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El cuerpo de la señora Bryant se llevó después a su habitación, donde el doctor Rhys lo examinó. No encontró ni rastro de heridas; y todos los indicios apuntaban a que había muerto de un ataque cardiaco inducido por una fuerte conmoción. Pero… ¿qué había causado esa conmoción? Una rápida indagación por la galería y la biblioteca no reveló nada fuera de lo común. El sello que Magnus había colocado en la armadura en previsión de la anunciada sesión de espiritismo permanecía intacto; los movimientos de todo el mundo en la casa se explicaron y se justificaron plenamente. Magnus y el doctor Rhys decidieron esperar a que llegaran las primeras luces del día antes de enviar a un mensajero a la oficina de telégrafos de Woodbridge, y toda la casa se retiró para intentar dormir algunas horas un sueño desasosegado.

Alrededor de las ocho y media de la mañana siguiente, Bolton regresó de Woodbridge con la noticia de que no había podido encontrar a un doctor dispuesto a ir a la casa; todo lo que le habían dicho, después de saber que el médico de la señora Bryant ya se encontraba en la mansión, fue que él podría firmar perfectamente el certificado. Así pues, el doctor Rhys, a pesar de un considerable número de excusas, certificó que la causa inmediata del fallecimiento era un paro cardiaco producido por una fuerte impresión, junto a una larga enfermedad coronaria como causa añadida. Tal y como observó Magnus, era muy posible que la señora Bryant hubiera caminado sonámbula y que el ataque mortal se hubiera precipitado al despertarse y encontrarse de pronto en la galería.

Magnus y el doctor Rhys estaban todavía sentados a la mesa del desayuno (la señora Wraxford recibía todas las comidas en su habitación, así que no la esperaban) cuando un mozo llegó con las órdenes que había dictado el hijo de la señora Bryant. Un empleado de una funeraria y un criado suyo llegarían en el plazo de dos horas para hacerse cargo del cuerpo y llevarlo directamente a Londres para que un distinguido patólogo hiciera el examen pertinente. Después de saber esto, el doctor Rhys quiso anular su certificado de fallecimiento, pero Magnus lo disuadió diciéndole que entonces daría la impresión de que tenía algo que ocultar.

Magnus ya había decidido cerrar la mansión y regresar a Londres aquel día, así que, consecuentemente, se envió a Carrie para que fuera empaquetando las cosas de la señora. Pero la doncella encontró la puerta cerrada y la bandeja del desayuno intacta en el pasillo, exactamente en el mismo lugar donde la habían dejado una hora y media antes. (Las órdenes eran llamar a la puerta y dejar la bandeja allí sin esperar a que la señora Wraxford saliera a cogerla).

A petición de Magnus, el doctor Rhys lo acompañó escaleras arriba hasta la habitación; forzaron la puerta: no estaba echado el pestillo, pero la llave se encontraba en una mesita que había junto a la cama. Descubrieron -o, más bien, Magnus descubrió, por indicación del doctor Rhys- un diario abierto sobre el escritorio, con una pluma sobre el cuaderno, como si la persona que lo estaba escribiendo hubiera sido interrumpida, y al lado, un cabo de vela que había ardido hasta el final. La cama estaba deshecha, la almohada desordenada. En la habitación de la niña, que no tenía una salida independiente, la manta de la cuna se hallaba apartada del mismo modo. Había una sábana sucia en el cesto y agua en el aguamanil; nada hacía pensar que hubiera habido forcejeos o una huida precipitada, o sobresaltos de ningún tipo. Según Carrie -aunque no podía estar segura, dadas las herméticas costumbres de la señora-, lo único que se echaba de menos era el camisón de la señora Wraxford y la toquilla de la niña.

