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– ¿Por qué no? Mark Xavier no era el tipo que se sacrifica a sí mismo por otro, el tipo Robin Hood -repuso secamente Ellery-. Acusó a la viuda de su hermano simplemente por interés económico, y era obvio que no podía dejar la otra pista a mano. Quería que su plan diera resultado. En otras palabras, que salvó a nuestro amigo del valet de diamantes por motivos financieros y nada más. En su propio caso, por lo tanto, la situación era muy distinta… Y hay algo más. Cuando le acusaste a él de haber asesinado a su hermano, perdió los nervios y estuvo dispuesto de inmediato a decirnos quién había sido el verdadero asesino, con lo que está claro que no tenía interés específico en proteger a nadie y mucho menos cuando se jugaba su propio cuello. Y también puede ser que él hubiera resuelto por su cuenta el acertijo del valet de diamantes. Esa es una respuesta suficiente, creo, a tus dudas acerca de cómo Mark pudo saber la identidad del asesino de su hermano: la que encontró en la mano de John, el medio valet.

– Puede ser… -murmuró el inspector-. Y para evitar que hablara, el asesino lo quitó de en medio -se puso de pie y dio una vuelta a la habitación-. De modo que todo nos lleva a ese maldito valet de diamantes. Si supiéramos a quién tenían en la cabeza John y Mark cuando decidieron dejarnos esa pista, tendríamos a nuestro hombre…

– Lo sabemos.

– ¿Qué?

– Llevo dándole vueltas en la cabeza desde anoche y creo que ya lo tengo -Ellery lanzó un suspiro-. Sí, si eso es todo, el caso está resuelto. Siéntate, padre. Te advierto que es la cosa más absurda que hayas oído en tu vida. Mucho más fantástico que lo del seis de picas. Y es, además, una solución que necesita todavía mucha elaboración. ¡Siéntate, siéntate!

El inspector se sentó a toda prisa.

Una hora después, ya con la noche rojinegra caída, se formó una reunión de desmoralizador aspecto en la sala de juego. El inspector permanecía de pie junto a la puerta del vestíbulo, recibiéndolos uno por uno, en silencio. Entraban cautelosamente, temerosos, observando su cara ceñuda con resignación y aprensión. Al no encontrar consuelo en ella, buscaban el rostro de Ellery, pero el joven les daba la espalda, mirando por la ventana hacia la oscuridad exterior.

– Y ahora que estamos todos reunidos -comenzó el inspector con un tono aún más serio que su expresión-, siéntense y pónganse cómodos. Esta va a ser nuestra última conferencia de prensa sobre crímenes. Hemos tenido un largo y complicado trabajo, se lo aseguro, y ya va siendo hora de terminar. El caso está resuelto.

– ¡Resuelto! -exclamaron.

– ¿Resuelto? -dijo el doctor Holmes-. ¿Quiere decir que ya saben…?

– Inspector -dijo la señora Xavier con voz ronca-. ¿Han encontrado al… al verdadero culpable?

La señora Carreau estaba sentada rígidamente, y los gemelos se miraban entre sí con excitación. Los demás contenían la respiración.

– ¿No entiende usted cristiano? -soltó el inspector-. He dicho que está resuelto. Venga, Ellery, esto es cosa tuya.

Los ojos de los reunidos se fijaron en la espalda de Ellery. Se volvió lentamente.

– Señora Carreau -dijo abruptamente-, ¿es usted de origen francés?

– ¿Yo? -repitió, asustada.

– Sí.

– ¿Por qué? Sí, sí, desde luego que sí, señor Queen.

– ¿Y sabe usted hablar bien francés?

La mujer temblaba, pero trató de reírse.

– Pues… sí. Me educaron enseñándome los verbos irregulares y el argot de París.

