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– Debe de haber sido terriblemente duro para usted -dije-. Quiero decir… saber que la podían detener en cualquier momento…

– Sí -dijo simplemente-. Laura sabe que la quiero, pero siempre he ocultado algo de mí. Prepararse para lo peor, cada vez que un extraño llama a la puerta, deja huellas en una… como puede usted ver…

»Es extraño… o quizá no… que Laura haya crecido pareciéndose tanto a Ada, con su carácter dulce y tranquilo, sin parecerse en nada a mí, e incluso con un don natural para la música, el cual ciertamente yo no poseo. Nadie dudaría jamás de que son madre e hija. Y ahora… gracias a usted, todos esos nubarrones se han alejado de nuestras vidas…

»Ha arriesgado usted su vida por mí -dijo, cogiéndome la mano una vez más-; y ha estado a punto de ir a la cárcel por mí. Nunca la olvidaré. Vine a Londres dispuesta a revelarme como Eleanor Wraxford, si no había otro medio de protegerla a usted. Pero, gracias a Dios, eso no ha sido necesario. La policía ha considerado que no es necesario que el nombre de Ada aparezca para nada en el caso, y Laura no tiene por qué saber nada.

– Pero -dije- usted querrá que todo el mundo sepa quién es usted realmente… ¿De qué otro modo puede limpiarse su nombre?

Se mantuvo en silencio durante unos instantes, observando con la mirada perdida la ciudad.

– Magnus adoraba el poder -dijo finalmente-: el poder de engañar a quien quisiera, de hacerles creer, sentir e incluso ver lo que él quería que todos creyeran, sintieran o vieran. Si ellos no sucumbían a su poder, a ojos de Magnus merecían morir. Y de todo ese terror y toda esa crueldad nació Laura. No hay nada de Magnus en ella. La herencia de los padres no siempre se manifiesta; algunas veces la sangre nace limpia o no se tiñe nunca con los males de sus ancestros.

»Pero el mundo, Constance, no ve las cosas así. La visión de Magnus y la del mundo tienen más en común de lo que nos gustaría admitir. Podría gritar mi inocencia desde cada uno de esos tejados, y la gente aún me creería culpable de algo. No: Eleanor Wraxford será siempre "aquella mujer que mató a su marido"… o a su hija. ¿Y qué podría decir de Clara? Si Laura llegara a saber cómo me llamo realmente, con seguridad acabaría averiguando la verdad.

– Pero… ahora no hay ninguna razón para ocultarle nada… ¿no preferiría saberlo? Eso significaría tener dos madres que la adorarían, en vez de una.

– Sí, pero, en vez de recordar a su padre como un hombre amable y cariñoso, tendría que aceptar que es la hija de un monstruo que se deleitaba en la crueldad, que acabó con la vida de no sabemos cuántas personas y que nunca le importó nada en absoluto. ¿Realmente cree que le gustaría saber eso?

– No, pero… hay una posibilidad… -dije tímidamente-. Si usted me permite ser Clara, podría decir que me entregó a otra familia… exactamente tal y como entregó a Clara a Ada, para protegerme, y ahora nos hemos encontrado de nuevo… Laura podría seguir siendo la hija de Ada, y… y a mí me encantaría tenerla a usted como madre. No se lo diría a nadie, lo prometo, y así Laura podría ser mi hermana…

Mi voz se quebró al final de la frase, y las lágrimas anegaron mis ojos de nuevo. Ella me abrazó y me acarició el pelo y me susurró aquellas palabras de consuelo que tanto había deseado oír en labios de mi propia madre, y me encontré absolutamente incapaz de dejar de llorar hasta que empapé su hombro con mis lágrimas y me tranquilicé en sus brazos, sintiendo el calor del sol en mi espalda y deseando que aquel momento durara para siempre. Pero supe que tendría su respuesta en cuanto levantara la mirada.

– Lo que dices es sólo un sueño feliz, Constance, y no puede ser… El secreto nos separaría a todas: acabaríamos susurrando en las esquinas y más pronto que tarde Laura acabaría sospechando lo que habíamos hecho. No tuve otra elección cuando le entregué a mi hija a Ada: sería imperdonable engañarla una segunda vez.

»No: Eleanor Wraxford desapareció hace veinte años, y ya no volverá jamás. Yo soy Helen Northcote, y así me quedaré, y el secreto que te ruego que guardes, si lo deseas, es que tú y yo nos encontramos aquí esta mañana.

Se levantó, y me ayudó a levantarme. Allí estuvimos de pie, durante mucho tiempo, mirándonos.

– ¿Nunca la volveré a ver? -dije.

– Siempre pensaré en ti -contestó, y me abrazó por última vez, antes de que se volviera y se alejara por la colina hacia el mar de tejados que se veía allá abajo, con la cúpula de San Pablo elevándose sobre la bruma de innumerables chimeneas.

Mi fantasía del inframundo, el que estaba debajo del suelo de la cocina, con sus interminables túneles extendiéndose en la oscuridad, volvió a mi pensamiento mientras observaba cómo se alejaba Nell, recordando cuán a menudo había mirado aquella cúpula cuando era niña. Mis pensamientos regresaron a Edwin, que quizá ya estaba esperándome en los jardines junto a la iglesia, pero me quedé en la colina, mirando cómo se empequeñecía la figura de Nell… mucho tiempo después de que hubiera desaparecido de mi vista.

John Harwood

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