»Pasaré rápidamente sobre lo que sigue. Se cometió un cuarto asesinato... el de un hombre llamado George Earsfield; se supone que se le mató confundiéndose con un tal Dowues, cuya estatura era semejante y que se sentaba en la misma fila del muerto.
»Y ahora, al fin, llega el cambio de la marea. Las cosas se ponen en contra de A. B. C. en lugar de favorecerle. Está señalado, perseguido y al fin es arrestado,
»¡El caso, como dice Hastings, ha terminado!
»Cierto en cuanto al público se refiere. El hombre está en la cárcel y probablemente será encerrado en un manicomio. ¡No se cometerán más asesinatos! ¡Fin! R. I. P.!
»¡Mas no para mí! Yo no sé nada... nada en absoluto! ¡Desconozco el porqué!
»Y además existe un pormenor desconcertante. Cust tiene una coartada para la noche del crimen de Bexhill. —A mí me ha preocupado mucho este hecho —dijo Franklin Clarke.
—¡Sí! A mí también me preocupó. Porque la coartada tiene todas las apariencias de ser genuina. Pero no puede serlo a menos... y ahora llegamos a dos interesantes teorías. »Supongamos, amigos míos, que Cust cometía tres crím enes, el «A», el «C» y «D», pero el segundo, el «B», no era cometido por él.
—Señor Poirot, no...
Poirot hizo callar con una mirada a Megan Barnard.
—No diga nada, mademoiselle. ¡Voy en pos de la verdad! Supongamos, digo, que A. B. C. no sea el autor del segundo crimen. Recuerden que tuvo efecto a primeras horas del día veinticinco, el día señalado por él para el asesinato. Supongamos que alguien se le hubiese anticipado ¿Qué haría en semejantes circunstancias? Pues cometer un segundo asesinato o aceptar el primero como un funesto regalo.
¡Señor Poirot, eso es una fantasía! —exclamó Megan—. ¡Todos los crímenes debieron ser cometidos por la misma persona!
Sin hacer caso de la interrupción, Poirot continuó: —Esta hipótesis tiene la ventaja de explicar un hecho... la discrepancia entre la personalidad de Alexander Bona. parte Cust, quien jamás hubiera podido «castigar» a una joven, y la personalidad del asesino de Betty Barnard. Y no es la primera vez que unos asesinos se han aprovechado de los delitos de otros. No todos los crímenes de Jack el «Des-tripador» fueron cometidos por Jack el «Destripador». »Pero entonces me encontré ante otra dificultad.
»Por la época del asesinato de Betty Barnard no había llegado hasta el público el menor detalle acerca de los delitos de A. B. C. El asesinato de Andover despertó muy poco interés. El incidente de la guía de ferrocarriles encontrada sobre el mostrador ni siquiera se había mencionado en la Prensa. Por consiguiente, aquel que asesinó a Betty Barnard tuvo que tener acceso a hechos conocidos sólo por ciertas personas, yo, la policía y algunos amigos y vecinos de la señora Ascher.
»Esta línea de investigación conducía a un callejón sin salida.
Cuantos rodeábamos a Poirot estábamos pálidos. Donald Fraser dijo pensativo:
—Los policías, al fin y al cabo, son seres humanos, y muchos son hombres atractivos... —y se interrumpió, mirando inquisitivo a Poirot.
—No, no es eso —replicó mi amigo—. Ya les dije que había otra teoría.
»Supongamos que Cust no sea responsable del asesinato de Betty Barnard. Supongamos que fuera otro hombre su asesino. ¿Podría ser éste responsable de los demás crímenes?
—¡Todo esto no tiene sentido! —exclamó Clarke.
—¿No? Entonces hice lo que debía haber hecho al principio. Examiné desde un punto de vista totalmente opuesto las cartas recibidas. Desde el principio noté que había algo irregular en ellas... como un experto en pintura nota que un cuadro es defectuoso...
»Sin detenerme a pensar había supuesto que el defecto o la irregularidad que en ellas notaba se debía a la locura del hombre que me las enviaba.
»Volví a examinarlas... y esta vez llegué a una conclusión totalmente distinta. Lo irregular en ellas era ¡el hecho de que estaban escritas por un hombre cuerdo!
