– Por favor, no se disculpe. Se me podría haber ocurrido lo mismo a mí, pero mi pensamiento va por otros caminos. Puedo imaginarme perfectamente a mi tío, de niño, urdiendo un plan para aterrorizar a su primo…
Se quedó callado, contemplando el fuego mortecino. Yo me descubrí a mí mismo imaginando a Cornelius como un niño vestido con ropas viejas y negras, con una máscara de viejo decrépito, agazapado tras la armadura, los cielos oscuros en el exterior, y otro niño, pálido y temeroso, avanzando por la galería… y entonces, un susto, un estrépito de pasos corriendo, un alarido ahogado en el retumbar del trueno. Pensaba en Cornelius, incluso cuando era niño, codiciando la mansión y comprendiendo que sólo Félix se interponía entre sí mismo y la posible posesión de la heredad…
Magnus se inclinó hacia delante para remover las ascuas, rompiendo así mi ensoñación.
– Me decía usted que sus pensamientos van por otros caminos… -sugerí.
– Me preguntaba, y es algo que tendría que habérseme ocurrido antes, si mi tío adquirió realmente el manuscrito cuando nos lo dijo, o lo descubrió en algún lugar de la casa… Me preguntaba, en otras palabras, si Thomas Wraxford ya estaba familiarizado con Tritemio…
Un horrible presentimiento cruzó mi mente.
– ¿Cómo eran las palabras que usted copió? -pregunté-. ¿Cómo era lo del árbol nuevo en el árbol viejo…? Magnus volvió a sacar el papel de su chaqueta.
– «… si fuera un adepto verdadero, podrá llevar a buen fin el rito del cual he escrito en otro lugar. Porque así un árbol joven puede injertarse en uno viejo, así…».
Me pareció leer mi propia aprensión en su mirada.
– Seguramente -dije- ningún hombre puede tener la intención de sacrificar a su propio hijo… -Pero mientras decía esas palabras me di cuenta de que Abraham había pretendido exactamente eso.
– Seguramente -dijo Magnus-. Con toda probabilidad el chico murió por un trágico accidente… -Sin embargo, sus palabras no sonaban del todo convincentes.
– ¿Y la desaparición de Thomas Wraxford? -insistí-. ¿Qué piensa usted de eso, a la luz de las palabras de su tío a propósito de… «desaparecer»?
– Ya veo dónde quiere llegar… -dijo Magnus-, pero sin pruebas sólo podemos especular. Y respecto a mi tío… en cualquier caso, no hay niños en la mansión en este momento. Pero aparte de eso, me temo que tiene usted razón: todo lo que podemos hacer es observar y esperar. Y ahora, mi querido amigo, se está haciendo tarde, y no debo entretenerle más tiempo.
No podía recordar haberle sugerido que se estuviera haciendo demasiado tarde, de ningún modo, pero no pude imaginar otra excusa, y aunque le rogué que se quedara, insistió en que debía irse. Acordamos que le acompañaría hasta The White Lion: el cielo se había despejado, y el aire de la noche era muy frío y estaba en calma, y no había ningún ruido, salvo el débil tableteo de los guijarros en la playa iluminada por las estrellas, a lo lejos, a nuestra izquierda. Magnus regresó a la conversación sobre la pintura mientras caminábamos, diciendo que esperaba que yo pudiera hacer otro estudio de la mansión en circunstancias más felices. Los horrores de los que habíamos hablado no se disiparon fácilmente, y aquella noche mis sueños se poblaron con el sonido de pasos que corren y un maniquí con rostro decrépito.
Aproximadamente durante los siguientes quince días estuve atenazado por los malos presagios cada vez que se nublaba el cielo o el barómetro descendía más de lo habitual. Había recibido una nota de Magnus, tras su regreso a Londres, diciéndome cuán encantado estaba de haberme conocido, y agradeciéndome de nuevo la oferta de ir a la mansión si ello se hiciera necesario, pero nada más. Nos habíamos despedido como amigos íntimos; sin embargo, cuando miré atrás, recordé que yo no había averiguado nada de su vida, ni de sus intereses o aspiraciones, aparte de su trabajo, mientras que yo le había revelado muchas cosas de mí. Nuestro encuentro me había dejado desasosegado e inquieto, sin ninguna idea precisa sobre qué hacer al respecto.
