»En cuclillas sobre el parapeto, apenas me atrevía a mirar hacia abajo. Aquellos versos sobre el hombre que recogía hinojo marino en los terribles acantilados acudieron a mi memoria y estuvieron a punto de paralizarme [26]. Hice la última parte de la escalada con un último esfuerzo desesperado y alcancé jadeante el alféizar de la ventana.
»La luz de la luna iluminaba el bulto oscuro de la armadura, que se encontraba prácticamente debajo de mí. Las puertas de la biblioteca estaban cerradas, para mi alivio, y no se veía ninguna luz por las rendijas. Descendí junto a aquella figura con yelmo y esperé hasta que mi respiración se calmó y recobró su ritmo normal.
»Debería decir que mi tío siempre se había mostrado reacio a dejarme entrar en la galería. Desde luego, no podía negarme el derecho a ver los retratos de mis ancestros, pero nunca me dejó allí solo con ellos; así pues, yo había visto aquella armadura sólo en la distancia. Está colocada sobre una especie de pedestal metálico; su mano derecha, embutida en cota de malla, descansa sobre el pomo de una espada desenvainada que apunta hacia abajo, hacia el suelo, tal y como se encuentra ahora. Pero a mí sólo me importaban las dos partes del cable que se metían en la galería desde el exterior: una estaba conectada con la parte trasera del yelmo, y la otra, al pedestal metálico; así pues, si un rayo cayera en la mansión, toda la fuerza de la corriente pasaría directamente a través de la armadura.
»Necesitaba más luz y decidí arriesgarme a encender una vela que había llevado conmigo. Con aquel dubitativo resplandor, la armadura parecía inquietantemente vigilante. La espada brillaba bajo su mano derecha envuelta en la cota de malla, y la punta de la hoja, pude verlo, encajaba en una ranura que había en el pedestal metálico. Impulsivamente, quise coger la espada por la empuñadura.
»La espada se movió como una palanca cuando la cogí, y la mano metálica se desplazaba también con ella. Cuando tiré suavemente hacia mí, un temblor recorrió toda la armadura. Yo retrocedí aterrado, pero mi manga se prendió en la empuñadura y la espada se arqueó todo lo que daba de sí. Pareció que la armadura repentinamente cobraba vida: las láminas ennegrecidas del pecho se abrieron de pronto, como si un monstruoso ocupante estuviera forzándolas para salir.
»Pero estaba completamente vacía. Acerqué un poco más la luz y vi que las láminas de metal habían sido engarzadas con bisagras por ambos extremos, de modo que toda la parte de la mitad delantera (exceptuando los brazos) se podía abrir hacia fuera. Cuando volví a empujar la espada hacia su posición inicial, las láminas del pecho se volvieron a cerrar casi sin hacer ruido. Las junturas y articulaciones eran apenas visibles: seguramente hubo un experto armador que empleó meses de laborioso trabajo.
»Había descubierto el secreto de mi tío, pero… ¿qué significaba? ¿Qué creía él que podía ocurrir cuando, tarde o temprano, un rayo cayera sobre la mansión? ¿Tendría la intención de comprar o engañar a alguna persona inocente para que ocupara la armadura (o ataúd) durante una tormenta? ¿Pretendería observar el resultado de semejante experimento? "Si pareciera que yo hubiera desaparecido", había dicho, "nadie deberá entrar en mis aposentos hasta que hayan transcurrido tres días y tres noches". ¿Era ése el tiempo que precisaba para huir si su víctima moría?
»¿O esperaba que algo… apareciera? Confieso que se me pusieron los pelos de punta cuando pensé en ello… y esa perspectiva plantea dudas sobre el estado mental de mi tío. Pero ahora ya estaba decidido a descubrir sus intenciones, y comencé a mirar por allí para buscar pistas. Había pensado que no había nada interesante en la gran mesa, pero entre las sombras, en un extremo, descubrí un delgado volumen en folio, encuadernado en piel.
