Pero habían comprendido ya que no había tal locura, sino valor y coraje y sangre fría.
Un objeto blanco, pequeño, había caído desde el avión, arrojado por un brazo humano desconocido, estrellándose con un ruido sordo a no más de diez metros de su hoguera.
El inspector ya trepaba por las incómodas y traidoras piedras como un mono, en dirección al objeto arrojado del avión. Le temblaban los dedos al desenvolver los papeles colocados alrededor de una piedra que les daba peso y consistencia.
Todos se apretujaron a su alrededor, agarrándose incluso de su chaqueta.
– ¿Qué es, qué es, inspector?
– ¿Qué dice?
– ¿Qué pasa?
– ¡Diga algo, por Dios!
El inspector leía con furia las líneas mecanografiadas a la luz cambiante de la hoguera. Y las líneas de su cara se ensombrecían según avanzaba en su lectura, sus hombros se hundían, toda sombra de esperanza, de vida, se borraba de sus ojos.
Todos pudieron vez en sus ojos la condena, los rostros se ablandaron, se desencajaron con la flaccidez de la muerte.
El inspector dijo despacio:
– Aquí está -y leyó, con voz ronca, ida:
Comandancia Provisional
Osquewa
Inspector Richard Queen:
Lamento tener que informar de que el incendio forestal del valle del Tomahawk y su zona de la sierra Tipi, con epicentro en el monte Flecha en el que se encuentran ustedes incomunicados, se encuentra fuera de nuestro control, y ya no tenemos ninguna esperanza de poder controlarlo ni reducirlo en un plazo normal. Avanza muy deprisa por las laderas del monte Flecha y alcanzará rápidamente la cima, a no ser que se produzca un milagro.
Hay centenares de hombres luchando contra él, los heridos son cada día más numerosos. Gran cantidad de ellos han sufrido quemaduras o intoxicaciones por humo, y todas las posibilidades de atención médica del hospital de este condado y de los vecinos están siendo explotadas a tope. La lista de muertos es ya de veintiuno. Lo hemos intentado todo, incluso dinamita y contrafuegos. Pero me temo que haya que admitir que hemos perdido.
No hay ninguna salida abierta para ustedes, desde la casa del doctor Xavier en el Flecha. Supongo que de eso ya se han dado cuenta ustedes.
Le envío este mensaje por medio del piloto Ralph Kirby. Una vez que hayan leído esta nota, háganle señas de que conocen su contenido. Cuando él sepa que han leído el mensaje, les lanzará una caja con medicinas y alimentos, que suponemos que les harán falta. Sabemos también que tienen agua suficiente. Si se pudiera, trataríamos de sacarlos de ahí en avión, pero es imposible. Conocemos el tipo de terreno, y no hay posibilidad alguna, ni remota, de tomar tierra ahí. Ni con un autogiro sería posible, y no tenemos ninguno, además. He pedido consejo a los expertos forestales y parece que hay una o dos zonas que tal vez les sirvan de algo a ustedes. Si el viento es constante, hagan un fuego cerca de él para combatir al fuego que asciende por la ladera. No creo que esto sea muy efectivo, porque los vientos ahí arriba son muy inconstantes y están variando siempre. Su segunda defensa será cavar una trinchera ancha en el borde de la maleza alrededor de la casa, con la idea de que el fuego no pueda atravesarla. Limpien de maleza la zona interior también, como medida de seguridad complementaria. Mantengan la casa húmeda constantemente, regando. Lo único que podemos hacer ahora con el incendio es dejarlo extinguirse por sí mismo. Ya ha devastado millas y millas de bosque en la zona. Mantengan la sonrisa y trabajen firmemente en la trinchera. Me he tomado la libertad de notificar al Departamento de Policía de Nueva York dónde y en qué condiciones se encuentran ustedes, y se mantienen en comunicación constante con nosotros. Lo siento una barbaridad, inspector, pero no puedo hacer nada más que esto. Mucha suerte a todos. ¡Y hasta muy pronto!
