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– ¿Qué entiende usted como un «lugar propicio»? -preguntó George, que, como el señor Montague, había estado escuchando con asombrada fascinación.

– Confieso que no puedo pensar en otro lugar mejor que la mansión… Las casas antiguas siempre me han parecido que acumulan calladamente, como las botellas de Leyden, los influjos del pasado [43]… Desde luego, muy probablemente todo acabaría en nada, pero sería interesante llevar a cabo el experimento… si contáramos con un clarividente, por supuesto.

Una vez más sentí su inquisitiva mirada sobre mí.

– ¿Cree usted, señorita Unwin, que su amiga querría participar en nuestro experimento? Es decir… suponiendo que las experiencias de su amiga se hayan desarrollado en los términos que hemos expuesto…

– Me temo que no querría, señor -dije casi sin aliento, sintiendo perceptiblemente que mi rubor desmentía todos mis esfuerzos-. La conozco lo suficientemente bien como para poder decir que si fuera tan desdichada que… y volviera a ver algo… sólo querría que la curaran de esa dolencia.

– Exactamente -dijo el doctor Wraxford con tristeza, y no pude menos que mirarlo con cierta sorpresa-. Yo siempre he pensado que la marca irrefutable de un verdadero clarividente tendría que ser el deseo de librarse de esa capacidad a toda costa. Eso no significa, por supuesto, que su amiga esté tan angustiada como usted dice…

– Qué interesante -dijo Ada con firmeza-. Ahora, caballeros, es hora de que la señorita y yo nos retiremos y les dejemos a ustedes beber un poco de vino tranquilamente.

– Lo siento, lo siento muchísimo, querida… -dijo Ada tan pronto como estuvimos a salvo en el piso de arriba-. No tendría que haber sacado a colación ese tema jamás…

– Hiciste bien -dije-. Fui yo quien quiso preguntarle, y si no hubiera sido por la última parte de… Dime: ¿George le contó algo ayer sobre mis visiones?

– No -contestó-, estoy segura de que no. Pero el doctor Wraxford parece un observador muy perspicaz, y supongo que habrá imaginado que tú y tu amiga sois la misma persona.

– Espero no haberme traicionado delante del señor Montague. Era tan inquietante… ¡me tomaba por su esposa! Pero no quiero que Edward sepa nada de mis visiones por ahora. ¿Crees que el doctor Wraxford estaba bromeando cuando dijo lo del experimento en su mansión…?

– No lo sé -dijo Ada-. Parece que utiliza y descarta ideas como quien se quita y se pone una chaqueta. Parecía que lo estaba diciendo completamente en serio… hasta que hizo esa observación sobre la Royal Society. Es un hombre muy inteligente. Estoy segura de una cosa: George está completamente fascinado. Y ahora, querida, debes irte a la cama y no pensar más en todo eso… Pareces completamente agotada.

A pesar de todo, permanecí levantada hasta altas horas, reprochándome sucesivamente haber engañado a Edward -¿qué podría decir yo si al señor Montague o al doctor Wraxford se les ocurriera hablar de «mi amiga» en su presencia?- y temiendo la respuesta de la carta que había enviado a mi madre. Estas preocupaciones se tornaron cada vez más angustiosas… hasta que caí rendida en un sueño inquieto, del cual desperté, o eso me pareció, en un sueño muy vívido… Me encontraba deambulando por una mansión enorme y desierta, que identifiqué como Wraxford Hall, buscando una joya preciosa que Edward me había regalado. La joya había desaparecido. No supe cómo, pero comprendí que toda la culpa residía en mi propio descuido. Para empeorar las cosas, no podía recordar de qué clase de piedra se trataba, porque a medida que pasaba de una habitación a otra, una voz en mi cabeza canturreaba: «¡Esmeralda! ¡Zafiro! ¡Rubí! ¡Diamante…!». Una y otra vez, una y otra vez, y ninguna de esas joyas parecía la mía, porque la piedra desaparecida era diferente: era una gema de un color más hermoso que cualquiera de aquéllas, y sabía que debería ser capaz de verla, e incluso de recordar su nombre, pero no podía…