—¡Cómo! —exclamé.
—¡Sí, esto mismo! Eran irregulares lo mismo que un cuadro es irregular,.. ¡porque era una fabricación! Pretendían ser las cartas de un demente... de un loco homicida, pero en realidad no eran nada de eso.
—¡Todo eso no tiene sentido! —replicó, alterado, Franklin Clarke.
—Mais oui! Uno debe razonar, reflexionar. ¿Cuál podía ser el objeto de tales cartas? ¡Enfocar la atención hacia el que las escribía, llamar la atención hacia los crímenes! En verité, a primera vista no parecía tener sentido. ¡De pronto vislumbré una luz! Era para atraer la atención hacia varios asesinatos... hacia un grupo de asesinatos... ¿No fue su gran Shakespeare quien dijo: «No puedes ver los árboles a causa del bosque»?
No me entretuve en corregir a Poirot su error literario. Estaba intentando ver adónde iba a parar. Me dirigió una rápida mirada y prosiguió:
—Tenía que vérmelas con un inteligente asesino, despiadado y audaz, no con el señor Cust. ¡Él jamás hubiese podido cometer esos crímenes! No, tenía que luchar con un nombre totalmente distinto, un hombre de naturaleza infantil, lo demuestran sus cartas, propias de un colegial, y a la guía de ferrocarriles, un hombre atractivo para las mujeres, y con un despiadado desdén por la vida humana. ¡Un hombre que, forzosamente debía tener un papel prominente en uno de los crímenes!
»¿Cuáles son las preguntas que se hace la policía cuando se ha asesinado a un hombre o una mujer? Oportunidad. ¿Dónde se hallaba cada uno en el momento del crimen? Motivo. ¿A quién beneficia la muerte del asesinado? Si el motivo y la oportunidad son indudables. ¿qué ha de hacer el asesino? Falsificar una coartada, o sea manipular el tiempo de alguna manera. Pero éste es siempre un procedimiento azaroso. Nuestro criminal imaginó una defensa más fantástica, ¡Creó un loco homicida!
»No tuve más que revisar los crímenes y hallar al po. sible culpable. ¿El crimen de Andover? El más probable sospechoso en éste era Franz Ascher, pero no podía imaginarme a Ascher inventando y llevando a cabo un proyecto tan complicado; tampoco me lo imaginaba premeditando un crimen. ¿El crimen de Bexhill? Donald Fraser era una posibilidad. Tenia inteligencia y habilidad. Pero su motivo para matar a su novia podía ser sólo celos, y éstos no tienden a la premeditación. También supe que tuvo sus vacaciones en la primera quincena de agosto, lo cual hacía imposible que tuviera nada que ver con el crimen de Churston. Llegamos por fin al crimen de Churston, y en seguida nos hallamos en un terreno más prometedor.
»Sir Carmichael Clarke era un hombre riquísimo. ¿Quién hereda su fortuna? Su esposa, que está a punto de morir, goza de un interés vitalicio en ella, y luego va a parar a Franklin Clarke.
Poirot volvióse lentamente y su mirada se cruzó con la de Clarke.
—En aquel momento me sentía completamente seguro. El hombre que me había imaginado como asesino de Betty Barnard era el mismo que tenía delante. A. B. C. y Franklin Clarke eran la misma persona. El carácter aventurero, la vida agitada, la parcialidad por Inglaterra, los modales atractivos y libres... Nada más fácil para él que trabar amistad con una camarera. El cerebro metódico aquí mismo hizo una vez una lista con las iniciales A. B. C. y por fin el espíritu infantil, mencionado por lady Clarke, y demostrado por él mismo en su afán de formar una legión. He descubierto en su biblioteca un libro titulado: «Los chicos del ferrocarril», por A. Nesbit. Ya no me quedaba la menor duda. A. B. C., el hombre que escribió las cartas y cometió los crímenes era Franklin Clarke.
Clarke rompió en una estrepitosa carcajada.
—¡Muy ingenioso! ¿Y qué hay del hecho que cogieran al amigo Cust con las manos empapadas en sangre? ¿Qué hay de la sangre en su americana? ¿Y del cuchillo en su casa? Él puede negar que haya cometido los crímenes... Poirot se apresuró a interrumpirlo.