– No. Estaba completamente despierta. Fui a la galería para coger el farol y vi que la cubierta de la tumba comenzaba a abrirse…
– Imposible. Te lo aseguro: esos cierres se habían convertido en óxido sólido…
– Los cierres no se movieron -fue como un destello en mi memoria-. Sólo se abrió la parte superior de la cubierta, donde estaba esa franja de adorno… Oí sus pasos; traía un farol. Yo cogí el cilindro de la caja de latón que había en la galería y lo prendí, y lo arrojé al interior de la armadura… Mira, ¿ves…? Rasgué este trozo de mi vestido para hacerle creer que yo estaba dentro. Y después… dijo que era el doctor Davenant… que venía a rescatarme…
Me detuve de inmediato cuando vi el cambio de expresión en el rostro de Edwin. Estaba mirando con tanta fijeza mi vestido desgarrado que parecía que no hubiera visto un vestido jamás. Nuestras miradas se encontraron y sus ojos mostraron, aterrorizados, que comprendía perfectamente lo que había ocurrido.
– ¿Davenant? -dijo casi tartamudeando-. ¿Has… has volado por los aires a James Davenant?
– Sí, pero era Magnus. Quería matarme… ¿Por qué me miras así?
– ¿No lo entiendes? Si la policía investiga, podrías ser acusada de asesinato o, como mínimo, de homicidio involuntario…
– ¡Pero él salió de la tumba…! ¿Quién más…?
– Tú creíste que salió de la tumba. Pero estabas aterrorizada… había poca luz… Es infinitamente más posible que sólo hayas imaginado que la cubierta del sarcófago se movía… y que Davenant entrara por la puerta principal. Recuerda que la dejamos abierta para que pudiera entrar el cochero que viniera a buscarnos…
– ¡No lo creo! Esta mañana, en la habitación de Nell… le seguí hasta allí… en la habitación… ¡intentó mesmerizarme! No tiene nada en los ojos… ¡y eran los ojos de Magnus! Ha estado intentando averiguar qué prueba tengo contra él. Además, ¿cómo es posible que encontrara el camino de regreso a la mansión en medio de esa niebla? ¡Ha estado aquí todo este tiempo! Esperó hasta que los otros se marcharan y volvió antes de que cayera la niebla. ¿No lo recuerdas? Le oímos… en la biblioteca.
– Ya veo qué quieres decir… -dijo lentamente-. El problema es que, incluso aunque estés en lo cierto, nadie te creerá. Si le cuentas esto a la policía, acabarás en la cárcel… o en un manicomio. En cambio, si dices simplemente que estabas en la biblioteca y hubo una explosión… Si encuentran por casualidad a Davenant, pensarán que fue él quien provocó la explosión.
– Pero si Nell estuviera viva… -comencé.
– ¡Nell, Nell, Nell! -gritó cansado y desesperado-. ¿No ves los estragos que ha causado tu obsesión? ¿Y si Davenant fuera perfectamente inocente? ¡Te estás poniendo una soga al cuello! Y, además, ¡no hay ni el más mínimo indicio de que Nell pueda estar aún con vida! ¿Por qué estás tan segura de ello?
– ¡Porque yo soy Clara Wraxford!
Edwin permaneció en silencio, asombrado, durante largo rato.
– ¿Tienes pruebas de ello? -dijo al fin-. ¿Te lo ha dicho ella?
– No, pero John Montague estaba convencido de ello… por mi parecido con Nell.
– ¿Y… tus padres? ¿Te dijeron…?
– No, no me dijeron nada. Pero me lo dice mi corazón, como se lo dijo su corazón al señor Montague.
– Muy bien, Constance… Esto es simplemente absurdo. Los parecidos no prueban nada: tú y Nell erais familiares, y el parecido puede reaparecer después de varias generaciones. Y John Montague, si tú recuerdas, pensaba al principio que Nell era idéntica a su esposa muerta. Puede que fuera tu parecido con Phoebe lo que le sorprendiera, no lo sé…
– Piensas que estoy loca… -dije con amargura.
– No… loca, no… pero has estado sometida a una gran tensión…
– Es una forma muy cortés de decir lo mismo.