Mientras esperaban a que se forzara la puerta, al doctor Rhys le había parecido que Magnus estaba procurando ocultar su furia, más que su preocupación. En varias ocasiones negó con un gesto de la cabeza, para sí mismo, como si estuviera diciendo: «Esto es precisamente lo que tendría que haber imaginado que haría mi esposa». Pero cuando comenzó a hojear el diario, su gesto cambió por completo. El color huyó de su rostro; sus manos temblaron; y un sudor frío perló su frente. Estuvo leyendo el diario durante uno o dos minutos, ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor; después cerró el cuaderno con un golpe seco y se lo guardó, sin más explicaciones, en el bolsillo de su chaqueta.

– ¡Buscadla por toda la casa! -le gritó enfurecido a Bolton, que estaba rondando junto a la puerta-. Y envía a una partida para que batan el bosque. No puede haber ido muy lejos con la niña… Rhys, tal vez quiera usted colaborar en la búsqueda mientras yo la intento encontrar por los alrededores…

Aquello fue una orden, no una invitación, así que el doctor Rhys empleó varias horas yendo de una habitación a otra sin obtener fruto alguno, y sin tener una idea clara de por qué estaba haciéndolo.

Un cuarto de hora después de saber, lo ocurrido, ya me encontraba yendo a buen paso en mi carruaje por el camino de Aldringham. El día era caluroso y el cielo estaba encapotado, y me vi obligado a dejar descansar a mi caballo en más de una ocasión, así que sólo después de un par de horas llegué a los límites de Monks Wood. A medida que me acercaba a la mansión comencé a oír voces y gritos de búsqueda en los bosques que se extendían a mi alrededor.

En la puerta principal de la casa había varios carruajes esperando, en la gravilla, con los caballos enjaezados para una partida inmediata. Los criados iban corriendo entre los vehículos, apilando maletas y bolsas y fardos. Un joven bajo y rubio ataviado con un traje de tweed estaba deambulando junto al carruaje más grande, intentando ordenar la carga. Me miró tímidamente cuando me acerqué, y comenzó a explicarme que los empleados de la funeraria ya se habían ido… Durante un espantoso instante pensé que los enterradores se habían llevado a Nell. Tanto era su nerviosismo que sólo tras varios intentos pude averiguar que era el doctor Rhys y convencerle de que yo no era un médico cirujano, y aún precisé varios minutos más para sonsacarle un resumen de lo que había acaecido durante la noche. Estaba a punto de preguntarle por qué demonios estaban los criados empaquetando en la casa en vez de unirse a la búsqueda cuando vi a Magnus junto a los establos, hablando con un grupo de hombres. Dejé a Godwin Rhys retorciéndose las manos junto al carruaje y acudí con inquietud a reunirme con él.

Cuando me acerqué, Magnus se apartó del grupo: la mayoría eran trabajadores y pequeños granjeros, a algunos de los cuales pude reconocer. Bolton estaba distribuyendo algunas monedas entre ellos y durante un instante mis esperanzas volvieron a cobrar aliento.

– ¿Qué se sabe? -grité, olvidándolo todo salvo mi preocupación por Nell-. ¿La han encontrado?

– No, Montague, no la hemos encontrado -dijo fríamente-. En realidad esperaba que usted pudiera darme alguna noticia al respecto…

Bolton me lanzó una mirada. Estaba alejado unos veinte pies… demasiado lejos, confié, para que pudiera oír, pero la expresión de su rostro fue suficiente para saber quién había estado espiándonos desde las sombras.

– No sé nada… -contesté, manteniéndole la mirada lo mejor que pude-. Si no ha aparecido… ¿por qué se va usted?

– Porque mi esposa no está aquí. Creo que se ha ido… premeditadamente… esta mañana temprano. Alguien debe de haber estado esperándola con un cabriolé, o algo parecido… -dijo, lanzando una mirada a mi vehículo-, y se la ha llevado lejos…

– ¿Quiere decir que la han visto…?

– No, nadie la ha visto. Pero es la única explicación posible. No está en la mansión… No podría haber ido muy lejos ella sola por el bosque, con la niña… aunque, obviamente, continuaremos con la búsqueda de la niña.