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—Es un caso muy sencillo. Guardaré todas las frases técnicas para la encuesta. Murió instantáneamente —antes de marcharse añadió—: Voy a ver a lady Clarke. No sé si sabe algo.

Una enfermera salió de la habitación del fondo del corredor y el médico se reunió con ella.

Entramos en el cuarto que acababa de abandonar el médico.

No tardé ni dos segundos en salir de allí. Thora Grey seguía en el extremo de la escalera. En su rostro se reflejaba un profundo horror.

—Señorita Grey... ¿Le ocurre algo? La secretaria me miró.

—Estaba pensando en... —contestó.

—¿En D? —pregunté mirándola de modo ambiguo.

—Sí, en el próximo asesinato. Es necesario hacer algo para impedirlo.

Clarke salió de la habitación.

¿Qué es lo que hay que evitar. Thora? —preguntó.

—Esos horribles asesinatos.

—Sí —el hombre apretó furiosamente los dientes—. Quiero hablar con el señor Poirot... ¿Vale algo ese Crome? —preguntó inesperadamente.

Contesté sin gran entusiasmo que tenía fama de ser un excelente policía.

—Tiene una manera de obrar muy antipática —dijo Clarke—. Parece que lo sepa todo. Y en realidad, ¿qué es lo que sabe? Nada en absoluto.

Calló durante un par de minutos. Después continuó:

—El señor Poirot es el hombre que yo necesito. Tengo un plan. Pero ya hablaremos de eso más tarde.

Marchó por el corredor y fue a llamar al mismo cuarto en que había entrado el médico.

Vacilé un momento. La secretaria miraba fijamente ante ella.

—¿En qué piensa usted, señorita Grey?

—Me pregunto dónde estará en estos momentos el... asesino —replicó con la mirada perdida en el vacío.

—La policía le busca... —empecé.

Mis palabras rompieron el hechizo. Thora Grey movió la cabeza y murmuró:

—Sí, claro, sí.

A su vez bajó por la escalera y yo me quedé arriba murmurando

—A. B. C., ¿dónde estará en estos momentos?

Capítulo XVI

(Aparte del relato personal del capitán Hastings)

El señor Alexander Bonaparte Cust salió del Torquay Pavillon mezclado entre el publico que abandonaba la sala después de presenciar la emocionante película «Ningún gorrión».

Al llegar a la calle parpadeó al ser heridos sus ojos por el sol poniente y miró a su alrededor con aquella expresión de perro perdido, tan peculiar en él.

—Es una idea... —murmuró.

Los vendedores de periódicos gritaban:

—¡Últimas noticias...! ¡El crimen de un loco en Churston!

El señor Cust sacó una moneda del bolsillo y compró un periódico. No lo abrió en seguida.

Pausadamente dirigióse al Princess Gardens y se sentó en un banco situado frente a la playa de Torquay y abrió el diario.

En grandes titulares se leía:

EL ASESINATO DE SIR MICHAEL CLARKE

—HORRIBLE CRIMEN EN CHURSTON—

LA OBRA DE UN LOCO HOMICIDA

Y debajo:

«Hace apenas un mes toda Inglaterra se conmocionó ante la noticia del asesinato de una joven llamada Elizabeth Barnard, de Bexhill. Se recordará que junto a su cadáver apareció una guía de ferrocarriles "A. B. C." Otra guía semejante se ha hallado junto a sir Carmichael Clarke, y la policía está convencida de que ambos crímenes han sido cometidos por una misma persona. ¿Será posible que un loco homicida recorra nuestras playas cometiendo esos crímenes espantosos?»

Un joven con pantalones de franela y camisa azul eléctrico que se hallaba sentado junto al señor Cust, comentó:

—Un crimen repugnante, ¿verdad?

El señor Cust dio un respingo.

—¡Oh...! Sí, si...

El joven notó que las manos de su vecino temblaban de tal manera que apenas podían sostener el periódico.