– Hmmm -Ellery avanzó hasta una de las mesas de bridge-. Quiero adelantarles -dijo sin expresión alguna- que lo que voy a exponer constituye probablemente la más fantástica reconstrucción de un crimen que se haya hecho nunca en los anales de los llamados «crímenes de inteligencia». Es de una increíble sutileza Es algo tan alejado de las deducciones y observaciones habituales que podría parecer sacado de Alicia en el país de las maravillas. Pero los hechos están aquí y no podemos ignorarlos. Les ruego que sigan atentamente mis explicaciones.

El preámbulo fue recibido en el más profundo de los silencios. En las caras, en todas, se leía una completa confusión.

– Todos ustedes saben -continuó Ellery lentamente- que cuando encontramos el cadáver de Mark Xavier, encontramos también en su mano -la correcta, por cierto- una carta de baraja partida. Era medio valet de diamantes, que sin duda alguna pretendía ofrecer una pista para encontrar a su asesino. Lo que ustedes no saben, sin embargo, es que cuando Mark Xavier entró en el estudio de su hermano John la otra noche y descubrió su muerte y dejó en su mano medio seis de picas para acusar de ese crimen a su cuñada, había ya en la mano del doctor otra carta, otra media carta.

– ¿Otra? -tartamudeó la señorita Forrest.

– Otra. No creo que sea necesario que les diga cómo sé esto, pero es algo que está fuera de toda duda. Mark Xavier se vio obligado a quitar de la mano crispada de su hermano… ¡medio valet de diamantes!

– Otro más -susurró la señora Carreau.

– Exactamente. En otras palabras, que los dos difuntos nos dejaron medio valet de diamantes para que sirviera de pista para descubrir a su común asesino, la misma pista. ¿A quién querían señalar con ese valet de diamantes?

Se miraron unos a otros. El inspector estaba apoyado en la pared, contemplándoles con ojos brillantes.

– ¿Alguna sugerencia? Es completamente outré, como ya he dicho. Examinémoslo punto por punto. Primeramente el elemento «valet». Una coincidencia curiosa, pero muy poco más que eso. Es cierto que un criminal puede ser llamado un valet, por aquello del crimen clásico del mayordomo, pero eso no es más que un prurito escolástico. El hecho es que el valet es llamado también jota, por Jack. No tenemos ningún Jack entre nosotros, y el único al que se le habría podido aplicar ese nombre, al difunto doctor John Xavier, es el primer fallecido. Veamos entonces el símbolo del palo de la baraja: los diamantes. No tenemos contacto alguno con joyas, a no ser los anillos robados, pero ninguno de ellos tenía diamantes, ni siquiera falsos. No hay, pues, tampoco nada por ese lado -se volvió inesperadamente hacia la señora Carreau, que dio un salto en la silla-. Señora Carreau, ¿qué significa carreau en nuestro idioma?

– ¿Carreau? -sus ojos castaños se desorbitaron-. ¡Oh! Significa muchas cosas. Un rombo, un cierto pasatiempo, un panel de cristal…

– Y una planta baja, y cierta clase de tejas… -Ellery sonrió con frialdad-. Existe también una expresión muy interesante: rester sur le carreau, que puede traducirse por quedarse en el sitio, muerto, naturalmente… pero todo eso es irrelevante -continuó mirándola fijamente-. ¿Qué otras cosas significa carreau?

Bajó los ojos:

– Me temo que no lo sé, señor Queen.

– ¡Si los franceses son grandes jugadores! ¿Ha olvidado usted que en francés el palo de la baraja que llamamos diamantes se conoce como carreau?

Quedó en silencio. Los demás rostros mostraban horror y sorpresa.

– Pero… ¡Dios mío! -exclamó el doctor Holmes-. ¡Eso es una locura, Queen!

Ellery se encogió de hombros, levantando la vista de la pobre mujer.

– Son hechos, no caprichos, doctor. ¿No le parece significativo que la carta fatal sea de diamantes y que los diamantes sean carreau en francés y que tengamos varios Carreau en esta casa?

La señorita Forrest se levantó de un salto y avanzó hacia Ellery con los labios apretados.

– ¡Nunca he oído tantas y tan crueles estupideces en toda mi vida, señor Queen! ¿Se da cuenta de lo que insinúa usted con tan estúpida base?