»Luego, por la tarde, en el jardín, vi al jardinero que regaba las flores. Al ir a Correos estuve a punto de atropellar a un ciclista. No recuerdo nada más. Lo siento. Poirot volvióse hacia Thora Grey.
—¿Y usted. señorita Grey? —preguntó. Con voz pausada, la joven contestó:
—Por la mañana redacté el correo de sir Carmichael, después vi al mayordomo. Por la tarde escribí unas cartas y trabajé un poco en un jersey. Es difícil recordar lo que hice, pues fue un día como los demás Me acosté temprano.
Con profundo asombro por mi parte, Poirot no hizo ninguna pregunta más a la secretaria. Volviéndose hacia la señorita Barnard, le dijo:
—¿Puede usted recordar algún detalle de la última vez que vio a su hermana?
—Debí de verla quince días antes de su muerte. Fui a pasar el fin de semana a casa de mis padres. El tiempo era muy bueno y fuimos a la piscina de Hastings.
—¿De qué habló usted durante aquellos días?
—De cosas sin importancia.
—¿Y su hermana?
La joven pareció abismarse en sus recuerdos.
—Me contó que tenía mucho trabajo arreglándose dos trajes de verano que se había comprado. Me habló un poco de Don... Me contó que Milly Higley, su compañera de trabajo, le era muy antipática. Luego nos reímos de la propietaria del café... Y no recuerdo nada más.
—¿No habló de algún hombre...; perdone, señor Fraser; con quien tuviera que verse?
—A mí no me habría contado nada de eso —contestó secamente Megan.
Poirot dirigióse al novio de Betty Barnard.
—Señor Fraser... deseo que procure recordar. Usted ha dicho que la noche fatal fue al café. Su primera intención fue esperar allí y seguir a su novia. ¿Puede recordar a alguien a quien viera salir estando allí?
—Vi mucha gente. No puedo recordar a nadie en particular.
—Perdone, pero, ¿lo intenta de veras? Por muy preocupado que uno esté, siempre se fija en alguien...
—No recuerdo a nadie —insistió el joven.
Poirot lanzó un suspiro y volvióse entonces hacia Mary Drower.
—¿Recibía usted cartas de su tía?
—Sí, señor.
¿Cuándo recibió la última? Mary reflexionó unos instantes. —Dos días antes de que la asesinaran.
—¿Y qué le decía?
—Me contaba que su marido la había estado molestando y le envió a freír espárragos, perdone esta expresión señor. Me decía también que esperaba verme el miércoles... era el día que yo tenía libre..., para ir al cine juntas. Era mi cumpleaños.
Algo, acaso el recuerdo de la festividad, llenó de lágrimas los ojos de Mary.
—Usted perdone. señor —se excusó—. Ya sé que las lágrimas no están bien, pero me ha sido imposible contenerlas.
—Comprendo lo que le pasa a usted —intervino Franklin Clarke——. Son los pequeños detalles los que más nos recuerdan a los seres queridos.
—Es verdad ——murmuró Megan—. Lo mismo me pasó a mí cuando la muerte de Betty. Mamá le había comprado unas medias nuevas el mismo día en que la encontraron muerta. Cuando llegué a la casa la hallé llorando sobre las medias. No hacía más que decir: «Las compré para Betty. Las compré para Betty... y ella ni siquiera las ha vísto.»
Su voz se quebró en sollozos. Inclinóse hacia delante y su mirada se encontró con la de Franklin Clarke. Súbitamente se estableció entre ambos una gran simpatía, una fraternidad en el dolor.
Donald Fraser se agitó inquieto en su silla.
Fue Thora Grey quien varió el rumbo de la conversación.
—¿No vamos a formar algún plan para el futuro? ——preguntó.
—Desde luego —contestó Franklin Clarke, recobrando su carácter habitual—. Mi parecer es que tan pronto como se reciba la cuarta carta unamos nuestras fuerzas. Hasta ese momento creo que debemos obrar independientemente. Creo que el señor Poirot puede aconsejarnos muy bien lo que debemos hacer.
—Puedo hacer algunas indicaciones —dijo Hércules Poirot.
