– Damas y caballeros -repitió, como si estuviera ante una audiencia de cincuenta personas-, están ustedes a punto de presenciar una sesión de espiritismo… o un experimento físico, si lo prefieren. Esto fue lo que Magnus Wraxford pretendía llevar a cabo la noche del sábado, el día 30 de septiembre de 1868. No se precisan aquí hipótesis ni conjeturas, porque, tal y como sabemos por la declaración de Godwin Rhys -e hizo una leve reverencia dirigida a Edwin-, el propio señor Wraxford describió con toda precisión lo que pretendía hacer. Desde luego, ustedes se preguntarán cuál es el objeto de reproducir un acontecimiento que nunca tuvo lugar, pero por el momento sólo puedo pedirles que confíen en nosotros.
»Si la señora Bryant no hubiera muerto la noche del día 29 (volveremos a ello un poco más tarde), habría habido cinco personas presentes en la sesión: Magnus y Eleanor Wraxford, la señora Bryant, Godwin Rhys y el difunto señor Montague. Sin duda, Magnus Wraxford les habría pedido a los otros cuatro que formaran un círculo y unieran sus manos, tal y como se hace habitualmente; Eleanor Wraxford, por lo que sabemos, desempeñaría el papel de médium, aunque no por gusto, desde luego. El doctor Magnus Wraxford también dijo que si no se materializaba ningún espíritu por medio de la invocación, ordenaría a su criado Bolton que accionara el generador eléctrico a toda potencia y que él mismo se metería en la armadura… tal y como yo voy a hacer.
»Les pedimos que observen en silencio y sin consultar unos con otros: así no se verán influenciados por las percepciones de otros testigos. En breves minutos estará completamente cargado el generador; confío en que su paciencia será recompensada.
»Y una última cosa: la demostración tiene su riesgo. No importa lo que ocurra, ustedes no deben abandonar sus asientos hasta que no les indiquemos que pueden hacerlo con total seguridad. De otro modo, podrían resultar heridos…
Nos hizo una nueva reverencia, se giró con un revuelo de su capa y accionó la empuñadura de la espada. Aunque todos habían examinado la armadura a la luz del día (yo no reuní el suficiente valor como para acercarme allí), hubo un movimiento de terror colectivo cuando aquella monstruosa figura pareció abalanzarse sobre Vernon Raphael, abriendo sus ennegrecidas planchas pectorales como mandíbulas deseosas de devorarlo. Se introdujo en el interior y la oscuridad se cerró tras él.
Intenté mantener los ojos clavados en la armadura, pero el movimiento de las llamas de las velas me distrajo. No fui consciente de que hubiera ninguna corriente de aire y, sin embargo, casi todas las llamas oscilaron al unísono, como si alguien hubiera pasado por la galería. El calor de la chimenea disminuyó perceptiblemente. Cada sonido, el crujido de una silla, el crepitar de los carbones, el ocasional susurro de los trajes, parecía una intrusión en la mortal quietud de la galería. El filo centelleante de la espada (que Raphael y Vine evidentemente habían abrillantado durante el día) fue otra distracción más que me apartó de la oscura monstruosidad de la armadura, que parecía absorber toda la luz que caía sobre ella…
O casi toda, porque había un débil reflejo amarillo… no, dos débiles reflejos de luz, uno al lado del otro, en el frontal del yelmo. No parecían realmente reflejos, porque no oscilaban cuando las velas tremolaban, y cuanto más los miraba, más brillantes me parecían.
Una estremecimiento aún más agudo confirmó que alguien más lo había visto. El fulgor procedía del interior, y brillaba a través de las ranuras del yelmo justo donde deberían estar los ojos de Vernon Raphael. Lancé una mirada a Edwin y vi mi propio temor reflejado en su rostro.
La luz se fortalecía y cambiaba, oscureciéndose desde el amarillo al naranja y a un vivo y resplandeciente rojo sangre. Cuando esto ocurrió, fui consciente de un zumbido bajo y vibrante, como el sonido de abejas en un enjambre; no podría decir de dónde procedía. Edwin se aferró a mi brazo y estaba a punto de levantarse cuando una voz -creo que fue el doctor Davenant- dijo callada pero firmemente:
– ¡No se muevan, por Dios!
