»El resto ya es bien conocido: Eleanor Wraxford se las arregló para volver a la seguridad de su habitación mientras aún se estaba dando la señal de alarma. Apenas es necesario que les recuerde -añadió con una reverencia al doctor Davenant- que el conocimiento popular de la locura está bastante desencaminado. Un hombre… o, como aquí, una mujer, en un ataque de locura puede cometer los crímenes más monstruosos y, aun así, parecer perfectamente lúcida y aparentemente racional.
»En algún momento, durante la noche, Eleanor Wraxford puso en escena su desaparición. Ocultó a su hija, o la mató… Siento causarle angustia, señorita Langton, pero lo último parece también lo más probable. Una mujer sola habría tenido más posibilidades de ocultarse y hacer fracasar la búsqueda que se llevó a cabo después; una mujer con un bebé, prácticamente no tendría ninguna. A menos que hubiera acordado entregar a la niña a un cómplice, lo cual habría tenido que planear con anterioridad… y entonces, ¿por qué traer a la niña aquí?
Yo no había pensado en esta objeción cuando ideé mi propia teoría, pero comprendí, con una terrible sensación de ansiedad, la fuerza de la misma.
– Cualquiera que fuera el destino de la niña, Eleanor Wraxford se las arregló para ocultarse hasta que Magnus se quedó solo en la mansión. Ella se enfrentó a él con una pistola, cogió los diamantes, le obligó a entrar en la armadura y trabó el mecanismo… todo esto resulta evidente a partir de las pruebas aportadas por el abogado Montague. Eleanor tal vez sólo quiso mantenerlo atrapado el tiempo suficiente para poder huir; pero puede que los nervios le jugaran una mala pasada en última instancia, como testifican la pistola abandonada y la pieza rasgada de su vestido que apareció prendida en la armadura.
»Y, finalmente, la ironía definitiva: un rayo cayó realmente sobre la mansión aproximadamente un día después. Quizá Magnus Wraxford ya estaba muerto… Espero que fuera así. No le desearía un destino semejante ni a mi peor enemigo. No creo que fuera reducido a cenizas instantáneamente, como concluyó el médico forense; muchos hombres han sido golpeados por un rayo en campo abierto y, aun así, han sobrevivido. Es más probable que la energía del rayo incendiara las ropas y el cuerpo se fuera quemando lentamente, como ocurre en las combustiones espontáneas, tan vívidamente descritas por Dickens [57], excepto que en este caso la combustión tuvo lugar en el interior de un espacio cerrado, y por esa razón fue más completa.
»Y he aquí lo que sucedió, damas y caballeros. Nunca sabremos qué fue de Eleanor Wraxford y su niña; sospecho que ambas yacen en alguna sima oculta y aún no descubierta de los bosques de Monks Wood.
Hizo entonces una reverencia y los caballeros respondieron con un breve aplauso, al cual yo no me uní. El fuego había ardido débilmente mientras Vernon Raphael había estado hablando; mis pies estaban entumecidos de frío. Para mí, la revelación prometida había quedado en nada. Su admiración por Magnus había quedado patente, mientras que había despreciado a Nell como a una loca que había desbaratado un plan maravilloso y elegante. Se me ocurrió pensar, de hecho, que Vernon Raphael y Magnus Wraxford tenían mucho en común…
Miré a los demás y me encontré a los caballeros esperando que me levantase. La idea de asistir a su debate me resultó repentinamente insoportable. No es que tuviera hambre o sed; simplemente estaba muerta de frío.
– Me gustaría retirarme -le dije a Edwin-. No necesito nada, sólo un farol. Así pues, caballeros, si me disculpan…
Me levanté casi tambaleando y la habitación pareció girar alrededor de mí, de modo que me vi obligada a cogerme del brazo de Edwin. Acompañada por murmullos de preocupación, hicimos el largo camino de la galería y entramos en el frío aún más gélido del rellano, donde Edwin inmediatamente comenzó a disculparse por la desagradable experiencia de la noche.
– Yo elegí venir -contesté-, así que no hablemos más de ello.
Sentí su anhelo… Esperaba una mirada, una sonrisa o un gesto de complicidad, pero fui incapaz de corresponderle.
Alguien se había ocupado de encender el fuego en mi habitación, y tan pronto como hube cerrado la puerta ante Edwin, encendí las dos velas polvorientas que había sobre la repisa de la chimenea. Arrastré la cama portátil tan cerca del hogar como me fue posible y me tumbé completamente vestida, con el quinqué encendido en una silla, junto a mí. El olor a aceite y metal caliente me resultó vagamente reconfortante, así como la seguridad de que Edwin estaría en la habitación contigua, entre el rellano y mis aposentos.
Cuando el calor comenzó a calentarme los huesos, lentamente, me percaté de que lo que verdaderamente me había desanimado, aparte del tono general de Vernon Raphael, era el temor de que aquel investigador pudiera estar en lo cierto respecto a Nell. Después de todo, él sólo había deducido (a partir de lo que yo le había mostrado) que Magnus había asesinado a su tío, o al menos había planeado asesinarlo. Nunca había considerado esa posibilidad y, sin embargo, todo tenía sentido… Por lo que tocaba a su explicación del misterio, en todo, salvo en pequeños detalles, Vernon Raphael simplemente se había hecho eco de las deducciones del médico forense.
Pero si yo le hubiera mostrado el resto de los documentos del señor Montague y de Eleanor Wraxford, éstos sólo habrían reforzado su convicción en la culpabilidad de Nell.
Sin embargo, Vernon Raphael había dicho algo… algo que me había tocado una fibra sensible, casi como si hubiera derramado un cubo de agua fría sobre mi propia teoría… Sí: la hipótesis de que si Nell había decidido entregarle a Clara a un cómplice, ¿por qué la trajo a la mansión?
¿Y por qué, entre todas las habitaciones que podría haber escogido, eligió para Clara la alcoba más oscura y cerrada?
Porque con la puerta cerrada, nadie podría decir si allí había una niña o no.
Cogí el diario de Nell y el informe de la investigación según John Montague y fui pasando distraídamente las hojas a la luz del quinqué.
Nadie había dicho que hubiera visto a Clara en la mansión…
Volví a la primera página del diario, el diario que ella decía que no se atrevía a comenzar en Londres, por temor a que Magnus pudiera encontrarlo. Y, sin embargo, lo había dejado abierto sobre la mesa…
Ella había querido que él lo encontrara. Yo había caído en la trampa: el diario era una ficción y nada de lo que hubiera en él podía creerse.
No… no exactamente. Todo aquello sobre el fracaso de su matrimonio, su odio hacia él, la señora Bryant, todo lo que Magnus sabía o podía controlar, todo aquello podía ser verdad y tendría como objetivo herir a su esposo o dañarlo en lo más profundo, de tal modo que no tuviera duda sobre el resto.
¡Clara nunca había estado en la mansión! Alguien (¿la criada Lucy, tal vez?) se había llevado a la niña a un lugar seguro, mientras Nell había venido a la mansión sola. La parte más peligrosa del engaño habría sido llevar a la niña (una muñeca arropada con mantillas y pañales, quizá) del carruaje a la habitación. No resultaba extraño que quisiera hacerlo ella todo…