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(Aparte del relato del capitán Hastings)

El inspector Crome se hallaba en su despacho de Scotland Yard.

El teléfono colocado sobre su mesa emitió un discreto zumbido.

—Soy Jacobs —dijo una voz en el otro extremo del hilo—. Hay aquí un joven que cuenta una historia que creo le interesará a usted,

El inspector Crome lanzó un suspiro de alivio. Veinte personas por lo menos acudían diariamente con historias interesantes acerca de A, B. C, Parte eran inofensivos locos, otros visitantes eran seres que creían de buena fe que sus informes eran valiosos.

—Bien, bien, Jacobs —dijo Crome—. Hágale pasar. Unos segundos después se oía una llamada a la puerta del despacho y el sargento Jacobs aparecía, seguido de un joven de bastante buen aspecto.

—Aquí el señor Tom Hartigan —presentó—. Tiene que decirnos algo importante sobre el caso A. B. C.

El inspector estrechó la mano de Tom.

—Buenos días, señor Hartigan —saludó—. Siéntese, haga el favor. ¿Un cigarrillo?

Tom Hartigan se sentó desmañadamente, y miró con profundo respeto al que él consideraba el jefe de Scotland

Yard. Sin embargo, a los pocos momentos se dijo que para desempeñar tan alto cargo su aspecto era muy vulgar.

—Veamos lo que sabe usted —dijo Crome.

—Desde luego. puede que no tenga importancia —empezó, nervioso, Tom—. Es una idea mía y tal vez le haga perder el tiempo por nada.

De nuevo el inspector Crome suspiró imperceptiblemente. ¡Las cantidades de tiempo que tenía que perder tranquilizando a los que acudían a verle!

—No se preocupe, amigo Cuéntenos lo que sepa.

—Pues verá, señor. Yo tengo una novia y su madre tiene una casa de huéspedes. Vive en Candem Town. En el segundo piso se hospeda un hombre llamado Cust.

—¿Cust?

—Sí. Es un sujeto de mediana edad, bondadoso, suave y... un poco lelo. Ésta es la palabra más apropiada. Uno de esos seres a quienes se juzga incapaces de hacer daño a una mosca, y jamás se me hubiera ocurrido pensar mal de él a no ser por un suceso bastante raro.

Confusamente, y entre multitud de repeticiones, Tom relató su encuentro en la estación de Euston con el señor Cust y el incidente del billete perdido.

—Lo mire como lo mire, señor, es raro. Lily, mi novia, estaba segura de que el señor Cust iba a Chaltenham, lo mismo dice su madre. Cuando ocurrió eso no presté ninguna atención al suceso, pero al hablar con mi novia y decirme ella que en el anterior crimen de A. B. C. el señor Cust se hallaba en Churston, dije que no tendría nada de extraño que fuese el mismo A B. C. en persona. Reímos la ocurrencia y no volvimos a hablar de ello. aunque yo seguí pensando en el señor Cust.

Tom descansó un momento y prosiguió:

—Después del crimen de Doncaster leí lo que traían los periódicos La descripción del asesino estaba de acuerdo con la del señor Cust y las iniciales de sus nombres y apellidos con A. B. C. Además, las fechas de los primeros crímenes concuerdan con ausencias del señor Cust, o sea que siempre que A. B. C. mataba a alguien, él desde luego estaba fuera de Londres.

El inspector escuchaba atentamente, tomando de cuando en cuando alguna nota.

—¿Eso es todo? —preguntó.

—Sí, señor. Le aseguro que si he venido aquí ha sido por creer que podía ayudar a la policía.

—Muy bien. Ha hecho perfectamente viniendo, y se lo agradecemos profundamente. Desde luego, las pruebas son muy leves y puede tratarse simplemente de una coincidencia de iniciales y fechas. Sin embargo, ¿me permiten interrogarle? ¿Está ahora en casa?

—Sí, señor.

—¿Cuándo volvió?

—La tarde del crimen de Doncaster.

—¿Qué ha hecho desde entonces?

—Se ha pasado la mayor parte del tiempo en casa. Dice la señora Marbury que se porta de una manera muy rara. Compra una infinidad de periódicos. Se levanta a primera hora y compra los de la mañana y en cuanto oscurece sale por los de la noche. Parece que se está volviendo loco.

