.C.[1]
— El señor Hércules Poirot y... el capitán Hayter,
—Hastings —corregí fríamente.
Franklkin Clarke nos estrechó las manos por turno y cada apretón iba acompañado de una inquisitiva mirada. —Permítame que les invite a almorzar; mientras tanto podremos hablar de lo ocurrido.
Ninguno de nosotros rechazó la invitación y a los pocos momentos estábamos haciendo los honores a unos excelentes huevos con jamón y una taza de café fuerte
—Ayer noche —empezó Franklin Clarke— el inspector Wells me dio una sumaria explicación de este terrible crimen. Es lo más horrible que he oído en mi vida. ¿Debo creer, inspector Crome, que mi pobre hermano fue víctima de un monomaniaco homicida y que el de ahora es el tercer crimen y que en cada uno de los anteriores se ha encontrado también una guía de ferrocarriles junto a las víctimas?
—Así es, Clarke.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué beneficio podría sacar de este crimen el asesino, aunque éste sea el loco más loco del mundo?