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Eadulf miraba ora al niño, ora a Fidelma con desconcierto. Fidelma le explicó pausadamente:

– Los jinetes eran Finguine y Solam, y los acompañaba Nion.

CAPÍTULO XX

Durante el trayecto de vuelta a Cashel desde el Pozo de Ara no sufrieron ningún contratiempo. Para su sorpresa, ningún guerrero vigilaba el puente que cruzaba el río Suir a la altura de la pequeña bifurcación de Gabhailín, por donde les habían prohibido pasar hacía unos días. No obstante, al considerarlo mejor, Fidelma se percató de que era lógico que Gionga hubiera retirado a sus guerreros al saber que había conseguido llegar a Imleach. Eadulf expresó con palabras el problema al que Fidelma había estado dándole vueltas desde que salieran de la posada de Aona.

– ¿Es prudente llevar al hermano Mochta hasta la propia ciudad de Cashel? -preguntó-. Podría correr serio peligro, y aún faltan días para la vista ante los brehons.

El hermano Mochta se sentía algo mejor tras la noche de descanso, y las heridas le dolían menos.

– Estoy seguro de que estaré a buen recaudo entre los religiosos de Cashel, ¿verdad? -preguntó Mochta.

– Preferiría que en Cashel nadie supiera de vuestra presencia ni de la del relicario hasta el último momento -anunció Fidelma-. Hay un camino secundario poco transitado que bordea la ciudad y queda cerca de la casa de una amiga. Mochta puede quedarse con ella hasta el día de la vista.

– ¿En la propia ciudad? ¿Es prudente? -insistió Eadulf.

Se refería a que en las ciudades casi nadie atrancaba nunca las puertas y entraba y salía a sus anchas de las casas vecinas. Por lo general, las ciudades estaban formadas por viviendas que pertenecían a clanes familiares que habían ido creciendo con el tiempo, de manera que no había temor a los desconocidos.

– No os preocupéis -contestó Fidelma-, mi amiga no suele recibir visitas.

– Creo que os estáis tomando demasiadas molestias innecesarias -sugirió el hermano Mochta-. ¿Quién iba a hacerme daño en el palacio real de Cashel?

Fidelma frunció un momento los labios.

– Eso es precisamente lo que debemos descubrir -aclaró en voz baja-. Mi hermano me planteó la misma pregunta.

Algo más tarde llegaron a Cashel a través del camino secundario, guiados por ella. Al llegar al límite de la ciudad, Fidelma dejó a Eadulf y al hermano Mochta al abrigo de unos arbustos, tras explicarles que se adelantaría para preparar el terreno.

Regresó a los pocos minutos. El hermano Mochta se mostró preocupado al ver que Fidelma no llevaba consigo el relicario que había custodiado desde que salieran de Imleach. Fidelma, por su parte, se dio cuenta de la inquietud en su mirada y le aseguró que aquél estaba a salvo con su amiga. Los llevó a una casa de las afueras, un poco apartada de las demás. Se trataba de una estructura de tamaño medio con excusado exterior y granero propios. Fidelma los dirigió de inmediato al granero, que hacía las veces de cuadra. Eadulf ayudó al hermano Mochta a desmontar del potro, mientras Fidelma amarraba los caballos.

El hermano Mochta se apoyó en él para llegar hasta la casa, siguiendo a Fidelma. La puerta se abrió y, juntos, ayudaron al hermano convaleciente a entrar. Antes de cerrar la puerta, Fidelma echó una rápida mirada para asegurarse de que nadie les había visto.

Dentro había una mujer de baja estatura. Tenía más de cuarenta años, aunque la madurez no había deslucido la frescura de sus rasgos, ni su abundante cabellera dorada. Llevaba un vestido ligero que acentuaba una bella figura con caderas que no se habían ensanchado y miembros bien proporcionados.

– Os presento a mi amiga Della -anunció Fidelma-. Os presento al hermano Mochta, que se quedará con vos, y al hermano Eadulf.

Eadulf sonrió sin disimular su agrado ante aquella atractiva mujer.

