– Me he preguntado a veces -dijo George- si la desaparición de su propio tío… en… digamos… en similares circunstancias pudo haber tenido alguna influencia en su mente.
– Es muy posible -admitió el doctor Wraxford-. La condición mental de mi tío era muy frágil y la conmoción de la tormenta…
El doctor y John Montague intercambiaron algunas miradas, y yo creí que iba a continuar, pero entonces entró Hetty, la camarera, con la carne asada. George se ocupó de trincharla y Ada desvió la conversación hacia asuntos más ligeros.
Reconfortada por el diagnóstico del doctor Wraxford (eso fue exactamente lo que pensé), decidí disfrutar del resto de la velada. Habría sido perfecta, pensé, simplemente con que Edward hubiera estado a mi lado en vez del señor Montague… Pero entonces, reflexioné, no me habría atrevido a preguntarle nada al doctor Wraxford a propósito de «los visitantes».
Las cortinas no estaban echadas y el reflejo dorado de las llamas de las velas ondulaba entre los perfiles de los setos y los árboles; la imagen borrosa de mí misma parecía suspendida en el aire tras el hombro de Ada, reflejada en el oscuro cristal. Absorta en este juego de sombras, dejé de prestar atención a lo que sucedía en la mesa hasta que me di cuenta de que el doctor Wraxford llevaba hablando algún tiempo.
– … si algo sobrevive a la muerte o no -estaba diciendo-, y si la respuesta es afirmativa, en qué forma: ésta es, con toda seguridad, la gran cuestión de nuestros días. Yo creo que no se puede responder negativamente, porque siempre debemos estar abiertos a la suposición de que los muertos sobreviven, pero no pueden comunicarse con nosotros. Desde luego, un ejemplo innegable de comunicación desde el más allá establecería la verdad de una vez por todas. ¡Imaginen ustedes qué descubrimiento sería! El hombre que lo descubriera se encontraría junto a Newton y Galileo. Para todos aquellos que han recibido el don de la fe, por supuesto, esto queda fuera de toda duda -George pareció un poco incómodo en ese momento-, pero para aquellos que quieren ver antes de creer… Confío, señor Woodward, en que no encuentre ofensivas estas especulaciones…
– No, en absoluto -dijo George-. Me parece un asunto fascinante. Pero, desde su punto de vista, ¿qué constituiría una verdadera prueba? ¿Acaso una comunicación del más allá que no pudiera provenir de ninguna otra fuente? Los espiritistas, creo, aseguran que reciben mensajes de ese tipo a menudo.
– En ese punto reside la dificultad. Ninguna manifestación de los espiritistas convencerá jamás a un escéptico. Y si ustedes han asistido en alguna ocasión a una sesión de ese tipo, como he hecho yo, para mi desgracia, sólo para revelar un fraude, sabrán que la mayoría de las comunicaciones que se reciben a través de un médium son de una banalidad tan asombrosa que cualquiera pensaría que la vida del más allá es insoportable.
– Entonces, ¿diría usted que todas esas manifestaciones pueden explicarse como fraudes o engaños?
– La gran mayoría lo son, sí. Debería detenerme un instante antes de decir «todas», siquiera porque me gusta mantener la mente abierta. Desde un punto de vista científico, no hay ninguna conexión necesaria entre la doctrina cristiana, o la de cualquier otra religión, y la naturaleza de la vida después de la muerte, si es que la hay. Todas las religiones, por lo que yo sé, sostienen la promesa de alguna suerte de inmortalidad, bien sea el paraíso de los cristianos o los mahometanos, el ciclo del eterno retorno en varias religiones de la India y del Lejano Oriente, o el limbo de los chamanes. Todos los pueblos han tenido sus dioses, y se han derramado ríos de sangre por defender al verdadero Dios. Sin embargo, es posible que todos estén equivocados… o que todas esas creencias tengan un origen común. Hablando lógicamente, una prueba de cierta supervivencia no demostraría, en sí misma, la existencia de un dios, ni de ello se seguiría que la vida ultraterrena sea eterna. De hecho, para ser perfectamente lógicos, de ello no se seguiría que todos los seres humanos necesariamente sobrevivirían a la muerte.
– En ese punto, se separa usted de un modo radical de la doctrina cristiana -dijo George-. Yo diría que la sentencia que asegura que todos somos iguales a los ojos de Dios es una de las piedras angulares del cristianismo.