—Perfectamente. Las anotaré para no olvidarlas —y el señor Franklin sacó del bolsillo una libreta—. Adelante, señor Poirot.
—Creo posible que la camarera Milly Higley esté enterada de algo interesante.
—Milly Higley... —escribió Clarke.
—Sugiero dos métodos de aproximación. Usted, señorita Barnard, puede intentar la aproximación ofensiva.
—Supongo que usted cree que eso está de acuerdo con mi carácter —dijo secamente Megan.
—Haga por pelearse con ella. Dígale que está enterada de que jamás apreció a su hermana, y que Betty contó todo lo de ella... Si no me engaño, esto provocará un alud de recriminaciones... ¡Le dirá todo cuanto pensaba acerca de su hermana! Algo útil puede salir de ello.
—¿Y el otro método?
—¿Me permite sugerirle, señor Fraser, que debería demostrar algún interés por la muchacha?
—¿Es necesario?
—No, no lo es. Se trata sólo de una posible línea de exploración.
—¿Quiere que pruebe yo fortuna? —preguntó Franklin—. Tengo bastante experiencia, señor Poirot. Déjeme ver lo que saco de esa joven.
—Usted tiene ya su parte en el drama —dijo bruscamente Thora Grey.
Clarke inclinó la cabeza.
—Es verdad —murmuró. Poirot le dirigió una aguda mirada.
—¿Cómo está lady 'Clarke? —preguntó.
Estaba observando el débil color en las mejillas de Thora Grey. Y casi perdí la respuesta de Clarke.
Bastante mal. Y. a propósito, señor Poirot: ¿podría hacerle una visita en Dorou? Antes de marcharme me dijo que deseaba verle. Si usted quisiera ir. Yo le abonarla los gastos.
—Perfectamente, señor Clarke. ¿Le parece bien, pasado mañana?
—Bien. Avisaré a la enfermera para que tenga preparada a la paciente.
—En cuanto a usted, jovencita —siguió Poirot volviéndose hacia Mary—, creo que podrá ayudarnos bastante en Andover. Se encargará de los chiquillos.
—¿Los chiquillos?
—Sí. Los niños no se muestran propicios a hablar con los desconocidos. En cambio, usted es conocida en la calle donde vivía su tía. Por allí jugaban numerosos chiquillos. Tal vez se fijaron en quien entraba y salía del estanco.
—¿Y qué hay de la señorita Grey y yo? —preguntó Clarke.
—¿Cuál era el matasellos de la tercera carta, señor Poirot? —preguntó Thora Grey.
—Putney, mademoiselle.
—S. W. 5, Putney, ¿verdad? —inquirió pensativa la joven.
—Por rara casualidad, los periódicos la reprodujeron correctamente.
—Esto parece indicar que A. B. C. vive en Londres.
—¿Qué le parece, señor Poirot —preguntó Franklin—, si insertáramos un anuncio por este estilo: «A. B. C, Urgente. H. P. sobre tus pasos. Cien libras por mi silencio. X Y. Z,»? Desde luego, podría hacerse mejor, pero usted ya comprenderá lo que quiero decir. Tal vez con ello lográsemos que se descubriera.
—Es posible.
—Quizá se decidiera a pegarme un tiro.
—Pues a mí me parece una locura bastante peligrosa. Usted qué cree., señor Poirot?
—No puede resultar ningún daño de hacer la prueba. Estoy seguro de que A. B. C. será lo bastante listo para no contestar
—Poirot sonrió levemente—. No lo tome como ofensa, señor Clarke, pero en el fondo, sigue siendo usted un chiquillo.
Un poco avergonzado, Franklin inclinó la cabeza.
—Bien —dijo al fin, consultando la libreta de notas—. Estamos ya empezando la investigación: A. —Señorita Barnard y Milly Higley. —B. —Señor Fraser y señorita Higley. S. — Niños de Andover D. — Anuncio.
— »No espero mucho de todo ello, pero nos servirá como ayuda.
Se puso en pie y unos minutos más tarde, la reunión había terminado.
Capítulo XIX
Una canción
Poirot regresó a su asiento, tarareando una canción. —Es una lástima que sea tan inteligente —murmuró.