En esta ocasión me mordí el labio y no dije nada.
– … y estaba tan hechizado que no hablaba de nada salvo del doctor Wraxford, aunque su papel como médico era absolutamente superfluo: mi madre dice que igual podría haber sido el perrito faldero de la señora. -Recuerdo que Nell había utilizado exactamente aquella imagen en su diario-. La señora Bryant no ocultaba el hecho de que le había entregado al doctor Wraxford diez mil libras para su sanatorio, mucho antes de que ella hubiera visto la mansión. Él la sometía a sesiones de mesmerismo con regularidad, y me gustaría saber hasta qué punto ejerció su influencia sobre ella. La mayoría de los doctores de nuestros días consideran que el mesmerismo no es más que pura charlatanería.
»El error fatal de mi padre fue firmar aquel certificado de defunción, contra su propia voluntad y conocimiento. La autopsia no encontró nada anormal, pero el hijo de la señora Bryant estaba convencido de que mi padre había conspirado con los Wraxford y había envenenado a la señora por el dinero. Este hombre se había llegado a convencer a sí mismo de que su madre se había arrepentido de su donación de diez mil libras y le habría exigido que se las devolviera… si no hubiera muerto aquella noche. Y así fue como comenzaron a circular los rumores.
»Si mi padre hubiera tenido una consulta propia, podría haber capeado el temporal. Pero para un hombre sin pacientes fijos a los que recurrir, aquellas insidias resultaron fatales. Mi abuelo (por parte de mi madre) podría haberle ayudado, aunque se había opuesto al matrimonio de su hija, pero mi padre se las arregló para ocultar durante más de un año hasta dónde alcanzaban las deudas. Cuando no pudo satisfacer a los acreedores, se pegó un tiro. Tardó tres días en morir.
– Lo lamento mucho, de verdad… -repetí, pensando cuán absolutamente inapropiadas resultaban aquellas palabras-. Y… ¿qué hicieron entonces usted, su madre y su hermana?
– Mi abuelo nos llevó a vivir con él… pero… ¿puedo preguntarle, señorita Langton, cómo sabe usted que yo tengo una hermana?
De nuevo recordé que lo había leído en el diario de Nell.
– Yo… bueno… creo que el señor Montague, el abogado… se ahogó, ya sabe usted… fue muy trágico, hace quince días… debió de decírmelo él… Dígame, señor Rhys, ¿cómo cree usted que murió la señora Bryant?
– Yo no sé qué creer… Mi amigo y colega Vernon Raphael, a quien creo que usted conoce… ¿se encuentra usted indispuesta, señorita Langton?
– No, no… sólo ha sido una indisposición momentánea -oí mis palabras como un eco de las que dijera John Montague-. Por favor, dígame, ¿son ustedes colegas… en qué?
– Ambos somos miembros de la Sociedad para la Investigación Física. Discúlpeme, señorita Langton, pero realmente no parece que se encuentre usted bien…
– No es nada, no es nada… se lo aseguro… ¿Y el señor Raphael, por casualidad, puede explicar las circunstancias que nos interesan?
– No, desde luego -dijo Edwin Rhys, ruborizándose-, por supuesto que no. Sólo me dijo, cuando le conté que venía aquí, que usted y él se conocían…
Comprendí que sólo la verdad -o toda la parte de la verdad que pudiera atreverme a contarle- podría despejar el malentendido.
– No es lo que usted piensa, señor Rhys. Sólo he visto al señor Raphael en una ocasión, cuando asistí a una sesión de espiritismo con mi madre, que era… una ferviente espiritista. Mi hermana… en fin… mi hermana murió cuando era muy niña y mi madre nunca se recuperó de la conmoción de su muerte, y por eso…
– Lo comprendo, lo comprendo, señorita Langton -contestó, aún ruborizado-, y le aseguro que no pretendía dar a entender que…
Sólo Dora, que entró con el servicio de té, impidió que su embarazo llegara a más; la presencia de la criada nos permitió recobrar la compostura.
– Se ha referido usted al señor Raphael como su colega -dije-. ¿Trabaja usted en la Sociedad?
