– Deus misereatur… -murmuró-. Es sangre.
El hermano Madagan no reprimió el escalofrío que le recorrió el cuerpo.
El abad Ségdae permaneció inmóvil un momento. El tiempo que tardó en reaccionar se hizo eterno.
– El hermano Mochta no está aquí -dijo, afirmando algo evidente-. Id y despertad a la abadía, hermano Madagan. Debemos iniciar una inspección de inmediato. Hay sangre en su jergón, la celda está revuelta y las Santas Reliquias del Santísimo Ailbe han desaparecido. Id. ¡Tocad la campana de alarma, pues esta noche el mal ronda la abadía!
CAPÍTULO II
La religiosa se detuvo en el último peldaño antes de subir al pasadizo que bordeaba las almenas de la fortaleza. Miró al cielo con desaprobación. Sus rasgos jóvenes y hermosos, con unos rebeldes mechones pelirrojos que le acariciaban la frente, y unos brillantes ojos azules que reflejaban el cielo plomizo, adoptaron una expresión de censura ante la contemplación del mal tiempo que enturbiaba la mañana. Luego, encogiéndose de hombros ligeramente, subió el último peldaño hasta el pasadizo de piedra que circundaba el interior de las imponentes murallas de la fortaleza que protegía el palacio de los reyes de Muman, el reino más grande de Éireann, en el extremo suroeste del país.
Cashel se erigía de un modo casi amenazador a unos sesenta metros sobre una colosal montaña de piedra caliza que dominaba las llanuras de las inmediaciones. La única vía de acceso era un camino escarpado que partía de una población con mercado que había prosperado al amparo de la fortaleza. Además del palacio de los reyes de Muman, en la roca de la montaña se habían construido otros muchos edificios. Entre éstos se contaba una gran iglesia, la cathedra o sede del obispo de Cashel. Era un elevado edificio circular -forma en que se construían muchas iglesias de aquellos días- con pasillos comunicados que daban al palacio. Había un complejo de cuadras, edificios anexos, hostales para alojar a posibles visitantes y dependencias para la escolta del rey, así como un claustro monástico para los religiosos que oficiaban en la catedral.
Sor Fidelma se movía con una agilidad juvenil que parecía impropia de su vocación. El hábito religioso que vestía no ocultaba su silueta alta y bien proporcionada. Se acercó con naturalidad a las almenas y se apoyó para seguir contemplando el cielo. Sintió un ligero estremecimiento al paso de una ráfaga de aire frío entre los edificios. Se apreciaba que durante la noche había llovido, pues el aire estaba cargado de humedad y un tenue brillo plateado asomaba en el horizonte de los campos más oscuros, donde la luz del alba destellaba sobre las perlas del agua de lluvia.
Hacía un tiempo extraño. El día de San Mateo, que anunciaba el equinoccio de otoño con las primeras heladas matutinas y un descenso brusco de las temperaturas, aún no había llegado. No hacía el buen tiempo característico de aquel mes durante el día. Una capa gris y uniforme de nubes cubría el cielo y apenas se percibía cierta claridad cada vez que el sol la atravesaba. Era un cielo agitado. Los densos nubarrones se extendían tras los picos de las montañas hacia el suroeste, al fondo del valle donde el río Suir serpenteaba como una gruesa franja azulada de norte a sur.
Fidelma apartó la vista del cielo, atisbó entonces a un anciano que estaba de pie no muy lejos de allí, que al parecer también reflexionaba sobre el cielo de aquella mañana. Fue hacia donde estaba para saludarle con una sonrisa.
– ¡Hermano Conchobar! Parecéis abrumado -exclamó con alegría, pues Fidelma nunca permitía que el tiempo afectara a su estado de ánimo.
El viejo clérigo volvió su rostro alargado e hizo una mueca de descontento.
– Así es. Hoy no es un día propicio.
– Es un día frío, eso sí, hermano -coincidió ella-. Quizá se despeje, ya que sopla un viento de suroeste, aunque resulta frío.
El viejo movió la cabeza a ambos lados, sin dejarse contagiar por el tono jubiloso de Fidelma.
