Выбрать главу

En todo caso, lo que parece claro es que el material básico y el andamiaje (pero un andamiaje insustituible) de la obra proustiana es ese mundo social parisino que frecuentó durante años. De ellos, de los aristócratas que le toleraron displicentes, se aprovecharon de su ingenio e incluso le humillaron o se burlaron de él, extrajo el escritor la arcilla con la que modeló su obra. Mientras asistía al monótono espectáculo de aquella sociedad, mientras se aburría o los demás se reían de sus rarezas, Proust iba anotando mentalmente hasta el último detalle, incorporándolo a la futura radiografía implacable con la que daría de aquel mundo, en gran parte ficticio en sí mismo, la imagen de ficción, pero poderosamente real, que prevalecería como definitiva sobre cualquier otra de las que de él se tomaron. El vigor de su retrato se basa, como observa Pla, en la minuciosidad de sus detalles, en los que como sostiene el escritor catalán, reiterando a Stendhal, se halla el interés de la obra literaria (la verdad, decía Stendhal, lo que aquí vale como sinónimo). Lo grande de este caso es que debía ser precisamente Proust, un plebeyo hipersensible y enfermizo, quien mostrara esa perspicacia. Como dijera Nabokov: “Un autor enfermo tejiendo una telaraña y atrapando en ella la vida que bordonea a su alrededor”. El papel de Proust nunca habría podido desempeñarlo un dandy exitoso, ni un aristócrata, porque, como bien señaló el padre Mugnier: “Un aristocrata jamás poseerá auténtico talento de escritor. Es demasiado como Dios manda. Median demasiados criados entre él y la realidad.” Entre Proust y la realidad no mediaban criados. Es más, según nos indica el duque de Clermont-Tonnére, que le vio desenvolverse en la alta sociedad, a Proust “le apasionaba estudiar a los sirvientes”, en quienes los aristócratas ni siquiera reparaban. No es pues casual un retrato de tanta fuerza como el de la criada Françoise, a quien Josep Pla reputa el máximo personaje de En busca del tiempo perdido, por encima incluso del barón de Charlus. Al final, el logro de Proust, al referirnos la vida de estos personajes, consiste en algo que su biógrafo Diesbach describe certeramente: “El arte de Proust es la habilidad para interpretar, a través de personajes portadores de fuerzas desconocidas o misteriosas prendas, un arte cuyo contenido ignoran ellos mismos y que no serían capaces de comprender.”

El asunto y la textura de la más representativa novela proustiana, como señala sarcásticamente Nabokov, no pueden aparecer a priori más desalentadores. Su extensión es del todo desmedida, y en ella, principalmente, se nos narran una serie de reuniones entre personajes del gran mundo o de sus aledaños inferiores. Algunas de estas reuniones ocupan ciento cincuenta páginas, y las frases son a menudo tan largas que se pierde la memoria de cuándo comenzaron. Sin embargo, como escribió precisamente Raymond Chandler, si cortáramos algo de lo mucho que parece sobrar en la obra de Proust, seguramente le quitaríamos también aquello que le da su singular valor. ¿Cuál es su secreto? ¿Qué es lo que hace de la obra de Proust una de las más influyentes (si no la más) de nuestro siglo?

Hablando como simple lector, sin otra investidura que la curiosidad y la coincidencia de haber probado también a escribir novelas (suponiendo que eso signifique algo), éstas son en mi opinión algunas de las claves que ayudan a comprender el fenómeno, o lo que es lo mismo, en las que se basa el atractivo de Proust:

– El realismo, del que Proust hace una completa reinvención: No sólo refleja los sucesos, con una fidelidad difícilmente igualable, sino que también muestra su espíritu, resolviendo una contradicción que parecía que no se podría resolver jamás. Por un lado, Proust es más realista que los escritores adscritos al naturalismo, que a fuerza de limitar su expresión literaria habían llegado a ofrecer un retrato bastante deficiente y hueco de la realidad. Por otro, sublima la realidad y la sitúa más cerca de su esencia, en un lugar donde no sólo desafía mejor el transcurso del tiempo sino donde su significado es más rico, porque está más depurado. “En mi libro”, escribió Proust a un crítico, “se omite lo que ocupa la mayor parte de las novelas, como no sea para hacer expresar a esos actos algo interior; jamás uno de mis personajes se levanta, abre una ventana, se pone un gabán”. Su concepto de la realidad, aunque nos resulta intenso y definido (“su obra es excepcionalmente clara y transparente”, dijo Vladimir Nabokov), resulta también inusitadamente suticlass="underline" “Lo que llamamos realidad es cierta relación entre las sensaciones y los recuerdos que nos rodean a un tiempo”, puede leerse, a guisa de definición, en El tiempo recobrado. ¿Cuál es el resultado de todo esto? En una de las más perfectas descripciones que conozco del mundo proustiano, juzga al respecto Josep Pla: “La vida ya no es un esquema lineal; es un mundo de volúmenes, de dimensiones más altas y más hondas, de perspectivas más vastas y más ricas, y sobre todo de una necesidad permanente”.

– La vividez de sus imágenes: Su cuidado de los detalles, ya mencionado, la precisión de los adjetivos, su buen gusto (de infalible lo califica Pla) y también su vasta cultura, proporcionan a la obra de Proust una capacidad de sugerir y de comunicar sensaciones de veras incomparable. Nabokov (que consideraba, por cierto, que la literatura de los sentidos era el arte verdadero, y que la literatura de ideas sólo puede producir auténtico arte cuando procede de los sentidos), dijo de Proust que era un prisma, que su único objetivo era refractar la luz y ofrecernos las imágenes a través de su filtro. En tal sentido, en el que quizá sí pueda identificarse a Proust con su protagonista, éste es un ejemplo culminante de esos protagonistas a que me refería al hablar de Chandler, aquéllos cuya misión primordial es descomponer el rayo luminoso en una gama de colores, formando ese universo de la novela por el que queda fascinado el lector hasta el punto de olvidar al protagonista mismo. Lo importante es la creación de ese universo, a cuyo perfeccionamiento se consagró nuestro autor con una tenacidad obsesiva, reescribiendo una y otra vez, interpolando pasajes, precisiones, apostillas, a menudo sobre las mismas pruebas de imprenta, para desesperación de los tipógrafos que veían cómo las galeradas iban y volvían sin los fallos de imprenta revisados, pero repletas de nuevas acotaciones que ocupaban todos los márgenes. La misma antevíspera de su muerte, Proust estuvo trabajando hasta bien entrada la madrugada en esa labor de corrección y ampliación interminables.