—Uno nunca sabe lo que puede hacer un lunático —siguió el veraneante—. Además, no se diferencia en nada de una persona normal. Son iguales que usted y yo...

—Supongo que sí —contestó el señor Cust.

—Muchos de ellos están así a causa de la guerra.

—Creo que tiene usted razón.

—No me gustan las guerras —continuó el joven. Su compañero se volvió hacia él y declaró:

—A mí tampoco me gustan: el cólera, la enfermedad del sueño, el cáncer y el tifus... sin embargo, siguen existiendo.

—La guerra se puede evitar —aseguró el joven,

El señor Cust se echó a reír largamente. El joven empezó a alarmarse.

«Me parece que éste no está muy, bien de la cabeza», pensó.

Y en voz, alta dijo.

—Perdóneme, señor. Supongo que usted debió de estar en la guerra.

—Sí —replicó Bonaparte Cust—. Desde entonces no he vuelto a tener sana la cabeza. A veces me duele horriblemente, ¿comprende?

—¡Oh! Lo siento mucho —tartamudeó el joven.

—Hay momentos en que no sé lo que hago...

—¿De veras? Bueno, perdóneme, pero tengo que ir a un recado urgente —el joven se alejó apresuradamente; sabía por experiencia lo que es la que gente que empieza a hablar de su salud.

El señor Cust quedóse solo con su periódico. Lo leyó y releyó...

Numerosa gente pasaba ante él.

Muchos de los paseantes hablaban del crimen

—¡Es horrible!... ¿No te parece que los chinos tienen algo que ver con ese crimen? ¿No era camarera de un café chino?

—Esta vez ha sido en los campos de golf...

—Yo entendí que había sido en la playa...

—...ayer mismo tomamos el té en Elbury...

—...la policía está segura de detenerle...

—...dicen que lo arrestarán de un momento a otro... El señor Cust dobló cuidadosamente el periódico y lo dejó en el. banco. Luego se levantó y lentamente dirigióse hacia la población,

Junto a él pasaban numerosas muchachas vestidas de blanco amarillo y azul, unas con pijamas de playa, otras con faldas pantalones. Reían estrepitosamente y miraban con gran atención a los hombres que se cruzaban con ellas.

Ni una sola de sus miradas se posaron en el señor Cust...

Éste fue a sentarse a una mesita y pidió té con leche...

Capítulo XVII

Dos cartas

Con el asesinato de sir Carmichael Clarke, el misterio de la guía de ferrocarriles entró en su apogeo. Los periódicos no se ocupaban de otra cosa. Se indicaban un sinfín de pistas. Anunciábanse innumerables detenciones. Aparecían fotografías de todas las personas y lugares que tenían alguna referencia, aunque remota, con el crimen. Se relataban entrevistas con todos aquellos que se mostraban dispuestos a dejarse interpelar. En el mismo Parlamento tuvieron lugar algunas interpelaciones.

El asesinato de Andover fue unido a los otros dos... En Scotland Yard se creía que cuanta más publicidad se diera al asunto, mayores serían las oportunidades de detener al criminal. La población entera de la Gran Bretaña se convirtió en un tropel inmenso de detectives aficionados.

El Daily Flicker anunció en grandes titulares, dirigiéndose a sus numerosos lectores:

¡EL ASESINO PUEDE ESTAR EN SU CIUDAD!

Desde luego, Poirot estaba muy enredado en toda esa publicidad. Las cartas recibidas por él fueron reproducidas en todos los periódicos y revistas y sufrió numerosos ataques por no haber evitado los crímenes que le habían sido anunciados. En cambio, otros aseguraban que el famoso detective estaba a punto de detener al asesino.

Los periódicos se pasaban el día solicitando entrevistas, y con lo poco que mi amigo les decía, llenaban columnas enteras con tonterías.

HÉRCULES POIROT SIGUE DE CERCA LA MARCHA DE LOS ACONTECIMIENTOS