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Cuando el lujoso Tren Azul llega a Niza, un guardia intenta despertar a Ruth Kettering para anunciarle su parada. Pero ella no despertará nunca más, ya que un disparo de gran calibre la ha matado, desfigurando sus rasgos hasta volverla casi irreconocible. Además, sus valiosísimos rubíes han desaparecido. El principal sospechoso del crimen es el arruinado marido de la dama, Derek. Pero Poirot no está convencido, y decide hacer una reconstrucción de ese día hasta llegar a la clave del asesinato...

Agatha Christie

El misterio del tren azul

ePUB v1.0

Ormi 01.10.11

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The Mistery Of The Blue Train

Traducción: José Mallorquí Figuerola

Agatha Christie, 1928

Edición 1979 - Editorial Molino - 255 páginas

ISBN: 8427285094

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

AARONS, Joseph: Agente teatral.

VAN ALDIN, Rufus: Millonario norteamericano.

ALICE: Doncella de Katherine Grey.

ARCHER: Criado de Van Aldin.

CARRÉGE: Juez de instrucción.

CAUX: Comisario de policía en Niza.

EVANS, Charlie: Cuarto esposo de lady Rosalie.

FRAVELLE, Hipolyte: Criado de De la Roche.

FRAVELLE, Mane: Esposa de Hipolyte y también criada de De la Roche.

GEORGE: Criado de Poirot.

GOBY: Detective privado.

GREY, Katherine: Antigua señorita de compañía de la difunta Mrs. Harfield.

HARFIELD, Mary Anne: Prima de la fallecida Jane Harfield.

HARRISON, Arthur: Médico de Mrs. Harfield.

HARRISON, Polly: Esposa del anterior.

KETTERING, Derek: Arruinado caballero miembro de una antigua familia inglesa.

KETTERING, Ruth: Esposa del anterior e hija de Van Aldin.

KNIGHTON, Richard: Secretario de Van Aldin y comandante retirado.

MASÓN, Ada Beatrice: Doncella de Ruth.

MICHEL, Pierre: Conductor del coche-cama del Tren Azul.

MIRELLE: Bella y famosa bailarina, amante de Derek Kettering.

PAPOPOLOUS: Judío griego comerciante en antigüedades.

PAVETT: Criado de Derek.

POIROT, Hercule: Famoso detective, protagonista de esta novela.

DE LA ROCHE, Armand: Conde y distinguido aventurero.

TAMPLIN, Lenox: Hija de lady Rosalie.

TAMPLIN, Lady Rosalie: Prima de Katherine Grey.

VINER, Amelia: íntima amiga de la difunta Jane Harfield.

ZIA: Hermosa joven, hija de Papopolous.

Capítulo I

El hombre de los cabellos blancos

Sería alrededor de medianoche cuando un hombre atravesó la plaza de la Concordia. A pesar del magnífico abrigo de piel que cubría su magro cuerpo, había en él algo esencialmente débil y miserable.

Era un hombrecillo con cara de rata, uno de esos hombres que parece imposible que puedan ocupar ningún puesto relevante, o que lleguen a destacar en cualquier esfera. Sin embargo, quien creyese tal cosa se equivocaría totalmente porque este hombre, despreciable e inconspicuo, jugaba un importante papel en los destinos del mundo. En un imperio gobernado por las ratas, él era el rey.

Incluso ahora, en una embajada aguardaban su regreso. Pero antes tenía otros quehaceres, de esos que la embajada no conocía oficialmente. A la luz de la luna, su rostro aparecía blanco y afilado, destacándose su nariz ligeramente cur-vada. Su padre, un judío polaco, oficial de sastre, se hubiera mostrado satisfecho con el trabajo que esta noche había llevado a su hijo al extranjero.

Llegó al Sena, lo cruzó y entró en uno de los barrios de peor reputación de París. Se detuvo ante una ruinosa casa de pisos, y subió hasta un apartamento situado en el cuarto piso. Golpeó la puerta con los nudillos, y aún no se había extinguido el ruido de los golpes, cuando ésta fue abierta por una mujer que, sin duda, estaba esperándole. No le saludó, pero le ayudó a sacarse el abrigo. Después lo guió a un saloncito amueblado con el peor gusto. La luz, velada por una chillona pantalla de seda roja, suavizaba pero no ocultaba el vulgar maquillaje que cubría el rostro de la muchacha, como tampoco los rasgos mongoles de su rostro. No cabía la menor duda de la profesión y nacionalidad de Olga Demiroff.

—¿Va todo bien, pequeña?.

—Todo va perfectamente, Boris Ivanovitch.

Él asintió mientras murmuraba:

—No creo que me hayan seguido.

Pero había cierta ansiedad en sus palabras. Se dirigió hacia la ventana, apartó disimuladamente los visillos y miró hacia la calle. Se apartó de un salto.

—Hay dos hombres en la acera de enfrente. Miran hacia aquí...

Se detuvo y empezó a morderse las uñas, gesto habitual en él cuando lo dominaba la ansiedad.

La muchacha rusa meneó la cabeza lentamente, en un gesto que pretendía tranquilizarlo:

—Estaban aquí antes de que tú vinieras.

—De todas formas, me parece que vigilan la casa.

—Tal vez —dijo ella indiferente.

—Pero entonces...

—¿Y qué?. Aunque ellos lo sepan, no será a ti a quien sigan desde aquí.

En los labios del hombre apareció una cruel sonrisa.

—No —admitió—. Eso es verdad.

Durante unos minutos, permaneció reflexionando y al fin comentó:

—Ese dichoso americano ya se las compondrá como pueda.

—Supongo que sí.

Boris Ivanovitch se dirigió otra vez hacia la ventana.

—Tipos duros —murmuró con una sonrisa—. Deben ser conocidos de la policía. Bien, bien, les deseo a los hermanos apaches una excelente caza.

Olga Demiroff meneó la cabeza.

—Si el norteamericano es el hombre que dicen que es, se necesitará algo más que una pareja de cobardes apaches para pillarlo. —Se detuvo un momento y luego prosiguió—: Me extraña...

-¿Qué?.

—Nada. Sólo que esta noche ha pasado dos veces por esta calle un hombre de cabellos blancos.

—¿Y qué?.

—Pues que, al pasar junto a esos dos sujetos, ha dejado caer un guante. Uno de los hombres lo ha recogido y se lo ha devuelto. Un truco muy usado.

—Entonces, ¿tú crees que ese individuo de cabellos blancos es su patrón?.

—Algo por el estilo.

El ruso pareció alarmado e inquieto.

—¿Estás convencida de que el paquete está en lugar seguro, que no lo han tocado?. Se ha hablado tanto... se ha hablado demasiado.

Se mordió de nuevo las uñas.

—Juzga por ti mismo.

La muchacha se dirigió hacia la chimenea y revolvió hábilmente los pedazos de carbón. De debajo de todo, entre unas bolas de papel de periódico, sacó un paquete de forma oblonga, envuelto en una mugrienta hoja de diario, y se lo tendió al hombre.

—Muy ingenioso —aprobó éste.

—Ya han registrado dos veces el apartamento. Destrozaron el colchón de mi cama.

—Sí, ya lo he dicho antes —murmuró él—, se ha hablado demasiado. Ese regateo en el precio ha sido un error.

Mientras hablaba, había desenvuelto el paquete, dentro del cual había un pequeño envoltorio hecho con papel de estraza. Lo desenvolvió a su vez, miró el contenido y lo envolvió de nuevo rápidamente. Apenas acababa de hacerlo cuan-do sonó el timbre.