– Y entonces, ¿por qué se le llama Ailbe de Imleach y no Ailbe de Cashel? ¿Y qué es la Ley de Ailbe?
Eadulf siempre estaba dispuesto a recopilar cuanta información pudiera recabar sobre el reino de Muman.
Fidelma volvió a mirar a Eadulf, sonriéndole para disculpar su distracción.
– Los reyes de Cashel aceptaron que solamente Ailbe gozara de autoridad eclesiástica en nuestro reino. Y ahora Armagh, que está en el reino de los Uí Néill de Ulaidh, al norte, intenta reivindicar su primacía sobre toda Irlanda. En Muman sostenemos que nuestra primacía es Imleach. Por eso Ailbe es tan importante para nosotros.
– Pero antes habéis dicho que la primacía la ostentaba Cashel -señaló Eadulf, confuso.
– Según dicen, cuando Ailbe se hizo viejo, se le apareció un ángel. Le pidió que fuera hasta Imleach Iubhair, que no queda muy lejos, pues allí se le mostraría el lugar de su resurrección. Era algo simbólico, ya que antaño Imleach fue la capital del reino, antes de que el rey Corc eligiera Cashel en tiempos paganos. El nombre proviene del tejo sagrado, el tótem de nuestro reino.
Eadulf chasqueó la lengua, pues desaprobaba el simbolismo pagano. Pese a ser un cristiano converso, era, al igual que muchos, un ferviente seguidor de la nueva creencia.
– Ailbe salió de Cashel para construir una gran abadía en Imleach -prosiguió Fidelma-. Allí había un antiguo pozo sagrado, que bendijo y convirtió para uso divino. Incluso bendijo el tejo sagrado. Fundada la abadía de Ailbe, floreció una gran comunidad. Cuando Ailbe acabó su obra, entregó el alma a Dios. Sus reliquias se guardan en Imleach, donde fue enterrado. Cuenta la leyenda que…
Fidelma calló, sonrió y se encogió de hombros para disculparse. Si era franca, debía reconocer que en realidad estaba hablando para mantener la mente ocupada y evitar de este modo la preocupación que le asaltaba el pensamiento en cuanto a la seguridad de su hermano en el Pozo de Ara.
– Proseguid -le instó Eadulf, pues le fascinaba la facilidad con que Fidelma recordaba las leyendas de su pueblo, dando vida a dioses y héroes de tiempos lejanos.
Fidelma volvió a mirar al fondo del valle, hacia el camino que conducía al otro lado del río Suir y más allá del valle, donde el camino seguía hasta el Pozo de Ara. No había señal alguna de actividad en el camino. Volvió a concentrar su atención en Eadulf.
– Yo no comparto tal creencia, pero muchos creen con extraordinaria fe que si nos robaran las reliquias de Ailbe nada salvaría a este reino de caer en manos del enemigo. Según antiguas leyendas, se puso el nombre de Ailbe a un perro que guardaba los confines del reino. Hay quien asegura que se llamó al santo así por el mítico perro, de modo que el pueblo ve al santo como la encarnación del perro que siempre protege nuestras fronteras.
La leyenda impresionó mucho a Eadulf a juzgar por su expresión.
– No tenía ni idea de que vuestro pueblo todavía conservara esa clase de creencias -comentó, moviendo ligeramente la cabeza a ambos lados.
Fidelma hizo una mueca irónica.
– Yo no tolero las supersticiones. Pero es tal la convicción del pueblo, que no soportaría ponerla en tela de juicio.
Al levantar la cabeza vio actividad en el lejano bosque limítrofe. Se fijó mejor, y cambió las facciones del rostro con una amplia sonrisa de alivio.
– ¡Mirad, Eadulf! Ahí viene Colgú y el príncipe de los Uí Fidgente con él.
CAPÍTULO III
Eadulf miró por la ventana hacia la gran extensión de verdes campos de cultivo entre los aledaños de la ciudad y el río, a unos seis kilómetros o más de distancia. A medio camino sobresalía un bosque, del que empezaba a surgir una columna de jinetes, que Eadulf apenas si alcanzaba a ver. Se fijó en Fidelma, admirando en silencio la buena vista de la religiosa, pues desde allí él distinguía muy pocos detalles aparte del hecho de que fueran montados a caballo. A diferencia de Fidelma, Eadulf era incapaz de distinguir a Colgú.
Dedicaron unos instantes a contemplar cómo la columna se acercaba por el camino hacia la ciudad edificada a los pies de la muralla del castillo. Fue entonces cuando Eadulf consiguió distinguir los vivos colores del estandarte del rey de Muman y su séquito, junto con otros estandartes que no reconoció, pero que supuso debían pertenecer al príncipe de los Uí Fidgente.
Fidelma le agarró la mano y tiró de él, apartándolo de la ventana.
– Bajemos a la ciudad a recibirles, Eadulf. Hoy es un día de júbilo para Muman.
Eadulf sonrió por aquel repentino entusiasmo y se dejó guiar por la Gran Sala.
– No acabo de entenderlo. ¿Por qué es tan importante la llegada del príncipe de los Uí Fidgente? -preguntó al bajar al patio.
Fidelma, sabiendo que Eadulf la seguiría, le soltó la mano y adoptó un andar más propio de una religiosa.
– Los Uí Fidgente constituyen uno de los clanes más importantes de Muman. Moran al oeste de la otra orilla del río Maigne. En diversas ocasiones, sus jefes se han negado a rendir homenaje al Eóghanacht de Cashel, e incluso a reconocerles como reyes de Muman. De hecho, reivindican derechos de soberanía sobre Muman, alegando que sus príncipes descienden de nuestro antepasado común, Eóghan Mór.
Fidelma iba delante, cruzando el patio a toda prisa. Pasaron frente a la capilla y cruzaron la entrada principal. Los guerreros que estaban de guardia le sonrieron y la saludaron al pasar. La hermana de Colgú era muy respetada entre su gente, y Eadulf caminaba ufano a su lado.
– ¿Y está fundamentada su reivindicación?
Fidelma hizo un mohín. Estaba orgullosa de su familia, cosa que, como Eadulf sabía por experiencia, compartía con buena parte de la nobleza irlandesa que había conocido. Cada familia contrataba a un genealogista profesional para asegurar que las generaciones y el parentesco entre éstas quedaran bien documentados y con absoluta transparencia. Bajo la Ley Brehon de sucesión, que designaba a los herederos por medio de la aprobación de un colegio electoral conformado por determinadas generaciones de la familia llamado derbfhine, era importante conocer las generaciones y el parentesco que las unía.
– El príncipe Donennach, que llega hoy con mi hermano, dice ser la decimosegunda generación en la línea de descendencia masculina de Eóghan Mór, a quien consideramos el fundador de nuestra dinastía.
Eadulf, que pasó por alto el sutil sarcasmo en su voz, movió la cabeza, asombrado por la facilidad con que la nobleza irlandesa conocía el grado de sus parientes.
– Por lo tanto, el príncipe Donennach desciende de una segundogenitura de vuestra familia, ¿es así?
– Siempre y cuando los genealogistas de los Uí Fidgente sean fidedignos -respondió Fidelma con énfasis-. Aun así, es descendiente de una segundogenitura sólo en cuanto a las decisiones del derbfhine que nombran los reyes.
Eadulf liberó un profundo suspiro.
– Todavía no acabo de entender ese concepto. Entre los sajones, siempre es el hijo mayor de la línea secundaria de la familia, el primer varón, para bien o para mal, el designado como heredero.