Abril vino frío y borrascoso, y mayo ya estaba bien adelantado antes de que una larga temporada de buen tiempo nos trajera lo que quedaba de primavera. Día tras día acudí a la oficina bajo un deslumbrante cielo azul, deseando que mi ánimo pudiera brillar del mismo modo. Pensé durante mucho tiempo y muy a menudo abandonar la abogacía y probar fortuna como pintor, pero adolecía de fe en mí mismo. Wraxford Hall a la luz de la luna aún colgaba en la pared de mi despacho, recordándome el poder que no pude recuperar y a Cornelius en su fantasmal galería. Varias veces me puse en camino hacia Monks Wood, pero siempre hubo algo que me echó para atrás. El tiempo se tornó más caluroso aún, hasta que una mañana abrasadora y asfixiante salí a la calle para encontrarme con el cielo encapotado, el mar liso e inmóvil, con un amenazador color plomizo. Mi ansiedad fue en aumento, hasta que a primera hora de la tarde telegrafié a Magnus para decirle que se avecinaba una enorme tormenta. No hubo contestación, y pasé el resto del día reprochándome haber enviado aquel mensaje.
El calor fue agobiante durante toda la tarde y el barómetro continuó descendiendo, hasta que cayó la oscuridad sin un soplo de viento. Demasiado inquieto como para leer, me senté fuera, en el jardín, observando la noche. Entonces, a lo lejos, en el horizonte marino, pude ver el primer parpadeo luminoso de un relámpago, ramificándose y multiplicándose en un mudo espectáculo, hasta que el aire comenzó a estremecerse y el distante murmullo de un trueno se elevó sobre el zumbido estridente de los insectos. La aproximación de la tormenta, gradual al principio, pareció aumentar su velocidad a medida que se acercaba, hasta que el cielo del sur se convirtió en un ardiente tapiz de luz. Las palabras de Tritemio volvieron a mi memoria en medio de la conmoción de los elementos: «Y así, el hombre que poder tuviera para domeñar la fuerza de los rayos sería el Ángel vengador del Día del Juicio…». Pensé en la armadura ennegrecida de la galería: si Cornelius estaba lo suficientemente loco como para meterse dentro, ya debería estar convertido en cenizas. Nadie sino un lunático accedería a hacer algo semejante, pero si estaba lo suficientemente loco para hacerlo, lo haría, y poco importaría lo que se le dijera o se le… ¿Y si la persona que se iba a meter allí no hubiera accedido a hacerlo por voluntad propia? Si alguien moría, pensé, aquella muerte recaería sobre mi conciencia… Deberíamos haberle detenido, independientemente de los riesgos que pudiera correr Magnus respecto a su herencia. Pero aquel pensamiento fue interrumpido por una ráfaga de aire, acompañada de un destello, un ensordecedor estallido y un torrente de lluvia. Antes de que pudiera levantarme de la silla, ya estaba empapado.
Me quedé despierto hasta que la tormenta de rayos hubo cesado y el vendaval se alejó, observando el constante parloteo de la lluvia en las plantas y las hojas del jardín. Ya no importaba lo que hubiera podido hacer: ya era demasiado tarde… A menos que la mansión no se hubiera visto afectada, en cuyo caso… ¿me quedaría quieto, simplemente esperando a que la próxima tormenta descargara sobre Wraxford Hall? ¿O debería persuadir a Magnus para que consiguiera el certificado de la locura de su tío? Y si eso fallaba, ¿no debería al menos advertir a Cornelius de que sabíamos lo que estaba tramando? Salvo que… no lo sabíamos. La única certeza aquí era que cualquier intervención sólo conseguiría que Magnus perdiera la propiedad, y yo perdiera a mi cliente, si no mi reputación profesional. Le di vueltas y más vueltas al asunto hasta altas horas de la madrugada, sin que pudiera llegar a ninguna conclusión.
A pesar de todo, a primera hora del día siguiente ya estaba en la oficina y pasé la mayor parte de la mañana dando vueltas, arriba y abajo, en mi despacho, mirando absorto la calle mojada e incomodando constantemente a Josiah con preguntas sobre telegramas y mensajeros. Mi conciencia desasosegada me impedía mencionar el nombre de Wraxford y, cuando finalmente salí para comer apresuradamente en la Cross Keys Inn, el pobre Josiah estaba sinceramente preocupado por mi salud mental. Pero ningún mensaje me esperaba cuando regresé. Y después, a las tres y media, precisamente cuando ya me había convencido de que nada ocurriría, Josiah anunció que un tal señor Drayton deseaba verme por un asunto urgente.