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Fidelma dio las gracias al herrero y lo dejó en la fragua, de pie con las manos en las caderas, los pies abiertos a ambos lados, mirándola con recelo al alejarse con Eadulf.

– Si al caballo del arquero lo herró un forjador del territorio de Clan Brasil -sugirió Eadulf en un tono reflexivo-, quizá conocía al hermano Mochta. ¿No dijo el abad Ségdae que era originario de Clan Brasil?

– Bien pensado, Eadulf. Pero aunque Mochta procedía de Clan Brasil, y el caballo del arquero fue herrado allí, sabemos que el acento de éste no era de la región del norte.

Fidelma calló unos instantes para considerar la cuestión.

– Todavía no hemos establecido la posible relación que unía al hermano Mochta con ese arquero, si es que de hecho conseguimos aclarar el misterio de la tonsura.

Eadulf soltó un leve quejido de exasperación.

– Las relaciones parecen tan claras… pero el misterio de la tonsura lo altera todo.

Iban andando por la calle principal, hacia el otro extremo del municipio, donde había un grupo de edificios pequeños apartado del resto.

– Esto tiene pinta de ser la posada de Cred -dijo Fidelma, y se paró mirando en la dirección de la que venían-. Parece bastante apartado, así que el arquero tal vez se hospedara aquí y el herrero no supiera si venía o no en este sentido.

– ¿Creéis entonces que el bó-aire mentía?

– No, no creo. Pero no está de más ser lo más precisos posible y asegurarnos bien de los hechos. Pasemos y hablemos con Cred, que al parecer tan poco gusta a los habitantes.

Cuando Fidelma se disponía a entrar, Eadulf la detuvo un momento, señalando el letrero de la posada. Representaba a un herrero musculoso con el martillo sobre el yunque.

– Vaya una coincidencia, ¿no?

– No, no tanto -le dijo Fidelma con una sonrisa-. Creidne Cred era el artífice de los antiguos dioses de Irlanda; trabajaba el bronce, el latón y el oro. Era quien hacía las empuñaduras de las espadas, y los tachones y la armazón de los escudos durante la guerra entre los dioses paganos y sus enemigos.

– Bueno, pero una cosa más antes de entrar. He oído decir al abad y al bó-aire que este lugar no tiene licencia. ¿Qué significa eso?

– En principio parece una posada, que además hace sus propias cervezas, pero no es legal, es lo que llamamos un dligtech.

– Entonces el bó-aire, como agente de la ley, puede cerrarla sin problemas, ¿no?

Fidelma movió la cabeza con una sonrisa, diciendo:

– No significa que esta posada sea ilegal, sino sencillamente que la ley no la reconoce. Lo cual quiere decir que la persona que se dirija a una posada ilícita debe estar enterada por si surge algún motivo de reclamación, ya que no tendría razones legales con que actuar.

– No sé si lo he entendido bien -dijo Eadulf.

– Un posadero legal debe pasar tres pruebas estrictas en cuanto a la calidad de la bebida que sirve. Si sirve cerveza mala, se le puede recusar la licencia por ley. De manera que si una persona se queja de la mala calidad de la cerveza en una casa ilícita, no puede reclamar indemnización alguna. Bueno, ya está bien, a ver si encontramos a Cred.

Entraron en la posada. No parecía haber nadie más aparte de dos hombres que bebían cerveza en un rincón. Iban toscamente vestidos y llevaban barba; parecían campesinos. Miraron a Fidelma y a Eadulf con indiferencia y siguieron bebiendo y conversando en voz baja.

Al oír un movimiento detrás de una puerta con cortinas, miraron hacia allí y vieron salir a una mujer de proporciones rotundas. Se veía claramente que su cuerpo había conocido tiempos mejores. Se dirigió a ellos con avidez, pero le cambió el gesto en cuanto reparó en el atavío de ambos.

– La abadía ofrece un mejor alojamiento para religiosos -les dijo sin reparo-. Este lugar os parecerá demasiado ordinario para el gusto de personas distinguidas y pías como vos.

Uno de los dos hombres soltó una risilla espasmódica, apreciando de ese modo lo que entendió como una muestra de ingenio.

– No buscamos alojamiento -se apresuró a decir Eadulf en un tono severo-. Buscamos información.

La mujer aspiró por la nariz y cruzó los brazos sobre un pecho generoso.

– ¿Y por qué buscáis información precisamente aquí?

– Porque creemos que nos la podéis proporcionar -respondió Eadulf sin apocarse.

– La información es cara, sobre todo para un clérigo extranjero -dijo a su vez la mujer al oír el acento de Eadulf, al que examinó calculando cuánto dinero llevaría encima.

– En tal caso me facilitaréis la información a mí -dijo Fidelma sin perder la calma.

La mujer entornó los ojos al mirarla.

Fidelma y Eadulf se dieron cuenta de que los hombres habían interrumpido el murmullo de su conversación para volverse hacia ellos sin disimular su curiosidad.

– Quizá no quiera facilitar información aunque la tenga -dijo la mujer, implacable.

– Quizá -repitió Fidelma con amabilidad-. Pero ocultar información a un dálaigh puede acarrearnos serios problemas.

La mujer entornó más los ojos. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia abajo. Se respiraba tensión en el ambiente. Los dos hombres se volvieron de cara a las bebidas, aunque por su actitud se notaba que estaban pendientes de la conversación de la dueña.

– ¿Dónde está el dálaigh que me pide información? -preguntó con desdén la mujer de voluminoso pecho.

– Aquí estoy -anunció Fidelma con calma-. Y vos imagino que seréis Cred, la dueña de esta posada sin licencia, ¿no?

La mujer dejó caer los brazos a los lados. En su rostro se formaron varias expresiones, pues no sabía si Fidelma hablaba en serio o no. Al final enrojeció de rabia.

– Sí, soy la dueña, Cred, y llevo una posada respetable, tenga o no licencia.

– Eso es asunto vuestro y del bó-aire. Yo necesito información. Hace una semana más o menos, pasó un hombre por el pueblo. Tenía el inconfundible aspecto de un arquero profesional. Llevaba una yegua zaina con una herradura floja, y tuvo que acudir a la forja del herrero.

Fidelma era consciente de que los hombres no habían reanudado la conversación y estaban muy atentos a lo que estaba diciendo. De refilón, vio salir a otro hombre por una puerta al fondo de la sala. No se volvió para examinarlo mejor, porque le interesaba más mirar al rostro de la posadera a fin de juzgar mejor su reacción. Sin embargo, se dio cuenta de que el tercer hombre se había detenido y les estaba mirando.

La mujer, Cred, sostenía la mirada de Fidelma con desafío.

– ¿Cómo sé que sois una dálaigh? -la retó-. No tengo por qué responder preguntas de una chiquilla, sea o no religiosa.

Fidelma se llevó la mano debajo del hábito y sacó una cruz colgada de una cadena de oro, cuyo simbolismo era muy conocido en todo Muman. La orden de la Cadena de Oro era una venerable fraternidad nobiliaria de Muman, la cual se había constituido a partir de los miembros de la antigua élite guerrera de los reyes de Cashel. El honor residía en la entrega personal de los reyes Eóghanacht. El hermano de Fidelma le había concedido el honor por los servicios prestados al reino. Cred abrió un poco los ojos al reconocer la cruz.

– ¿Quién sois? -preguntó, aunque en un tono más amable y complaciente.

– Soy…

– ¡Fidelma de Cashel! -exclamó el tercer hombre en un susurro.