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– Le he planteado esa misma cuestión a veces y sólo me ha sonreído enigmáticamente. Raphael guarda cuidadosamente sus cartas, señorita Langton; estoy muy orgulloso de poderle llamar mi amigo, pero su único confidente verdadero es St John Vine, que trabaja con él en todos sus casos; entre los dos han destapado varios fraudes muy ingeniosos, incluido uno que ni el señor Podmore fue capaz de detectar [55]. Todo lo que puedo decir es que Raphael debe de estar muy seguro de sí mismo para hablar así…

– ¿Y usted, señor Rhys? ¿Tiene usted una teoría propia al respecto?

– Bueno… imagino que los Wraxford actuaron en connivencia… quiero decir que la apariencia de distanciamiento entre ellos era artificial, para engañar a la señora Bryant con el fin de sacarle más dinero. Y después, debió de producirse un altercado entre ellos… quizá Eleanor Wraxford sintió celos de la señora Bryant…

– Le aseguro que su teoría es falsa -dije con vehemencia.

– Señorita Langton -dijo tras una pausa-, me parece que usted sabe más de lo que… ¿Está usted segura de que no puede decirme nada que me ayude en la recuperación del buen nombre de mi padre?

– Absolutamente segura, señor Rhys. Digamos simplemente que tengo mis propias razones para intentar que se resuelva este misterio.

En los últimos minutos había concebido un gran deseo de seguir las huellas de Nell Wraxford y ver con mis propios ojos la mansión.

– ¿Cuánto tiempo cree usted que podría durar esa investigación? -pregunté.

– Por lo que me ha dicho Raphael, el equipo sólo necesitaría estar allí una noche… dos, como mucho.

– Pero… la mansión está en ruinas… Ha estado vacía durante veinte años. ¿Cómo podría instalarse allí un equipo…? ¿Cuántos serían?

– Media docena, como máximo. Todos ellos son veteranos expertos, señorita Langton, y se llevarían todo lo que precisaran: camas portátiles, provisiones, infiernillos y todo lo necesario… ¿Cree usted que su tío querría acompañarnos?

– No, señor Rhys. Pero a mí sí me gustaría estar presente… aunque quizá «gustar» no es precisamente la palabra más adecuada. Pero no veo cómo puedo unirme a su equipo sola, sin compañía… No tengo ninguna amiga que pueda acompañarme…

– Señorita Langton, si ésa es la única dificultad, le aseguro por mi vida que yo la protegería como si fuera usted mi propia hermana.

– Es a mi tío a quien tiene usted que convencer, señor… Hábleme de su hermana…

– Gwyneth acaba de cumplir veintiún años. Es aproximadamente de su altura, señorita Langton, aunque es rubia en vez de morena. Es una gran lectora de novelas. Y toca el piano y canta como un ángel…

– Entonces no es como yo. Yo apenas puedo tocar una nota y mi modo de cantar podría considerarse un castigo. ¿Cree usted que se le permitiría unirse al equipo de investigación?

Una sombra cruzó su frente.

– Me temo que no, señorita Langton. Mi madre, verá… mi madre no aprueba que yo ande removiendo viejos escándalos, pues eso es lo que piensa de esta cuestión en concreto. Nunca le ha perdonado a mi padre que nos llevara a la ruina… de nuevo, ésas son sus palabras… ni que arruinara las perspectivas de futuro de mi hermana.

– Eso no tranquilizará a mi tío precisamente. Pero se lo preguntaré y veremos qué dice. Mientras tanto, señor Rhys, confío en que usted conservará todo lo que hemos dicho aquí en la más estricta confidencialidad. Le escribiré en breve.

Cuando me levantaba para despedirme, me di cuenta de que estaba temblando de cansancio… o quizá de temor ante lo que había puesto en marcha…

Desde luego, podría haber desobedecido a mi tío, pero no quería abrir un abismo de desconfianza entre nosotros, y no me atreví ni siquiera a insinuar la posibilidad de que yo pudiera ser Clara Wraxford. No podía decir, de repente, hasta qué punto yo lo creía. Ni podía hablar de la muerte de John Montague, el cual a menudo ocupaba mis pensamientos: a veces me daba tanta pena su final como si hubiera sido un viejo amigo en quien confiara absolutamente; y en otras ocasiones me sentía airada y traicionada, pero entonces recordaba cuán enfermo parecía aquel día, y me preguntaba si se había mantenido con vida sólo por la pura fuerza de la voluntad, hasta que pudo apaciguar las exigencias de su conciencia. Y, por encima de todo, yo sabía que sólo podría estar en paz con su memoria -y conmigo misma- tomando la antorcha que él me había legado.

