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– Un águila ratonera -dijo Fidelma con una sonrisa-. La reconozco. ¿Qué os hizo elegir ese pájaro en particular?

Mochta hizo una mueca.

– Lo elegimos porque esta especie sólo se da en nuestra costa, al noreste, y el tatuador, que también era de esa región, la conocía. Por nada más.

– Ya veo. Proseguid.

– Nuestro padre se enfadó mucho al descubrir la diablura. De hecho, ya hacía tiempo que estaba harto de nuestra creciente rebeldía e intrepidez juveniles. Llegado el momento, cuando cumplimos la edad de escoger, nos dijo que la elección era simple: podíamos decidir hacer lo que quisiéramos en la vida, siempre y cuando nos fuéramos de casa y dejáramos de incordiarle.

– Y os inclinasteis por la vida monacal -saltó Eadulf cuando el monje hizo una pausa para reflexionar-. Una vida algo extraña para unos jóvenes tan intrépidos. Alguna que otra ocupación más apropiada tendría que haber, ¿no?

– Nuestro ímpetu se apagó cuando mi padre nos cerró la puerta, hermano sajón. No sé por qué, ambos decidimos acceder a la abadía de Armagh, que está en la región de nuestro clan, donde Patricio…

– Conocemos la historia de Armagh -le aseguró Fidelma con brevedad.

– Bueno, allí ambos estudiamos para ser scriptors. Entonces empezamos a distanciarnos. Mi hermano decidió seguir la doctrina católica, que Armagh fomenta. Yo prefería la doctrina tradicional, así que me rebelé contra Armagh y adopté la tonsura de san Juan. Tenía buena reputación como amanuense, por lo que me despedí de mi hermano y viajé aquí y allá durante un tiempo. Me acogieron varias abadías, y hasta importantes tribunales que necesitaban un escriba. Así fue como acabé en este reino y pasé a formar parte de la comunidad de Imleach. De eso hace ya diez años.

– ¿Mantuvisteis el contacto con vuestro hermano durante ese tiempo?

Mochta movió la cabeza.

– Sólo en una o dos ocasiones. Por él supe que habían muerto mis padres y que nuestro hermano mayor se había hecho cargo de la granja. Pero nos habíamos convertido en desconocidos el uno para el otro.

– ¿Y no volvisteis a ver a vuestro hermano hasta hace poco?

– Exacto -respondió el hermano Mochta-. Por lo visto, Baoill se había convertido en un acérrimo seguidor de Roma. Y más fanático que nunca. Lo cual es comprensible, dado que Ultán, el comarb de Patricio, abad y obispo de Armagh, es partidario de extender la doctrina a lo largo y ancho de los cinco reinos.

Fidelma hizo un gesto afirmativo.

– Conozco la ambición de Ultán por unir las iglesias de los cinco reinos bajo el dictado católico, bajo una misma égida y un mismo gobierno. Aquí no funcionaría jamás, pues va contra nuestra cultura -calló y se mostró algo contrita-. Entiendo que vos no compartís la opinión de vuestro hermano.

– Así es, hermana. Yo creo en las tradiciones de nuestro pueblo, y no en esas nuevas ideas que surgen en tierras foráneas.

– ¿Y cómo fue que volvisteis a encontraros con vuestro hermano?

– Como sabéis, a raíz de mi cargo de scriptor, ascendí a conservador de las Santas Reliquias de Ailbe. No hace falta que os explique lo que esas Reliquias simbolizan en este reino.

– En absoluto -asintió Fidelma con gravedad.

– Bueno, hace una semana o dos, llegó un hombre a la abadía y preguntó por mí. Tenía aspecto de guerrero profesionaclass="underline" alto, cabellos largos y rubios…

– ¿Armado con un arco? -intervino Eadulf-. ¿Un arquero?

Mochta asintió:

– Sí. Tenía el aspecto de un arquero profesional. Me dijo que traía un mensaje de mi hermano, Baoill, que quería verme. Subrayó que, a causa de ciertos asuntos, que no me explicó, Baoill quería verme a solas y en secreto. El arquero se alojaba en la posada de Cred. Intrigado por petición semejante, fui a la posada de aquélla. Al abrir la puerta y ver que no había nadie más, me alegré, pues el padre abad desaprobaba el lugar. Se habría enfadado mucho si hubiera sabido que había ido allí a ver a alguien.

