Выбрать главу

—Estaba cerrada cuando yo examiné el cuarto, pero no sabemos si lo estaba antes. Sólo tenemos su palabra, ya que fue ella la que examinó la puerta y dijo que estaba cerrada. En la confusión subsiguiente tuvo oportunidad sobrada de correr el cerrojo. Pronto se me presentó ocasión de comprobar que mis suposiciones eran acertadas. Para empezar, el trozo de tela corresponde a una desgarradura de un manguito de mistress Cavendish. Además, en la encuesta, mistress Cavendish declaró haber oído desde su cuarto la caída de la mesa que está junto a la cama. Quise comprobar la exactitud de esta declaración situando a mi amigo, míster Hastings, en el ala izquierda de la casa, junto a la puerta del cuarto de mistress Cavendish. Yo fui con la Policía al cuarto de la difunta, y, mientras estábamos allí, volqué, fingiendo un descuido, la mesa en cuestión. Míster Hastings, tal como yo imaginaba, no había oído nada en absoluto. Esto me confirmó en mi creencia de que mistress Cavendish no decía la verdad al declarar que estaba vistiéndose en su cuarto cuando se dio la alarma. Por el contrario, me convencí de que, lejos de encontrarse en su propio cuarto, mistress Cavendish estaba en el cuarto de la muerta.

Dirigí la vista al lugar donde estaba Mary y la vi muy pálida, pero sonriente.

—Me puse a razonar basándome en esa suposición: mistress Cavendish está en el cuarto de su madre política. Digamos que está buscando algo y que no lo ha encontrado todavía. De pronto, mistress Inglethorp se despierta, presa de un paroxismo alarmante. Extiende un brazo, volcando la mesa, y tira desesperadamente del cordón de la campanilla. Mistress Cavendish, sobresaltada, deja caer su vela, derramando la cera en la alfombra. Coge de nuevo la vela y se retira rápidamente al cuarto de miss Cynthia, cerrando la puerta tras ella. Se precipita hacia el pasillo, porque los criados no deben encontrarla donde está. ¡Pero es demasiado tarde! Ya se oía el eco de pisadas a lo largo de la galería que une las dos alas de la casa. ¿Qué hacer? Rápida como el pensamiento, vuelve al cuarto de la muchacha y empieza a sacudirla para despertarla. Los habitantes de la casa, levantados precipitadamente, acudían en tropel por el pasillo. Todos se pusieron a golpear la puerta de mistress Inglethorp. A nadie se le ocurrió que mistress Cavendish no había llegado con los demás, pero, y esto es muy significativo, no encontró a nadie que la viera llegar de la otra ala —miró a Mary Cavendish—. ¿No es así, señora?

Ella inclinó la cabeza.

—Sí, así es, señor. Ya comprenderá usted que si yo creyera hacerle algún bien a mi marido revelando estos hechos no hubiera vacilado en hacerlo. Pero me pareció que no influirían en su culpabilidad o en su inocencia.

—En cierto sentido, tiene usted razón, señora. Pero el conocer estos datos me permitió desechar muchas interpretaciones falsas y ver otros hechos a la luz de su verdadera significación.

—¡El testamento! —exclamó Lawrence—. ¿Entonces fuiste tú, Mary, quien destruyó el testamento?

Ella negó con la cabeza y lo mismo hizo Poirot.

—No —dijo ella suavemente—. Sólo hay una persona que pueda haber destruido ese testamento: ¡la propia mistress Inglethorp!

—¡Imposible! —exclamé—. ¡Acababa de redactarlo aquella misma tarde!

—Sin embargo, amigo mío, fue mistress Inglethorp. Porque de otro modo no puede explicarse el que, en uno de los días más calurosos del año, mistress Inglethorp mandara encender el fuego en su habitación.

Lancé un sonido inarticulado. ¡Qué idiotas habíamos sido al no darnos cuenta de que ese fuego era absurdo!