Mi tío era lo suficientemente bohemio como para no considerar la necesaria compañía femenina como un obstáculo insuperable, pero lamentó en voz alta y muy a menudo que el señor Montague me hubiera hecho llegar esos papeles, y me costó una dura lucha no ceder ante él. Sólo después de que conociera a Edwin Rhys y quedara encantado con él -vino a cenar con nosotros una semana después de su primera visita-, consintió, aunque de mala gana.

Edwin -pronto nos convertimos en buenos amigos me visitó en tres ocasiones durante la quincena siguiente, generalmente para discutir los preparativos de la investigación, la cual se fijó para la primera semana de marzo, pero yo presentí que su interés era más personal. La fuerza de mi reacción en lo relativo a la historia de Nell Wraxford me hizo darme cuenta de que, desde que vine a vivir con mi tío, realmente no había deseado nada ni a nadie. Mi único deseo había sido no sentir nada, y no volver a sufrir aquel horroroso y doloroso sentimiento de culpabilidad y miedo que me había consumido tras la muerte de mamá. La vida con mi tío me había sentado bien porque él sólo deseaba estar a gusto y poder ocuparse de su trabajo tranquilamente. Me había encantado tener aquella relación con la señora Tremenheere y sus hijos, y me había deleitado en la calidez de su hogar, y, sin embargo, algo en mí había permanecido indiferente a su cariño. Ni siquiera había notado mi carencia de sentimientos, como si hubiera perdido el apetito y la necesidad de comida, y, de algún modo, me las hubiera arreglado para sobrevivir sin ella.

Ahora volvía a estar viva, y era consciente de las miradas furtivas de Edwin, de cómo se ruborizaba cuando se encontraban nuestras miradas, de sus intentos por reunir todo su valor para hablarme… Era apuesto y amable, y sus sentimientos albergaban casi una delicadeza femenina. Por mi parte, estaba segura de que yo no le gustaría ni a su madre ni a su hermana, y no más de lo que ellas me gustarían a mí. Pero de todos los jóvenes a los que había conocido, él era con mucho el más atractivo.

Entre una visita y otra de mi nuevo amigo, yo dediqué buena parte de mi tiempo a darle vueltas al asunto del misterio de Wraxford, volviendo una y otra vez a los papeles en busca de claves, hasta que se me ocurrió que podría escribirle a Ada Woodward… si es que podía averiguar dónde vivía. Nell había dicho que ella y Ada se habían distanciado; y había dicho también que no les podía pedir a George y a Ada que la acogieran… y eso fue antes de que Magnus hubiera muerto. Pero habían sido íntimas amigas desde la infancia y quizá si Ada leyera los diarios, podría adivinar algo que a mí se me hubiera pasado.

Aunque aún no le había dicho nada a Edwin de todo lo que sabía, me pareció que lo único que debía ocultar absolutamente era la parte final de la narración de John Montague, y ello, principalmente y desde mi punto de vista, porque confirmaba la impresión general de que Nell era una asesina enloquecida. Finalmente, para Edwin y Vernon Raphael, decidí copiar una parte de la narración de John Montague: desde su primer encuentro con Magnus hasta la desaparición de Cornelius. Aparte de eso, decidí negar la existencia de cualquier otro documento. Si se hubiera tratado sólo de Edwin, le podría haber mostrado el resto, pero no confiaba plenamente en su discreción.

En la biblioteca de mi tío encontré un ejemplar ajado del Directorio eclesiástico de Crockford de 1877, y en él encontré al reverendo George Arthur Woodward, que vivía en el número 7 de St Michael's Close, Whitby, en Yorkshire. No había ningún otro George Woodward en la lista, pero no podía estar segura de que éste fuera el que yo buscaba, así que redacté una carta dirigida a la señora de G. A. Woodward, y remitida a aquella misma dirección, preguntando si la señora era la Ada Woodward que había conocido a Eleanor Unwin, a quien una servidora estaba muy interesada en encontrar. (Escribí como si no supiera nada del asunto de los Wraxford). También le pedía que si ella era Ada Woodward, tuviera la amabilidad de contestarme. Pero transcurrió una semana, y quince días más, sin que hubiera respuesta, y me pareció que no resultaba apropiado volver a escribirle. La única posibilidad que me quedaba era la criada, Lucy, a quien Nell había apreciado y en quien había confiado, pero de esta Lucy ni siquiera conocía su apellido. Sólo sabía que su familia había vivido en Hereford, pero eso había ocurrido veinte años antes. En fin, me quedé sin nada que hacer, salvo darle vueltas a lo mismo y contar los días hasta que llegara el día 6 de marzo.

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[55] Frank Podmore (1856-1910) era un famoso investigador de sucesos paranormales y escribió algunos libros al respecto, como Mesmerism and Christian Science (1909), Apparitions and Thought-Transparence (1892) o Phantasms of the Living (1886)