(firmado) Winslowe Reid,
Sheriff, Osquewa
– Por lo menos -dijo Ellery, rompiendo el fantasmal silencio que siguió a la lectura y riendo amarga y ferozmente- es un tipo comunicativo, ¿eh? ¡Dios Santo!
El inspector se acercó al fuego, a su hoguera cuanto pudo y levantó los brazos, despacio, sin energía, agitándolos sobre su cabeza. El piloto, que seguía dando vueltas sobre ellos, giró inmediatamente y comenzó a repetir las maniobras anteriores al primer lanzamiento. Y esta vez, al pasar tronando sobre sus cabezas, cayó un paquete bastante más voluminoso. Dio todavía un par de vueltas más alrededor, como temeroso de irse, se acercó una vez más, balanceó los planos, saludando como un amigo triste y se sumió en la noche. Ninguno de sus saludados movió un dedo hasta que la luz roja se desvaneció por completo en la oscuridad y la distancia.
La señora Carreau se dejó caer al suelo sollozando como si su corazón estuviera a punto de romperse. Los gemelos se colocaron a su lado, temblorosos.
– ¿A qué demonios estamos esperando? -bramó de pronto Smith, agitando los brazos como un molinete. Sus ojos miraban desorbitados, saliéndose de sus cuencas, mientras chorros de sudor descendían por las grasientas mejillas-. ¿No han leído la nota de ese maldito sheriff? ¡Hagamos la hoguera! ¡Y a cavar la zanja! ¡Por lo que más quieran, vamos!
– El fuego, no -dijo Ellery con calma-. El viento es muy irregular y podríamos hacer arder la casa.
– Pero Smith tiene razón en lo de la zanja -arguyó el doctor Holmes-. No podemos quedarnos aquí como ovejas en el matadero. Bones, vaya a buscar esos picos y palas que tiene en el garaje.
Bones soltó un taco y desapareció en la oscuridad.
– Creo que es lo único que podemos hacer -dijo el inspector con un tono agudo y muy poco natural-. Cavaremos hasta el fin. Y todos. Quítense toda la ropa que les parezca decente quitarse. Las mujeres, los chicos, todo el mundo a ayudar. Empezaremos ahora mismo, y no terminaremos hasta que hayamos acabado.
– ¿Cuánto tiempo tenemos? -musitó la señora Xavier.
Smith se internó en la oscuridad y desapareció entre la espesura. El doctor Holmes se quitó la chaqueta y la corbata y corrió tras Bones. La señora Carreau se puso en pie, ya sin sollozos. La señora Smith no se movió, mirando fijamente hacia donde se había ido Smith.
Parecían derviches haciendo sortilegios y bailando en una pesadilla más y más fantasmagórica e incontrolable.
Smith regresó, materializándose entre el humo.
– ¡Ya no está muy lejos! -rugió-. El fuego esta a punto de llegar, así que vamos. ¿Dónde están las herramientas?
Aparecieron Bones y el doctor cargados de utensilios de hierro.
Para alumbrar un poco, la señora Wheary, que era la más débil físicamente, mantenía la hoguera con material que los gemelos iban trayendo de la casa, destruyendo muebles. Se había levantado un fuerte viento que aventaba chispas de la hoguera alarmantemente. El inspector había señalado entretanto el trabajo a realizar, tres cuartos de círculo al borde del bosque. Las mujeres fueron encargadas de ir limpiando de arbustos y ramas secas el terreno pedregoso y llevarlos para alimentar la hoguera de cuando en cuando. El humo que se elevaba de ella parecía una señal de tribu india. Tosían, lloraban, ardían, sudaban y cada vez les pesaban más los brazos; levantarlos era una tortura refinada La señorita Forrest, impaciente, frenética, se cansó enseguida de recoger matas y arbustos y corrió a participar en la excavación.
Los hombres trabajaban en silencio, ahorrando aliento. Los brazos subían y bajaban, subían… bajaban…