– Cierto, pero lo habrían encontrado antes de lo deseado, por lo que prefirieron llevárselo. De este modo, la comunidad perdería el tiempo buscándolo, permitiendo a los ladrones huir a todo galope.
– Creo que mi primo, príncipe de Cnoc Áine, tiene una buena perspectiva, Eadulf.
Eadulf la miró, perplejo. Por la inflexión del tono, Fidelma intentaba decirle algo. Estaba claro que le estaba avisando de que evitara oponerse a las hipótesis que proponía Finguine.
– Sea como fuere, primo -prosiguió Fidelma con naturalidad-, vuestras suposiciones sólo pueden confirmarse si hallamos los restos del cuerpo del hermano Mochta en las colinas.
Finguine se puso derecho y sonrió con pena y satisfacción.
– Me temo que ya puedo confirmarlas.
Eadulf se mostró asombrado.
– ¿Significa eso que habéis hallado los restos del hermano Mochta?
– Sí.
Recibieron la noticia envueltos en un silencio prolongado.
– ¿Dónde los han encontrado, Finguine? -preguntó Fidelma
– Venid y os lo mostraré -respondió Finguine enseguida-. Uno de mis hombres ha encontrado esa cosa espeluznante en un campo, no muy lejos de aquí. Los lobos lo estaban descuartizando. Lo han traído en un saco para identificarlo. Lo hemos llevado al boticario.
– ¿Al hermano Bardán?
– Si es el boticario, sí.
– ¿Ha identificado los restos?
– Todavía no. Mientras esperaba a que lo hiciera, he venido a la habitación de Mochta para ver si la escena encajaba con mi idea de lo sucedido.
Siguieron al príncipe de Cnoc Áine hasta la botica. Allí, uno de sus guerreros se hallaba sentado con aire taciturno sobre el borde de una mesa. El propio hermano Bardán aparecía inclinado sobre algo que había estado envuelto en arpillera. Estaba echado sobre la mesa.
El hermano los miró al verles entrar con los semblantes pálidos.
– Me temo que no hay duda -dijo como si hubiera respondido a una pregunta que nadie había formulado.
– ¿Es el monje desaparecido? -preguntó Finguine, que quería aclarar el asunto.
El hermano Bardán asintió, apenado.
– Este antebrazo es del hermano Mochta. Se lo han arrancado los lobos. Mirad la marca de los caninos.
Fidelma apretó la mandíbula y se colocó a su lado. Miró a la mesa. En efecto, era un antebrazo amputado cubierto de sangre. Había sido arrancado por el codo. Todavía conservaba la mano. Era el brazo izquierdo.
– Bueno, eso resuelve el misterio de la desaparición del pobre hermano -anunció Finguine-. Creo que también corrobora mi hipótesis del robo.
Fidelma no dijo nada. Tenía los ojos puestos en el miembro cercenado. Entonces preguntó, arrugando la nariz:
– ¿Estáis seguro de que habéis hecho una identificación definitiva del hermano Mochta?
– Como he dicho, no hay ninguna duda -asintió el boticario moviendo la cabeza con convicción.
– Gracias, hermano.
– Enviaré a algunos hombres para que den una batida por las colinas donde lo encontraron -aseguró Finguine al boticario-. Quizá de este modo podamos seguir la pista de los ladrones, pero lo dudo.
– Informadme, si se descubre algo más -pidió Fidelma a su primo, haciendo una seña a Eadulf para que la siguiera.
– En fin -dijo Eadulf con tranquilidad cuando estuvieron a solas-, parece que ya está. Ahora ya sabemos qué le ocurrió al hermano Mochta.
– No, no lo sabemos -le soltó Fidelma con enfado-. Lo que acaba de confirmarse es que el hermano Bardán es un embustero.
CAPÍTULO XVI
– ¿Que el hermano Bardán es un embustero? -repitió Eadulf, levantando las cejas con asombro-. ¿Cómo habéis llegado a esa conclusión?
– El hermano Bardán ha identificado ese brazo definitiva e indiscutiblemente como el del hermano Mochta, ¿no es así?
– Sí. ¿Queréis decir que el boticario mintió; que no era de Mochta y que él lo sabía?