– No. Raphael es uno de los investigadores profesionales de la Sociedad. Yo trabajo para el señor Hargreaves, el arquitecto, como supervisor de las construcciones. Intenté ser médico, como mi padre, pero me temo que la mesa de disección era demasiado para mí… Me uní a la Sociedad hace tres años, con la esperanza de… pero quizá usted preferiría no hablar de eso…
– Hubo un tiempo en que no habría deseado hablar de eso, pero ahora… Mi madre se murió de pena, señor Rhys, no por asistir a las sesiones de espiritismo. La perdí mucho antes de que se muriera.
Realmente, no había pensado en ello de ese modo hasta aquel preciso momento, pero mientras decía aquellas palabras, y con la sensación de que me liberaba de un gran peso que me colgaba del cuello, me di cuenta de que eran completamente ciertas.
– ¿Con la esperanza de…? -le pregunté de pronto.
– Bueno… con la esperanza de tener alguna comunicación con mi padre o, al menos, probar que una cosa semejante es posible…
Su voz se fue apagando, al tiempo que removía el té de su taza.
– ¿Y lo consiguió usted?
– No, señorita Langton, no lo conseguí. El otro día, en una conferencia, el profesor Sidgwick remarcó que veinte años de intensa investigación le han dejado exactamente en el mismo estado de incertidumbre con el que comenzó, y ésa es en buena parte mi propia experiencia. En todo caso, Vernon Raphael es un perfecto escéptico; le he oído decir que la historia del espiritismo se compone únicamente de fraudes y autosugestión… Lo cual me recuerda precisamente lo que le iba a decir antes. El misterio de los Wraxford, me temo, es un motivo de discusión muy popular en el seno de la Sociedad… especialmente entre aquellos que piensan que hay algo sobrenatural en el fondo de todo el asunto, y los escépticos como Raphael que tienen el punto de vista opuesto. Sin embargo, incluso Raphael (ha estudiado profundamente el caso) ha dicho en alguna ocasión que si pudiera observarse alguna vez un fenómeno de ese tipo, Wraxford Hall sería el lugar ideal para llevar a cabo el experimento.
Temblé cuando recordé esas mismas palabras…
– Pero… ésas fueron exactamente las palabras de Magnus Wraxford.
– Sí, Raphael es muy consciente de ello… Ya veo que usted también ha estudiado a conciencia la declaración de mi padre.
Evité responder volviendo a llenar su taza.
– ¿Dejó su padre algún informe o algún diario… de sus relaciones con Magnus Wraxford? -dije sin concederle mucha importancia a la pregunta.
– No, señorita Langton. ¿Y usted… sabe de la existencia de algo… cartas o documentos escondidos en la propiedad… que puedan ayudarme…?
Estuve tentada a decir que sí, pero entonces recordé las palabras de mi tío: «Estamos ocultando pruebas de un caso de asesinato».
– Me temo que no -dije-. Pero si usted quiere examinar los papeles de la mansión… suponiendo que existan. Yo desconozco absolutamente qué puede haber allí. En fin, si quiere usted examinar los documentos, quizá podríamos organizar…
– Es muy amable por su parte, señorita Langton, realmente muy amable. Y… si me permite el atrevimiento… ¿podría usted considerar la posibilidad de que Vernon Raphael, yo mismo y unos pocos caballeros amigos de la Sociedad lleváramos a cabo una investigación?
– ¿Qué clase de investigación, señor Rhys?
– Vernon Raphael insiste en que si se le permitiera el acceso a la mansión, él podría resolver no sólo la cuestión de las influencias sobrenaturales, sino el misterio en sí mismo, por vía demostrativa, y ante testigos expertos. Es decir, afirma que podría demostrar cómo murieron la señora Bryant y Magnus Wraxford, y qué fue de Eleanor Wraxford y la niña… y, a partir de aquí, quizá, podría ayudarme a restaurar la memoria de mi padre.
– ¿Es que tiene el señor Raphael alguna teoría sobre lo que pudo haber ocurrido?