Poirot movió aprobadora mente la cabeza.
—Va usted recto al misterio, señor Franklin —respondió.
—Es inútil buscar motivos a ese crimen —intervino Crome—. Esto es trabajo de un alienista.
—¿De veras, señor Poirot?
Clarke no parecía dispuesto a creer lo que oía. Su pregunta al más viejo de nosotros hizo fruncir el ceño a Crome.
—En efecto, señor Clarke —replicó mi amigo.
—Sea como fuere, ese hombre no puede tardar mucho en ser detenido —murmuró pensativo Franklin Clarke.
—Vous crovez? Por desgracia, ces gens là son muy listas. Tenga en cuenta que esos hombres son de tipo insignificante, no se diferencian en nada de los que cada día pasan junto a nosotros sin que nos demos cuenta de su presencia
—Le agradeceré que me cuente lo que sepa, señor Clarke —intervino el inspector Crome,
—Perfectamente.
—Tengo entendido que ayer noche su hermano gozaba de perfecta salud y humor, ¿verdad? ¿Recibió alguna carta que no esperaba? ¿Le preocupaba algo?
—No. Yo lo encontré igual que siempre.
—¿No estaba preocupado?
—No he querido decir eso, señor inspector. El estar preocupado era cosa normal en mi hermano.
—¿Por qué"?
—Mí cuñada goza de muy poca salud. Hablando confidencialmente les diré que tiene un cáncer incurable y no podrá vivir mucho. La enfermedad de su mujer trastornó terriblemente a mi hermano. Hace poco llegué aquí y me sorprendió el terrible cambio especialmente físico que se había operado en él.
—¿Qué hubiera usted creído —intervino Poirot— si su hermano hubiera sido hallado muerto de un tiro en la sien y con un revólver junto a él?
—Hablando con franqueza hubiese creído que se trataba de un suicidio —contestó Clarke.
—Encore! —exclamó Poirot.
—¿Qué quiere usted decir? —Un hecho que se repite. No tiene importancia.
—Lo cierto es que no fue un suicidio —intervino seca. mente Crome—. Tengo entendido, señor Clarke, que su hermano tenía por costumbre dar un paseo cada noche. —Es verdad.
—¿Cada noche?
Excepto cuando llovía, naturalmente.
—¿Todos los de la casa conocían esa costumbre?
—Desde luego.
—¿Y los de fuera?
—No sé lo que quiere usted decir con eso. Puede ser que el jardinero estuviera también enterado, no puedo asegurarlo.
—¿Y en el pueblo?
—Empleando la palabra en su verdadero sentido no hay ningún pueblo aquí. En Churston Ferrer está la estación y Correos, pero no hay en absoluto pueblo ni tiendas.
—Supongo que la presencia de un forastero en el lugar sería notado fácilmente. ¿verdad?
—Al contrario En agosto, toda esta parte del país está llena de forasteros. Todos los días llegan a Brizham, Torquay y Paignton en automóviles, autobuses y a pie. Broadsands, que está allá abajo (señaló con el dedo), es una playa muy concurrida y también lo es Elbury Cove. La gente va en tropel a merendar allí. Ojalá no lo hicieran. No tienen ustedes idea de lo hermosos que son esos lugares en el mes de junio y a principios de julio.
—¿Entonces usted no cree que un forastero hubiera sido notado?
—No, a menos que pareciera... loco.
—El hombre en cuestión no tiene aspecto de loco —aseguró Crome—. Ese criminal ha debido de pasar por aquí y se habrá enterado de las costumbres de su pobre hermano de salir a pasear de noche. Supongo que ayer no vino nadie a preguntar por sir Carmichael, ¿verdad? ¿No opina como yo?
—Que yo sepa, no... pero podemos preguntar a Deveril. Pulsó el timbre y cuando llegó el criado le hizo la pregunta.
—No, señor, no vino nadie a preguntar por sir Carmichael. Ya lo he preguntado a las criadas.
El criado aguardó un poco y al fin preguntó:
—¿Eso es todo, señor?
—Sí, Deveril, puedes retirarte.