Fidelma estampó el pie contra el suelo y dijo:
– ¿Estáis seguro de que no os han engañado?
Eadulf movió la cabeza, sin entenderlo del todo.
– ¿Cómo podemos saber que no era el brazo del hermano Mochta?
– ¿Cuál de los dos era?
– El izquierdo. El antebrazo izquierdo… ¡oh!
Aquella iluminación le hizo detenerse. De acuerdo con la descripción del abad Ségdae, Mochta tenía un pájaro tatuado en el antebrazo izquierdo, el mismo que ostentaba el asesino de Cashel en el suyo. El hermano Bardán debía saber que en aquel brazo estaba el tatuaje.
– De modo que mintió deliberadamente -afirmó Fidelma.
– Pero, ¿por qué? ¿Y de quién era el brazo?
– Está claro que era el brazo del pobre carrero de Samradán… después de que los lobos se hubieran ensañado con él. Pero, ¿por qué iba a mentir? ¿Acaso para impedir que sigamos buscando al hermano Mochta? ¿Puede ser Mochta la misma persona que el asesino de Cashel? Ahora han surgido más preguntas todavía. Pero al menos, creo que ahora esto empieza a conducir a alguna parte. Vamos.
Se apresuró por el pasillo y se detuvo en el mismo lugar del que habían partido, la celda del hermano Mochta. Sin embargo, en esta ocasión no entró en la habitación, sino que, tras mirar alrededor para comprobar que nadie les viera, probó a abrir el picaporte de la puerta contigua, la puerta del hermano Bardán. Por supuesto, estaba abierta, y tiró de Eadulf para que entrara con ella.
– ¿Qué estamos buscando? -susurró el atónito sajón.
– No lo sé muy bien. Vos quedaos junto a la puerta y avisadme si viene alguien.
Era un cuarto con escaso mobiliario: una cama, una mesa y una silla, y ganchos donde colgar la ropa. Había dos hábitos de repuesto, un abrigo de lana para el invierno, un sombrero de cuero para la lluvia, dos pares de sandalias, uno de los cuales tenía remaches de clavos y estaba manchado de verde, lo cual indicaba que el boticario lo empleaba para recoger hierbas silvestres. Sobre la mesa había dos libros, ambos versaban sobre curas a base de hierbas. De hecho, al fijarse mejor, advirtió que uno de ellos se conservaba a punto de terminar de escribirse. La mayoría de las páginas estaban intactas e inmaculadas. Las primeras páginas estaban escritas con un interesante estilo.
De pronto se acordó de algo y, tras rebuscar en el marsupium, sacó uno de los papeles que había encontrado en la celda del hermano Mochta. Eran las notas sobre los «Anales de Imleach». La letra se correspondía con la del libro de curas. ¿Acaso el hermano Mochta había estado ayudando al hermano Bardán a escribir su tratado de medicina? De ser así, eso indicaría que los dos monjes tenían bastante relación, la suficiente como para que el hermano Bardán no se equivocara al identificar el brazo.
Por lo que parecía, no había nada más de interés en el cuarto.
Entonces el instinto la hizo agacharse a mirar debajo del catre de madera. Allí vio varios objetos oscuros. Extendió el brazo. Primero sacó una cuerda enrollada; luego, una linterna llena de aceite y con la mecha cortada; el tercer objeto era un sacullus de grandes proporciones. Dentro había varias piezas de comida y una amphora de vino.
Fidelma se quedó mirando el sacullus y el contenido de éste unos momentos antes de asentir con gravedad para sí, como si hubiera esperado hallar todo aquello.
Con cuidado, dejó los objetos donde los había encontrado antes de volver junto a Eadulf. Sin mediar palabra, salieron al corredor. Eadulf la siguió en silencio por el pasillo y por una puerta que daba al claustro que rodeaba el patio, al fondo del cual se hallaba la casa de huéspedes. En el otro lado estaba la capilla de la abadía y en el tercer lado había un acceso a una huerta no muy grande.
– Ahí es donde el hermano Bardán cultiva algunas de sus hierbas -anunció-. Echemos un vistazo.