– No son las nubes lo que me dice que hoy debiéramos estar ojo avizor.
– ¿Habéis consultado el mapa celeste, Conchobar? -le reprendió Fidelma, pues sabía que el hermano Conchobar, además de ser el médico de Cashel, cuya botica se había construido a la sombra de la capilla real, era experto en hacer especulaciones a partir de la observación de las estrellas y pasaba muchas horas solo, contemplando los cielos; de hecho, la medicina y la astrología eran disciplinas que a menudo iban a la par en el arte de las ciencias médicas.
– ¿Acaso no consulto el mapa todos los días? -se quejó el anciano, sin salir de su pesadumbre.
– Así lo recuerdo yo desde que era niña -afirmó ella con gravedad.
– De hecho, una vez intenté enseñaros el arte de trazar el mapa celeste -suspiró el anciano-. Habríais sido una excelente intérprete de los signos.
Fidelma hizo una mueca y objetó con cariño:
– Lo dudo, Conchobar.
– Creedme. ¿Acaso no fui yo aprendiz de Mo Chuaróc mac Neth Sémon, el gran astrólogo que Cashel jamás ha concebido?
– Tal habéis dicho en varias ocasiones, Conchobar. Decidme, pues, ¿por qué este día no es propicio?
– Temo que el mal nos acecha, Fidelma de Cashel.
El anciano nunca se dirigía a ella por su apelativo religioso, sino por el nombre que la designaba como hija y hermana de reyes.
– ¿Sois capaz de reconocer el mal, Conchobar? -inquirió Fidelma con súbito interés.
Pese a que no concedía mucho crédito a la astrología por tratarse de una ciencia que al parecer sólo se basaba en la capacidad de un individuo, aceptaba que los más sabios de antigüedad secular, y las familias que podían permitírselo, solicitaran una carta astral del momento de nacer de su hijo, llamada nemindithib u horóscopo.
– Ay, pero no puedo precisar. ¿Sabéis qué posición ocupa hoy la Luna?
En una sociedad tan ligada a la naturaleza, la persona que no supiera en qué posición estaba la luna era una ignorante o una necia absoluta.
– La luna aparece pálida, Conchobar. Se encuentra en la casa celeste de Capricornio.
– Así es, ya que la Luna está en cuadratura con Mercurio, en conjunción con Saturno y en sextil con Júpiter. ¿Y dónde está el Sol?
– Muy fáciclass="underline" el Sol se halla en la casa celeste de Virgo.
– Y está opuesto por el nodulo norte de la Luna. El Sol está en cuadratura con Marte. Y así como Saturno se halla en conjunción con la Luna en Capricornio, se encuentra en cuadratura con Mercurio. Y así como Júpiter está en conjunción con el medio cielo, Júpiter está en cuadratura con Venus.
– Pero, ¿qué significa todo ello? -preguntó Fidelma, intrigada, tratando de seguirle con lo poco que sabía del arte astrológico.
– Significa que este día no traerá nada bueno.
– ¿A quién?
– ¿Ha salido ya del castillo vuestro hermano Colgú?
– ¿Mi hermano? -se extrañó Fidelma-. Ha partido antes del alba para encontrarse con el príncipe de los Uí Fidgente en el Pozo de Ara según acordaron, para escoltarle hasta aquí. ¿Intuís que mi hermano está en peligro? -preguntó con inquietud.
– No sabría deciros -contestó abriendo los brazos en señal de duda-. No estoy seguro. Quizás el peligro lo corra vuestro hermano, aunque si es así y sufre algún daño, sea quien fuere el autor no conseguirá aquello que se propone. Es cuanto puedo decir.
Fidelma lo amonestó:
– Decís demasiado o muy poco, hermano. No está bien causar inquietud a una persona y luego no decirle lo que pueda ahuyentar tal desazón.
– Ah, Fidelma, ¿acaso no dice el proverbio que una boca cerrada es más melodiosa? Más fácil resulta para mí no decir nada y que las estrellas sigan su curso, que tratar de arrancar los secretos que entrañan.