– ¡No, no…! Es sólo que me importa mucho que tú…
– Si yo te importara sólo un poco, me creerías -dije, y me di perfecta cuenta de que me estaba comportando de un modo muy poco razonable, pero no fui capaz de callarme.
– ¡Me importas lo suficiente como para arriesgarme a que me cuelguen como cómplice de asesinato!
Aquellas palabras resonaron de un modo extraño, como si ya las hubiera escuchado antes.
– ¿Es que no lo ves? -grité-. ¡Eso es exactamente lo que le ocurrió a Nell! ¡He caído en la misma trampa…! Todo el mundo pensará que lo hemos matado dos veces…
Me interrumpí, apretando los puños hasta que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos.
– Debes olvidarte de todo esto… -insistió Edwin- e intentar descansar. Sólo necesitas recordar lo siguiente: estabas en la biblioteca cuando oíste una explosión, y eso es todo lo que sabes. Y si guardas silencio en lo demás, estarás perfectamente a salvo.
Se levantó y atizó el fuego. Me daba vueltas la cabeza del cansancio y me dolía todo el cuerpo; y a pesar del temor de que se me congelara la sangre en las venas, caí en un vacío oscuro y sin sueños.
Aún crepitaba el fuego cuando me desperté, y por un momento pensé que simplemente había estado dormitando, hasta que vi la luz de la mañana en la ventana. La niebla se había levantado. Edwin no estaba en la habitación. Me levanté y eché el pestillo de la puerta, y me lavé como pude, intentando ahogar la voz que me susurraba: «¡Has asesinado a un hombre inocente!».
Encontré a Edwin abajo, en el desastre ruinoso del salón, investigando entre los escombros. Estaba de espaldas a la puerta y no me oyó llegar, así que lo observé desde las sombras mientras iba de acá para allá. Los escombros alcanzaban varios pies de altura, sobre todo en el extremo más alejado, esparcidos por todo el suelo, en medio de los restos aplastados y destrozados de sillas y muebles. Edwin se encontraba aproximadamente en mitad de la sala, cogiendo y lanzando por los aires los pequeños cascotes que encontraba, apartando los trozos más grandes y colocándolos cuidadosamente a un lado. Su respiración formaba pequeñas nubes, mezclándose con el polvo que se arremolinaba a su alrededor. Alcanzó un travesaño destrozado y se subió a él. Se produjo un deslizamiento y un temblor, y apareció una especie de grueso cilindro negro, y luego un brazo de metal y un hombro. Edwin se arrodilló junto a aquellos restos y vi que su rostro palidecía mortalmente. Un segundo después me vio.
– ¡Quédate ahí fuera…! Sí… me temo que sí es Davenant. Está… quemado, pero aún es perfectamente reconocible. Aún esperaba que realmente pudieras haberlo soñado. Apártate… No podemos hacer nada por él… El coche estará aquí inmediatamente…
Y mientras subíamos la gran escalinata por última vez, añadió:
– Debemos ser claros en todo esto: lo mejor, creo, será decirles… a la policía, quiero decir… lo mejor será decirles que tú estabas en la biblioteca, esperando a que yo regresara con el carbón… lo cual es perfectamente cierto; entonces, creíste que habías oído unos pasos en la galería que está al lado. Un instante después hubo una terrible explosión. Luego, bajaste las escaleras y me encontraste. Esta mañana, yo pensé que tendría que ver si había quedado alguien atrapado en el derrumbamiento, y fue entonces cuando lo encontré. Tú no sabes cómo llegó ese hombre ahí ni qué estaba haciendo ni cómo se produjo la explosión.
– Pero eso… te convertiría en cómplice, como me dijiste anoche.
– No. Estaba equivocado acerca de eso: yo estaba atrapado en la carbonera, después de todo, así que yo no cuento como testigo; yo sólo sé lo que tú me contaste… es decir, que oíste pasos y luego una explosión, y eso es todo lo que sabes.
– Pero si no… si no les decimos que era Magnus, será enterrado como Davenant, y Nell nunca quedará libre de…
– ¡Constance, por el amor de Dios! ¿Es que quieres que te encierren en un manicomio? Si le dices a la policía una sola palabra sobre Magnus, yo les diré que estás delirando por la conmoción… ¿y a quién piensas que creerán?