– Muy cierto, pero desde mi posición del científico escéptico, desgraciadamente, yo no puedo dar nada por seguro. Hablando desde mi experiencia como mesmerista, no hay ninguna dificultad en creer que el cielo y el infierno, y los dioses, los demonios, los fantasmas y los espíritus están todos en el cerebro humano… con la salvedad de que esto no los hace menos reales o menos poderosos que en el antiguo orden del mundo. Pensamos en la mente como un objeto enclaustrado en los estrechos límites del cráneo, pero podríamos igualmente imaginar una caverna llena de aguas oscuras y conectada por algún pasaje subterráneo con las infinitas profundidades del océano, y pensar en cada individuo como una diminuta gota de agua en una mente oceánica que lo contiene todo: todos los dioses y demonios, los paraísos y los inframundos de todas las religiones de la Tierra, toda la historia, todos los conocimientos, todo lo que ha ocurrido desde siempre. Sería una mente sobre la cual podría decirse verdaderamente que nada se ha perdido, ni siquiera el nacimiento de un gorrión…
Se detuvo, girando el pie de su copa de vino entre el pulgar y los otros dedos, y buscando reflejos de oscura luz carmesí en el cristal.
– Pero todo eso no son más que meras especulaciones, y estábamos hablando de la búsqueda de una prueba. Supongamos, para seguir con el argumento, que la comunicación desde el otro lado sea posible, y que exista una cosa semejante a la clarividencia (por la cual entiendo, específicamente y a falta de una palabra mejor, el poder de percibir a los espíritus y comunicarse con ellos): sabemos, puesto que no tenemos ni un solo ejemplo probado, que la auténtica clarividencia debe de ser extraordinariamente rara. Pero no importa, supongamos que nos hemos topado con alguien que parece poseer esa facultad…
»Tomemos, por ejemplo, si usted nos lo permite, señorita Unwin, el caso de la experiencia de su amiga. Si un joven exactamente igual hubiera muerto recientemente, o poco después, y su amiga, sin conocerlo en absoluto, lo hubiera reconocido en un retrato… bueno, eso merecería la pena investigarse. Y si ella no hubiera tenido una, sino varias experiencias semejantes, entonces tendríamos un caso de clarividencia… en principio.
Me retorcí las manos en el regazo y me esforcé en dominar la respiración. ¿Es que George había hablado con el doctor Wraxford acerca de mis «visitantes»? Seguramente no; se acababan de conocer.
– Respecto a las pruebas, la dificultad obvia es que nadie más puede ver los espíritus. Pero esta noche, bajo el estímulo de nuestra conversación, he comenzado a vislumbrar cómo podría conseguirse… Sabemos que en el trance mesmérico un sujeto puede adquirir inusuales poderes mentales: el francés Didier, que podía leer la mente, jugaba a las cartas con los ojos cerrados e identificaba el contenido de sobres cerrados con gran exactitud, es sólo el ejemplo más conocido [41]. Luego si el poder de la clarividencia existe, es posible inducirlo mediante la sugestión mesmérica.
»Así pues, tomemos a un grupo de individuos y sometámoslos a un trance mesmérico, digámosles que han adquirido el poder para ver espíritus, pero, en cualquier caso, sin darles ninguna orden de lo que tienen que ver. Pongámoslos en un lugar propicio junto a nuestro presunto clarividente, el cual no ha sido mesmerizado, obviamente, y junto a otros dos observadores de confianza que tampoco hayan sido mesmerizados. Entonces, si el clarividente y los sujetos mesmerizados, todos ellos, relatan una idéntica experiencia y el resto de observadores no ven nada, pero se percatan de que los otros miran en la misma dirección y reaccionan a los mismos estímulos… en ese caso, confieso que estaríamos más cerca que nunca de obtener una prueba objetiva, y a muy poco de poder atrapar a un espíritu e interrogarlo delante de la Royal Society [42].
[41] Alexis Didier (1826-1866) fue el vidente hipnotizado más asombroso de su tiempo. Sometido a distintas pruebas en Francia y en Inglaterra, sus resultados siempre fueron espectaculares. Nadie pudo demostrar que sus increíbles números fueran fraudulentos, aunque probablemente no eran más que meros trucos de magia
[42] La Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Fomento de las Ciencias Naturales) se fundó en 1660. Es la sociedad científica más antigua del Reino Unido y, aunque se trata de una institución privada, ejerce de hecho como Academia de Ciencias del país