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Sobre todo, no habría vuelto con Clara si había planeado huir desde el principio. ¿Y si había llegado a un acuerdo con alguien para encontrarse al amanecer, a unas cien yardas por el camino adelante, por ejemplo, para que las sacara sanas y salvas de allí? ¿Y si, en otras palabras, la muerte de la señora Bryant hubiera sido, desde el punto de vista de Nell, una espantosa coincidencia y nunca hubiera tenido la intención de participar en la sesión de espiritismo en absoluto?

Pero… teniendo la libertad tan al alcance de la mano, ¿por qué habría tenido que regresar a la mansión?

Porque había olvidado su diario. Tan pronto como esas palabras adquirieron forma en mi pensamiento, comprendí cómo debió de ocurrir todo: seguramente permaneció despierta hasta altas horas de la madrugada, esperando temerosa las primeras luces del amanecer (ni siquiera se atrevería a encender una luz), vestida apresuradamente… no, ya estaría completamente vestida desde varias horas antes… Luego cogería a la niña, bien arropada y dormida, aún drogada por el láudano, y cerraría la puerta tras ella, aterrorizada ante la posibilidad de que el ruido de la cerradura pudiera delatarla, pero sabiendo que ello le proporcionaría algún tiempo más para poder alejarse de la mansión. No es extraño que se dejara el diario… El único á misterio consistía en averiguar por qué se había arriesgado en volver a por él.

Sí, ella había pensado en recuperar el diario, pero para entonces toda la casa ya estaba en pie. Nell había quedado atrapada en la mansión y su cómplice se había visto obligado a irse con la niña y abandonar a la madre a su suerte.

Me di cuenta entonces de que había olvidado la cuestión de los diamantes y el joyero que la policía había encontrado debajo del entarimado. Simplemente, yo no creía que ella hubiera estado pensando en robarlos aquella maldita noche… ni siquiera sabría de su existencia.

Pero podría haberlos cogido por Clara, después de aquel último enfrentamiento con Magnus. Puede suponerse que Nell se hubiera escondido en la parte superior de la casa, que hubiera conseguido evitar a quienes la buscaban -tal vez yendo de una habitación a otra-, hasta que sus perseguidores abandonaran. Entonces, ella habría esperado hasta que hubiera partido el último de los carruajes y habría descendido por las escaleras… y, entonces, habría visto a Magnus en el rellano inferior. Él la habría perseguido, ella habría escapado… en esos momentos, Nell volvía a ser una verdadera prisionera. Así pues, en la desesperación, se habría enfrentado a él con una pistola (¿la llevaba siempre consigo?) y le habría ordenado que se metiera en la armadura. Después, huyó, abandonando allí a Magnus… pero ¿cómo estaba tan segura de que él no iba a poder liberarse? Muy probablemente él trató de desembarazarse cuando Nell quiso cerrar las planchas frontales de la armadura, y ella le disparó en defensa propia, y trabó el mecanismo por temor a que pudiera recobrarse… o a lo que pudiera convertirse estando muerto.

Después… había corrido hasta su habitación para recoger su diario y descubrir que… ¿ya no estaba? Seguramente su primera intención fue huir, sabiendo que su propia vida ya estaba perdida, y pensando sólo en Clara. Quizá Magnus había querido comprar su propia vida con los diamantes cuando vio que ella pensaba dispararle… Aún no puedo imaginarme a Nell ocultando el joyero bajo el entarimado, pero en aquella gargantilla pudo haber visto un futuro halagüeño para Clara, aun cuando el suyo se fuera al traste.

El fuego ardía sólo en pavesas. La lluvia prácticamente había cesado, pero el viento ululaba débilmente en la chimenea. Añadí una última paletada de carbón.

Magnus había dicho, en su última carta al señor Veitch, que estaba oscureciendo mientras escribía. Para cuando se produjo aquel terrible enfrentamiento, ya debía de ser completamente de noche. Quedarse otra noche en la mansión habría sido inconcebible para Nell; pero entonces… ¿adónde había ido? Desde luego, no con Clara, pues ello habría significado que cualquiera que estuviera con la niña se habría convertido en cómplice de asesinato.