Una deslumbrante luz blanca llenó la galería y me cegó, y un instante después se pudo oír un estallido que estremeció la casa y me ensordeció. Las formas geométricas de las vidrieras quedaron grabadas en mis ojos, y cuando esa imagen se difuminó de mi vista, me di cuenta de que todas las velas se habían apagado; aparte del débil resplandor de la chimenea que tenía a mi lado, la oscuridad era absoluta.
Entonces se oyó un sonido de pasos apresurados procedentes de la biblioteca. Una línea de luz cruzó el suelo; la puerta que daba a la biblioteca se abrió de repente y St John Vine, farol en mano, corrió hacia la armadura y accionó la espada. Las planchas se abrieron, arrimó el farol y todos vimos que no había nadie en su interior.
Todos se levantaron y se acercaron a la armadura. Yo permanecí en mi silla, porque no confiaba en que mis rodillas pudieran sostenerme. Se encendieron más luces; St John Vine iba de un lado a otro, frente a la armadura, retorciéndose las manos y diciendo:
– ¡Se lo advertí, se lo advertí…! -Entonces se volvió hacia mí y pareció recobrarse-. Aún tenemos una posibilidad. Vernon me prometió que si esto ocurría, intentáramos invocarlo. Debemos intentarlo… al menos debemos intentarlo… Señorita Langton, si quisiera usted formar un círculo con estos caballeros, yo haré funcionar el generador. Él ha dado su vida para ofrecernos una prueba; no debemos fallarle…
Intenté hablar, pero no pude. Edwin me ayudó a levantarme mientras el resto reagrupaba las sillas. St John Vine, con el rostro mortalmente pálido, sostuvo en alto el farol para que pudieran ordenarse; todos los testigos parecían conmocionados y temerosos, excepto el doctor Davenant, cuya expresión era absolutamente inescrutable. Antes de que pudiera darme plena cuenta de lo que estaba ocurriendo, me encontré sentada en un círculo, con Edwin a mi derecha y el profesor Charnell a mi izquierda. Ahora tenía a mi espalda la chimenea, así que podía ver la armadura, mientras que Edwin y el profesor Fortesque no.
St John Vine se alejó por la galería, dejándonos en una oscuridad prácticamente absoluta. Cerró el frontal de la armadura y apagó el resto de las luces, excepto las cuatro velas del candelabro, las cuales volvió a encender.
– Unan sus manos -dijo con voz grave- y concéntrense en Vernon. Y recen, si no les importa… Cualquier cosa puede ayudar a devolvérnoslo…
Después cruzó la puerta hacia la biblioteca y la cerró tras él.
La mano de Edwin estaba seca y gélida; la del profesor Charnell parecía un pergamino empapado. En el otro extremo del círculo pude ver el brillo de los ojos del doctor Davenant y el débil resplandor de las velas sobre su frente; estaba todo demasiado oscuro para ver ninguna otra cosa. Estaba a punto de desmayarme y me sentía paralizada por la conmoción, sin embargo pude notar la vibración acumulándose en el círculo… ¿o era sólo el temblor de nuestras manos?
Entonces, las cuatro velas crepitaron y se apagaron, y de nuevo nos vimos sumergidos en la más profunda oscuridad. Alguien -me pareció que podía ser el profesor Fortesque- estaba farfullando el padrenuestro. Ya había llegado al «mas líbranos del mal» cuando un débil resplandor apareció junto a la armadura, una difusa columna de luz que se balanceó durante un momento en el vacío y después se abrió, con un movimiento que parecía el de dos alas desplegándose, en una reluciente figura que se separara del cuerpo de la armadura -ahora sólo difusamente visible con el resplandor- y se deslizara hacia nosotros. No tenía rostro, ni forma, sólo un velo de luz flotando sobre el vacío. Yo no podía moverme, no podía respirar.