»No era un libro impreso, sino un manuscrito, redactado con una retorcida caligrafía gótica. En la página del título sólo decía: "Trithemius. El poder de los rayos. 1697". Algunas tiras de papel se habían insertado entre las páginas, en varios lugares. Éste era, seguramente, el misterioso trabajo alquímico que tanto había excitado a mi tío. El verdadero Tritemio, como usted sabrá (yo lo tuve que buscar en el British Museum cuando volví a Londres), fue abad de Sponheim a finales del siglo XV, un supuesto mago acusado de haber compuesto "obras diabólicas"; se dice de él que inventó el "fuego eterno". Pero nuestro Tritemio, el autor del manuscrito, no aparece en ningún catálogo, lo cual sugiere que mi tío posee la única copia… o una de las pocas que haya [27].
»Intenté leerlo desde el principio, pero aunque la obra está en inglés, me resultó del todo impenetrable, así que volví una de las páginas que había marcado mi tío. La ilustración que encontré allí me puso la piel de gallina de nuevo. Consistía en cuatro recuadros alargados, el primero aparentaba una armadura (no podría decir si estaba ocupada o vacía) con un palo largo o una vara proyectándose verticalmente desde el yelmo. En el segundo se veía un rayo luminoso y dentado golpeando el extremo de la vara; en el tercero, la armadura aparecía rodeada de un halo de luz. Y en el último se podía ver (aunque la habilidad del artista era bastante deficiente) una figura deslumbrante que comenzaba a separarse de la armadura, o quizá los dos estaban fundidos, no podría asegurarlo.
»Regresé a los primeros pasajes marcados, pensando que haría mejor leyéndolo por orden, y supe de pronto que debía anotarlo. Ésta es una copia ajustada de lo que encontré».
Y diciéndome estas palabras, me tendió una hoja de papel.
Como la piedra imán debe buscar el Septentrión, así hube yo de hallar por experimental probatura que un fulgoroso rayo puede ser atrapado por una vara de hierro asentada en la cima de una colina. Y así, a la pregunta que el Señor Todopoderoso hizo a Job, me atrevo a contestar en modo afirmativo:
«¿Parten los rayos a tus órdenes
diciéndote: "Aquí estamos"?» [28]
Por eso se halla escrito en el Libro del Juicio:
Y el Ángel cogió el incensario y lo llenó con fuego del altar, y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos y voces y relámpagos y…» [29]
Y así, el hombre que poder tuviera para domeñar la fuerza de los rayos sería el Ángel vengador del Día del Juicio… -la oscuridad como la luz, y en esto reconocemos a los gnósticos- y tendría dominio y poder sobre las almas de los vivos y los muertos: poder para atar y desatar, et alzarse y abajarse, et si fuera un adepto verdadero, podrá llevar a buen fin el rito del cual he escrito en otro lugar. Porque así un árbol joven puede injertarse en uno viejo, así
– Me temo que eso es todo -dijo Magnus cuando le miré expectante-. Ya había girado la página cuando oí un ruido proveniente de la parte de la biblioteca: era el ruido de una llave girando en una cerradura. Apagué con un soplido la vela, cerré el libro y me dirigí tan rápidamente como fui capaz a la entrada principal. Pero los pasos se estaban ya acercando a la puerta de la biblioteca y sabía que las puertas de la casa no se podían abrir y cerrar a toda prisa sin hacer mucho ruido. Y tampoco tenía tiempo para salir por la ventana, encaramarme en el alféizar y cerrar la hoja de la ventana tras de mí. Podría haberme agazapado bajo la mesa grande, pero la idea de ser descubierto y tener que arrastrarme ignominiosamente delante de mi tío… No: sólo había un lugar donde esconderme. Cogí el pomo de la espada, tiré hacia mí y me metí en la armadura, deslizando mi brazo derecho en el lugar metálico que le correspondía y tirando de la espada. La armadura se cerró en torno a mí, y me sumí en la más absoluta oscuridad.
[26] Se refiere a los acantilados de Dover, citados en El rey Lear (IV, i):
[27] El clérigo alemán Johann Heidenberg, más conocido como Johann Trithemius o Tritemio (1462-1516), desarrolló parte de su obra en torno a la astrología, la alquimia y la magia, por lo cual se le considera uno de los padres del ocultismo. Su trabajo más popular es la obra de códigos titulada