– Continuad.

– Cred me dijo que el arquero me estaba esperando en un cuarto de la planta superior. Así como mi hermano Baoill. Tras saludarnos como dos hermanos que no se han visto en mucho tiempo, entablamos una conversación sobre política… política eclesiástica más que nada. Fue entonces cuando me hice cargo de las convicciones de mi hermano. En cuanto yo le hice saber las mías, evitó hablar del asunto. Era un hombre listo, ese hermano mío.

»Dio un giro a la conversación preguntándome si era uno de los escribas que estaba trabajando en los Anales de Imleach. Le confirmé que lo era. Me preguntó qué fecha había dado a la fundación de Armagh. Le contesté que había concedido la fecha del año de nuestro Señor cuatrocientos cuarenta y cuatro. Luego preguntó qué fecha había dado al óbito de Patricio. Y yo le dije el año de nuestro Señor cuatrocientos cincuenta y dos. Estas fechas no eran polémicas.

»Cuando empezó a preguntarme sobre las fechas en que situaba a san Ailbe y a la fundación de Imleach, empecé a ver hacia dónde se encaminaba. Me dijo que los escribas del norte estaban dando fechas casi un siglo posteriores a Patricio.

– He visto las notas que habéis tomado sobre el asunto de los Anales -le dijo Fidelma, y extrajo el trozo de vitela que guardaba en el marsupium.

Mochta lo miró y asintió con la cabeza.

– Me atengo a lo que digo. Cuando le dije a Baoill que era absurdo situar a Ailbe en una fecha tan posterior, porque había predicado la Fe en Muman antes que Patricio, y de hecho habían bautizado juntos al rey de Muman, vuestro propio antepasado, Oenghus Nad Froích, estando Patricio en Cashel, mi hermano empezó a discutir otra vez.

– Pero, ¿qué significa todo este embrollo de fechas? -exigió Eadulf, que intentaba seguir al monje, pero sólo conseguía asombrarse cada vez más.

– Por lo que decía mi hermano, trataba de persuadirme para que en los anales yo dejara constancia de que Ailbe era posterior a Patricio. Quería que dejara escrito que Ailbe y sus prosélitos fundaron Imleach después de fundarse Armagh. Incluso quería que yo afirmara que Ailbe no debía ser considerado patrón de Muman y que se debía conceder a Cashel el título de «La Roca de Patricio». Quería que mis textos apoyaran la reivindicación de que Armagh poseía el derecho histórico para reclamar la primacía de la Fe en los cinco reinos.

Fidelma parecía apesadumbrada.

– Conozco muy bien los designios de Ultán de Armagh. No es el primer comarb de Patricio que ha querido que Armagh se estableciera como la primacía en los cinco reinos y que las iglesias quedaran bajo la doctrina de Roma. Para ello, antes debe asegurarse de desacreditar las reivindicaciones de Imleach como la primacía de Muman. Pero tales acontecimientos no tienen nada que ver con esto, ¿no?

– Ni yo mismo lo sé, hermana -confesó el hermano Mochta-. Sólo sé que mi hermano volvió a sacar la conversación de este asunto, haciéndola recaer en las Santas Reliquias de Ailbe. Qué astuto fue… Jugó con mi orgullo. Le conté que en algunas de las Reliquias estaba grabada la fecha que demostraría el día en que Ailbe fue nombrado obispo. Dijo que solamente lo creería si veía esas Reliquias. Le dije que viniera a la abadía, pero se negó, alegando que no convenía que mi hermano gemelo fuera visto en Imleach con la tonsura de Roma. Era una excusa absurda, pero no le di más vueltas. Como alternativa, propuse que se acercara en secreto a la puerta que da al huerto del hermano Bardán una noche y le mostraría las Reliquias. Accedió y dijo que de este modo se resolvería el conflicto entre Armagh e Imleach.

Fidelma le preguntó, pensativa:

– Fue una ingenuidad por vuestra parte otorgarle credibilidad.

– Era mi hermano. Ni siquiera entonces sospeché de su retorcida mente.