¿Qué habría hecho yo si hubiera estado en el lugar de Nell? Recordé, como una punzada en las entrañas, el enfermizo sentimiento de horror que se había apoderado de mí tras la muerte de mamá. Para Nell aquello debió de ser infinitamente peor: la horca pendía sobre ella, y tenía que saber que si la atrapaban, Clara se vería condenada a crecer como la hija de una asesina, apartada de la sociedad.

Pero no la habían atrapado. Cuanto más lo pensaba, más probable me parecía que, como había temido John Montague, Nell hubiera acabado sus días en alguna parte inaccesible de los bosques de Monks Wood. Porque… ¿cómo podría haber escapado, con todo el condado buscándola?

Y si Clara había sobrevivido, debía de haber crecido bajo otro nombre, y sin saber jamás, tal vez, que Nell había sido su madre.

Alguna amiga de confianza -una mujer seguramente- se había hecho cargo de Clara, y la había alejado de la mansión la mañana de aquel fatídico sábado. Y después esperó en vano durante cinco días, preguntándose qué habría sido de Nell, antes de que se difundieran los espantosos descubrimientos de John Montague.

O quizá Nell había sobrevivido, y le había escrito a esa amiga suya diciéndole: «Estoy perdida; te ruego que te asegures de que Clara no sepa nada de esto; te enviaré dinero para ella si puedo… es decir… cuando haya vendido los diamantes…».

Y si a la amiga no le hubiera sido posible mantener a Clara consigo, pero hubiera sabido que Nell tenía una prima lejana llamada Hester Langton, una mujer sin hijos, de unos cuarenta años, de una rama apartada de la familia Lovell, que vivía con su marido cerca de Cambridge…

«Absurdo», dijo la parte racional de mi mente. Pero John Montague se había conmocionado ante el parecido que yo guardaba con Nell, y allí estaban aquellos dos nombres, juntos, uno al lado del otro, en el árbol genealógico, nacidos en el mismo mes del mismo año, con sus nombres comenzando por la misma inicial… Y aproximadamente un año después de la desaparición de Nell, Theophilus Langton había abandonado su puesto en Cambridge y se había trasladado a Londres, como si repentinamente hubiera recibido una suma de dinero secreto.

Ni siquiera era necesario que los Langton supieran que la niña huérfana en cuestión era Clara Wraxford; bastaba que supieran que era una niña con una historia trágica y un misterioso benefactor, que les entregaba a la niña como si fuera suya.

Era una locura, sí. Pero eso lo explicaba todo, y todas las piezas parecían encajar, incluso mi atracción por las sesiones de espiritismo. Y explicaba, sobre todo, la afinidad que sentí hacia Nell desde las primeras páginas de su narración, como si la voz que oía en aquellas líneas me resultara familiar…

A la mañana siguiente bajé las escaleras sin una idea clara de lo que debería contarle a mi tío, y me encontré con que a él se lo habían contado todo respecto al misterio de Wraxford sus propios amigos, y estaba deseando compartir sus averiguaciones conmigo.

– Te asombrará saber, querida, que la historia de esa nueva casa tuya está escrita con letras de oro en los anales del crimen. La señora Wraxford verdaderamente oscurece a lady Macbeth: no sólo mató a su mecenas y a su marido, sino también a su hija pequeña, y se escapó sin dejar rastro con una gargantilla de diamantes valorada en diez mil libras…

– Nada de eso pudo probarse, tío. Durante todo el día de ayer estuve leyendo un informe privado de la tragedia, y no creo que ella fuera culpable; salvo… quizá… de haber sido la causa de la muerte de su marido en defensa propia.

– Bueno, es una salvedad muy notable… -contestó-. Y, si puedo hacer una pregunta, ¿qué pruebas aporta el señor Montague para llegar a esas conclusiones? A juzgar por el relato de Erskine, relativo a la investigación judicial sobre el asesinato de Magnus Wraxford (me ha prometido que me buscará los recortes de prensa), parece un caso muy claro.