—¿Dónde vive la señora Marbury? —preguntó Crome. Tom se lo indicó.

—Muchas gracias. Seguramente hoy mismo le haré una visita. No creo necesario advertirle la importancia de que no repita ni una palabra de cuanto hemos hablado. Muchas gracias por todo, señor Hartigan.

—¿Qué le parece, señor? —preguntó unos momentos más tarde el sargento Jacobs, regresando de acompañar a Tom Hartigan.

—La cosa promete. Eso si lo que nos ha contado el muchacho es verdad. Hasta ahora no hemos tenido suerte con los fabricantes de medias. Lo mejor sería que envíe

a dos hombres para que vigilen a ese pájaro de Camden Town, pero procurando no asustarle. Quiero hablar con el asistente. Luego creo que lo mejor será traer aquí a ese Cust y pedirle que haga una declaración completa.

Tom Hartigan se había reunido con Lily Marbury, que le esperaba fuera, en el Embankement.

—,¿Todo bien, Tom? El joven asintió.

—He visto al inspector Crome.

—¿Qué aspecto tiene?

—El de un hombre como otro cualquiera.

—¿Y qué ha dicho?

Tom hizo un breve resumen de la entrevista.

—Así, creen que él ha sido el asesino, ¿verdad?

—Creen que puede serlo. Hoy mismo sin falta irán a interrogarle.

—¡Pobre señor Cust!

—No hay que llamarle pobre. Piensa que si es realidad A. B. C.. ha cometido cuatro asesinatos.

Lily movió la cabeza y lanzó un suspiro.

—¡Es horrible! —murmuró.

—Bueno, ahora lo que tenemos que hacer es comer un poco. Piensa que si nuestras sospechas son ciertas mi nombre aparecerá en los periódicos.

—¡Oh, Tom! ¿De veras?

—¡Ya lo creo! Y el tuyo también. Y el de tu madre. Y casi aseguraría que hasta publicarán tu retrato.

—¡Oh, Tom! —y Lily se sumió en un éxtasis.

—¿Qué te parece si mientras llega todo eso nos fuésemos a Corner House?

Lily vaciló.

—Anda, vamos.

—Está bien, pero tendrás que esperar un momento. He de telefonear.

—¿A quién?

—A una amiga mía a quien tenía que ir a ver.

Cruzó la calle y tres minutos más tarde se reunía de nuevo con su novio. En su rostro se encendía un vivo rubor.

—Vamos ya, Tom. Cuéntame más cosas de Scotland Yard. ¿No viste allí al otro?

—¿A qué otro?

—Al belga. Ese a quien escribe A. B. C.

—No, no estaba allí.

—Es igual, explícame lo que viste.

***

El señor Cust colgó el teléfono y se volvió hacia la señora Marbury. que desde el otro extremo de la habitación le miraba devorada por la curiosidad.

—Recibe usted pocas llamadas telefónicas, señor Cust.

—Sí, muy pocas, señora Marbury.

—Espero que no se tratará de ninguna mala noticia.

—No, no.

—¡Qué pesada era aquella mujer! Con el rabillo del ojo leyó en el periódico que llevaba en la mano: «Casamientos.

—Nacimientos.

—Muertes.»

—Mi hermana ha tenido un niño —dijo al fin. ¡Él que nunca había tenido una hermana!

—¡Oh, qué bien! ¡Qué noticia más agradable!

—¡Qué hombre! En tantos años jamás se le había ocurrido mencionar el hecho de que tenía una hermana—. Le aseguro que me sorprendió cuando una voz de mujer me pidió hablar con el señor Cust. Al principio creí que era la voz de Lily, sólo que ésa era más aguda. Bien. señor Cust, le felicito. ¿Es su primer sobrino?

—Es el único que he tenido y... tendré. Bueno, tengo que marcharme en seguida. Si me doy prisa, aún podré tomar el tren.

—¿Estará fuera mucho tiempo, señor Cust?

—No, no. Dos o tres días.

El señor Cust desapareció dentro de su cuarto y la señora Marbury se retiró a la cocina, pensando en el encantador sobrino del señor Cust.

Éste descendió poco después por la escalera. Llevaba una maleta en la mano. Su mirada se posó un momento en el teléfono y la breve conversación sostenida poco antes volvió a sonar en sus oídos.