En el sueño, la mansión estaba absolutamente en silencio. La luz que todo lo envolvía, incluso en los pasadizos donde no había ventanas, era pálida y grisácea, como la que hay en los días nublados. Las salas, en su mayoría, estaban casi vacías; cada una parecía contar con su propio tramo de escaleras a la entrada, dos o tres peldaños de subida o de bajada, y los pasadizos, construidos en el mismo estilo, también tenían diferentes niveles. Aunque la casa, en sí misma, no era especialmente siniestra, mi ansiedad y preocupación por el destino que hubiera podido correr la joya se agudizaban gradual y constantemente hasta que se convertían en un insoportable zumbido…

Entonces se me ocurrió que aún no había buscado en el comedor. Aquel pensamiento propició un vertiginoso cambio de escena: la luz disminuyó hasta convertirse en una pálida tiniebla marrón, y yo me encontraba en el umbral de la sala en la que había cenado aquella misma noche. Las cortinas estaban echadas y las velas, apagadas; el salón parecía estar vacío, pero cuando avancé hacia la mesa, vi, por encima del respaldo de la silla en la que se había sentado George, la oscura silueta de una cabeza. De algún modo supe que la cabeza era la del doctor Wraxford. Aún tenía tiempo para volverme y salir calladamente de aquel lugar, pero quizá la joya había caído en el tapizado de mi silla, y si caminaba de puntillas hacia delante, muy cuidadosamente, podría verla. Ya me encontraba a pocos pies de la figura inmóvil cuando pude oír una voz que hablaba a mi espalda, desde la puerta; su voz sonó como una campana, cada vez más y más fuerte, hasta que me hizo gritar… «¡No…!». Y entonces me desperté en medio de una luz gris apagada y me encontré de pie, junto al primer escalón, en lo alto de las escaleras.

Nuestros invitados se quedaron a dormir aquella noche, pero yo no volví a verlos, y permanecí en la habitación hasta que se marcharon al día siguiente. Yo tenía la intención de contarle mi sueño a Ada, aunque no el episodio de sonambulismo, pero cualquier pensamiento al respecto quedó apartado de mi cabeza cuando llegó un telegrama de mi madre. Sólo eran dos palabras: «Regresa inmediatamente». Supe al instante que tendría que desobedecerla y le supliqué a Ada que me permitiera dejar todas mis cosas en la rectoría y volver aquella misma tarde, si había trenes de regreso.

– Pero, entonces, nos estaremos enfrentando abiertamente a ella -dijo Ada-, y puede escribir al obispo. Sus acusaciones no necesitan ser ciertas para que George pierda su puesto…

– Entonces… debo encontrar un modo de detenerla -dije-. Lo que más teme del mundo es perder a Arthur Carstairs. Y no importa lo que ocurra, jamás volveré a vivir con ella; si no puedo quedarme contigo, buscaré un trabajo. Preferiría ser camarera a volver a vivir con mamá…

– No sabes lo que estás diciendo -dijo Ada-. Pero… por supuesto, puedes volver aquí, con nosotros. Quizá no sea todo tan malo como temes…

En el camino hacia Londres intenté imaginar cada posible amenaza que mamá podría emplear, y pensé algunas respuestas adecuadas. Pero cuando el coche de punto subió por Highgate Hill, aún me sentía absolutamente incapaz de afrontar aquella terrible situación. También me di cuenta de que, aunque Highgate era un lugar precioso, ya no era mi hogar. Pensé en mi padre, tendido en su tumba unos cientos de yardas más allá… aunque, por supuesto, él no estaba allí: sólo sus restos mortales… pero si papá no había dejado de ser, simplemente… ¿dónde estaba su espíritu? Todo aquello me recordó mis visiones y el hecho de que la última noche había caminado en sueños: era la primera vez después de muchos meses. También me recordó la amenaza de mi madre, que prometió encerrarme… Hasta que finalmente me bajé frente a aquella puerta pintada de negro que me resultaba tan familiar. Temblaba tanto que a duras penas podía mantenerme en pie.

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[43] Se trata de un experimento eléctrico desarrollado por vez primera en la Universidad de Leyden (act. Países Bajos) a mediados del siglo XVIII. Consta de una botella, recubierta de estaño, en la que se introducen láminas metálicas; este aparato tiene la propiedad de absorber y retener la electricidad. Después, esa carga eléctrica retenida puede dirigirse hacia el exterior. En la época, para demostrar el poder de la electricidad, solían realizarse descargas espectaculares y muy vistosas en lugares públicos utilizando estas botellas de Leyden