El criado dirigióse hacia la puerta del comedor retrocediendo unos pasos para dejar pasar a una joven.
Al verla entrar, Franklin se levantó.
—Les presento a la señorita Grey. La secretaria de mi hermano.
Me llamó en seguida la atención el aspecto escandinavo de la joven. Su cabello era de un rubio ceniciento, los ojos grises y el cutis de una transparencia como sólo se encuentra entre los suecos y noruegos. Representaba unos veintisiete años y parecía ser tan eficiente como bella y decorativa.
—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó al sentarse. —Clarke le ofreció una taza de café, pero la joven la rechazó.
—¿Se cuidaba usted de la correspondencia de sir Carmichael? —preguntó Crome.
—Sí, señor.
—¿Recibió alguna carta o cartas firmadas con las iniciales A, B. C.?
—¿A. B. C.? —la joven movió la cabeza—. No, estoy segura de que no.
—¿Dijo si en alguno de sus paseos nocturnos había visto a alguien espiándole?
—No, señor.
—¿Y usted no ha notado la presencia de algún desconocido?
—Sí, he visto, pero no rondando la casa. En este tiempo se ven muchos forasteros.
Poirot movió pensativo la cabeza.
El inspector Crome pidió que le guiase al lugar del crimen. Franklin Clarke nos guió y salimos acompañados de la señorita Grey,
Ella y yo quedamos un pozo rezagados.
—Este suceso habrá sido un golpe terrible para ustedes —dije.
—Parece completamente increíble. Cuando ayer noche nos visitó la policía yo ya estaba en la cama. Me despertó el ruido de sus voces. Cuando bajé, el señor Clarke y Deveril acababan de salir juntos con linternas.
—¿A qué hora acostumbraba volver de sus paseos sir Carmichael Clarke?
—Alrededor de las diez menos cuarto. Al volver entraba por la puerta trasera v unas veces se iba directamente a la cama y otras se entretenía contemplando su colección. Por eso, al no llegar la policía, es muy probable que su ausencia no hubiera sido descubierta hasta esta mañana.
—Su mujer debe de estar desesperada.
—La esposa del señor Clarke pasa la mayor parte del tiempo bajo el efecto de la morfina. Creo que está demasiado enferma para darse cuenta de qué ocurre alrededor de ella.
Habíamos salido a los campos de golf y atravesando el extremo de uno de ellos llegamos a un caminito que descendía en zigzag.
—Este camino conduce a Elbury Cove —explicó Franklin Clarke—. Hace dos años construyeron una carretera que conduce a Broadsands y a Elbury, por lo tanto el camino está ahora poco frecuentado.
Descendimos siguiendo la senda hasta llegar a una plazoleta desde la que se divisaba el mar y la playa de guijarros blancos. Altos árboles azul oscuro descendían hasta el mar. Era un sitio encantador en el que dominaban los colores blanco, verde y azul zafiro.
—¡Qué maravilla! —exclamé. Clarke volvió rápidamente hacia mi.
—¿No es cierto? No comprendo que la gente quiera ir a la Riviera teniendo esto aquí. He recorrido casi todo el mundo y jamás he visto nada tan hermoso como esto.
Después, corno avergonzado de sus palabras, continuó más seriamente:
—Éste era el paseo nocturno de mi hermano. Llegaba hasta aquí y luego volvía a subir torciendo a la derecha en lugar de la izquierda y entraba por la puerta trasera.
Seguimos nuestro camino hasta llegar al lugar donde fue hallado el cadáver.
—Muy fácil —murmuró Crome—: El asesino permaneció en la sombra. Su hermano no debió de notar nada hasta que recibió el golpe.
La muchacha, que estaba junto a mí, se estremeció de horror,
—Ánimo, Thora —dijo Franklin Clarke.
Thora Grey..., el nombre le cuadraba perfectamente Volvimos a la casa, donde el cadáver había sido conducido después de ser fotografiado.
En el momento en que subíamos por la amplia escalera, el forense salió de una habitación; en la mano llevaba un maletín negro.
—¿Tiene usted algo que decirnos, doctor? —pregunté Clarke.
El forense negó con la cabeza.