Poirot continuaba:

—La temperatura de aquel día, señores, era de más de veintiséis grados a la sombra. Sin embargo, ¡mistress Inglethorp mandó encender el fuego! ¿Por qué? Porque quería destruir algo y no se le ocurrió nada mejor. Recodarán ustedes que, como consecuencia de las economías de guerra que se practicaban en Styles, no se tiraba ningún papel. Por tanto, no había modo de destruir un documento voluminoso, como es un testamento. En el momento en que supe que se había encendido un fuego en la habitación de mistress Inglethorp saqué la conclusión de que se había destruido algún documento importante, posiblemente un testamento. Así que para mí no fue una sorpresa el descubrimiento en la chimenea del trozo de papel a medio quemar. Naturalmente, yo entonces desconocía el hecho de que el testamento en cuestión había sido redactado aquella misma tarde, y debo admitir que cuando lo supe caí en un error lamentable. Supuse que la decisión de mistress Inglethorp de destruir el testamento era una consecuencia directa de la disputa que había sostenido aquella tarde y que, por consiguiente, había tenido lugar después, y no antes de la redacción del testamento.

»Pero en eso, como sabemos, estaba equivocado y tuve que abandonar la idea, considerando el problema desde una perspectiva distinta. Ahora bien, a las cuatro, Dorcas oyó a su señora decir airadamente: «No creas que me va a detener el miedo a la publicidad o al escándalo entre marido y mujer». Supuse, y supuse bien, que esas palabras no iban dirigidas a su marido, sino a míster John Cavendish. Una hora después, a las cinco, emplea casi las mismas palabras, pero el punto de vista es diferente. Le confiesa a Dorcas que «no sabe qué hacer; el escándalo entre marido y mujer es una cosa horrible». A las cuatro estaba enfadada, pero completamente dueña de sí. A las cinco está profundamente acongojada y habla de haber sufrido «un disgusto horrible».

»Considerando el asunto psicológicamente, llegué a una conclusión que estaba seguro era acertada. El segundo «escándalo» de que habla no era el mismo «escándalo» de que había hablado antes, y estaba relacionado con ella misma.

»Vamos a reconstruir los hechos. A las cuatro, mistress Inglethorp discute con su hijo y le amenaza con denunciarle a su esposa, quien, dicho sea de paso, oyó la mayor parte de la conversación. A las cuatro y media, mistress Inglethorp, como consecuencia de una conversación sobre validez de testamentos, redacta uno en favor de su esposo, firmando como testigos los dos jardineros. A las cinco, Dorcas encuentra a su señora en un estado de extraordinaria agitación con un papel, Dorcas cree es «una carta», en la mano, y entonces es cuando ordena que enciendan el fuego en su habitación. Probablemente, pues, entre las cuatro y media y las cinco, algo provocó en ella un cambio total de sentimientos, ya que entonces tiene tantos deseos de destruir el testamento como antes tenía de hacerlo. ¿Qué había sido ese algo?

»Por lo que sabemos, estuvo sola durante esa media hora. Nadie entró o salió en el boudoir. Entonces, ¿qué fue lo que de ese modo transformó sus sentimientos?

»Sólo podemos hacer suposiciones, pero creo que las mías son acertadas. Mistress Inglethorp no tenía sellos en su escritorio. Lo sabemos porque más tarde pidió a Dorcas que le llevara algunos. Ahora bien, en el lado opuesto de la habitación estaba el buró de su esposo, cerrado. En su deseo de encontrar los sellos, según mi teoría, probó sus propias llaves en el mueble. Sé que una de ellas lo abre. Abrió, por tanto, el buró y, buscando los sellos, tropezó con otra cosa: el papel que Dorcas vio en su mano y que con toda seguridad no estaba destinado a que ella lo viera. Por otra parte, mistress Cavendish creyó que el papel que su madre política atenazaba tan firmemente era una prueba escrita de la infidelidad de su propio esposo. Se lo pidió a mistress Inglethorp, quien le aseguró la verdad; que no tenía nada que ver con aquel asunto. Mistress Cavendish no la creyó. Creyó que mistress Inglethorp estaba escudando a su hijastro. Mistress Cavendish es una mujer muy resuelta y, bajo su máscara de reserva, estaba locamente celosa de su marido. Decidió apoderarse del papel a cualquier precio, y la casualidad vino a ayudarla en su decisión. Por azar encontró la llave de la caja de documentos, que mistress Inglethorp había perdido aquella mañana. Sabía que su suegra guardaba invariablemente todos los papeles importantes precisamente en esa caja.