– ¿A qué se debe que nunca haya visto a esta amiga de Fidelma en la corte de Colgú? -preguntó a modo de saludo, pero enseguida vio que había dicho algo inapropiado.

– No suelo aventurarme a salir de casa, hermano -respondió Della, que pese a lo solemne de su voz, algo tenía de atrayente-. Vivo recluida. La gente de Cashel así lo respeta.

Fidelma añadió casi con brusquedad, como si quisiera subsanar una falta de cortesía:

– Por ese motivo el hermano Mochta estará seguro aquí hasta el día de la vista.

– ¿Vivís recluida? -preguntó Eadulf, confuso-. No debe de ser fácil vivir así en esta ciudad.

– Es posible aislarse en medio de una multitud -respondió Della con serenidad.

– Vos cuidaréis del hermano Mochta, ¿verdad, Della? -solicitó Fidelma, lanzando una mirada a Eadulf como indirecta de que ya había hablado más de la cuenta.

Della sonrió a su amiga.

– Os doy mi palabra, Fidelma.

Della ya estaba ayudando al monje herido a tomar asiento. Al ver el relicario de san Ailbe, el hermano Mochta se tranquilizó visiblemente.

Fidelma tomó a Eadulf del brazo, que se había quedado allí de buen grado hablando de los principios de la soledad, y lo instó a ir hacia la puerta.

– Volveremos a tiempo para la vista, hermano Mochta. Cuidaos esas heridas.

Alzó una mano para despedirse del monje y dedicó a su amiga una sonrisa de agradecimiento.

Una vez fuera, mientras montaban en los caballos, Eadulf comentó:

– Tenéis una amiga peculiar, Fidelma.

– ¿Della? No, no es peculiar. Simplemente es una mujer triste.

– No veo ningún motivo por el que estarlo. Aún es atractiva y no parece que le falte de nada.

– Os contaré algo para que nunca más volváis a mencionar nada al respecto. Della era una mujer de secretos.

Fidelma empleó la palabra bé-táide.

– ¿Una mujer de secretos? -preguntó Eadulf, frunciendo el ceño sin alcanzar a entender el eufemismo.

Al comprender lo que Fidelma le estaba diciendo, se le iluminó el semblante.

– ¿Queréis decir que era prostituta? -preguntó al recordar la palabra echlach.

Fidelma asintió con sequedad.

– Por eso quería impediros pronunciar una palabra más ahí dentro. Es un tema delicado.

Desde una calle lateral accedieron a la calle principal de Cashel. Pasaron por delante de una taberna que había en una esquina. Frente a ésta, en la penumbra, vieron a un hombre bebiendo de un cuerno, que al verlos se apresuró a entrar. Eadulf fingió no haberlo visto, pero cuando dejaron atrás la taberna dijo a Fidelma:

– Acabo de ver a Nion en la puerta de esa taberna que acabamos de pasar. Es evidente que nos ha visto y que no deseaba ser visto.

Fidelma permaneció impasible.

– Después de pasar esta mañana por la posada de Aona, era de esperar que estuviera en Cashel.

La reacción de Fidelma le decepcionó, pero se volvió a interesar por Della.

– ¿De dónde viene vuestra amistad con Della?

– Fui su abogada cuando la violaron -respondió Fidelma con calma.

– ¿La violaron siendo prostituta? -preguntó Eadulf con incredulidad.

Fidelma enfureció de súbito.

– ¿Acaso porque una mujer sea prostituta está permitido que la violen? Al menos hay una ley que admite indemnizar a una mujer en tal circunstancia, aun en el caso de una bé-táide. Se le paga la mitad del precio de su honor.

La vehemencia del tono incomodó a Eadulf, que luego dijo para disculparse:

– Sólo creía que una prostituta no tenía derecho a tal compensación, como tampoco sabía que lo tuviera para adquirir una propiedad.

Fidelma se ablandó un poco.

– Puede heredar una propiedad de sus padres, pero en general no puede adquirirla ni por medio de matrimonio ni cohabitación y, si durante esta unión ha obtenido algún beneficio de su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar una parte del mismo.