Eadulf sonrió con satisfacción.
– Entonces tenía razón, ¿no?
– Salvo en que olvidaste que una prostituta puede renunciar a la vida que llevaba y, si así lo hace, puede ser readmitida en sociedad.
– ¿Eso le ha ocurrido a Della?
Fidelma hizo un gesto afirmativo.
– Hasta cierto punto. Renunció a su vida previa tras la violación. Concluido el caso en que la representé, se retiró a la casa que fuera de su padre. Ya hace algunos años de eso. Por desgracia, mucha gente aún la trata con desprecio y su forma de protegerse no ha sido otra que la de recluirse.
– Ésa no es la solución -respondió Eadulf-. En soledad, uno se encuentra con lo que ha llevado dentro.
Fidelma lo miró un momento. De vez en cuando Eadulf hacía comentarios tan pertinentes, que veía con claridad por qué había llegado a gustarle y por qué casi siempre confiaba en él. Otras veces era torpe y parecía exento de sensibilidad hacia las personas o los acontecimientos. Era un hombre paradójico; brillante e intuitivo por una parte, lento e irreflexivo por otra. Era irregular en su forma de ser, y dispar con respecto a la naturaleza lúcida, analítica y cáustica de ella.
En silencio, siguieron adentrándose en Cashel. Muchos la reconocían y algunos la recibían con una sonrisa, mientras otros formaban grupos, observando y susurrando sin disimular su curiosidad. Avanzaron hasta las puertas del grandioso palacio real.
Capa, el capitán de la guardia, se hallaba en la puerta.
– Bienvenida de nuevo, señora -la saludó al entrar-. El príncipe de Cnoc Áine ha llegado esta mañana, así que esperábamos vuestro regreso de un momento a otro.
Fidelma intercambió una mirada con Eadulf.
Antes de que pudiera decir nada, desde un edificio próximo apareció corriendo su primo Donndubháin, presunto heredero de Colgú, para recibirles con una sonrisa.
– ¡Fidelma! -exclamó con alegría-. Gracias a Dios que estáis sana y salva. Han llegado a nuestros oídos las nuevas del asalto a Imleach. Cómo no, el príncipe Donennach niega cualquier implicación de los Uí Fidgente. Pero eso ya cabía esperarlo, ¿verdad?
Fidelma desmontó, y su primo la abrazó. Se volvió para desatar la alforja de la silla, y lo mismo hizo Eadulf.
– Tendréis mucho que contarnos sobre el asalto a la abadía -exclamó Donndubháin, que parecía emocionado-. Cuando lo supimos… bueno, me costó mucho evitar que vuestro hermano fuera a Imleach al mando de una guardia. Pero… -dijo, y calló, mirando a su alrededor como si temiera que le oyera algún conspirador- de haberlo hecho, Cashel habría quedado desprotegida. Y no hay que olvidar la presencia de Gionga y su escuadrón de Uí Fidgente.
Fidelma se volvió hacia Capa para pedirle que se llevaran los caballos a los establos y los atendieran. Luego preguntó a su primo:
– ¿Ha ocurrido algo de lo que debáis informarme?
Donndubháin movió la cabeza indicando que no había ocurrido nada.
– Esperábamos que vos llegarais con alguna noticia que esclareciera el misterio.
Fidelma sonrió, apesadumbrada.
– Las cosas nunca son sencillas -comentó en un tono cansado.
– Vuestro hermano el rey quiere veros de inmediato -añadió su primo-. ¿Os importa? ¿O antes preferís descansar del viaje?
– Primero veré a Colgú.
– No es menester que vaya con vos el hermano Eadulf -se apresuró a decir Donndubháin, que iba delante de ella.
– En tal caso os veré luego -dijo Fidelma a su amigo, sonriéndole con un cierto amago de disculpa.
Colgú esperaba a Fidelma en sus aposentos privados. Tras un cálido saludo, Fidelma le preguntó por su herida.
– Gracias a nuestro amigo sajón, la herida está curando bien. ¿Ves? -dijo, alzando el brazo por encima de la cabeza para luego moverlo, mostrando así la evidente mejoría-. Aún tengo una leve molestia, pero no hay infección y pronto estaré bien, tal como prometió… -dijo y, tras hacer una pausa, preguntó-: ¿No ha venido contigo el hermano Eadulf?
Fidelma miró a Donndubháin, que se había quedado de pie junto a la puerta con cara de pocos amigos, y dijo:
– Creía que querías verme a solas.
Colgú quedó un momento desconcertado.
– Ah, sí, claro. Muy bien, Donndubháin. Enseguida estaremos con vos.
Cuando aquél hubo salido, Colgú indicó a Fidelma que tomara asiento.
– Donndubháin se ha convertido en un acérrimo partidario de la teoría de la conspiración. Está convencido de que acechan enemigos por todas partes. Espero que Eadulf no se haya sentido insultado. Confío mucho en él.
Fidelma le sonrió mientras se sentaba.
– Creo que sabes muy bien en quién depositar tu confianza.
– ¿Qué has averiguado en Imleach? Hemos recibido la noticia del ataque. Nuestro primo Finguine, príncipe de Cnoc Áine, ha llegado antes que tú y nos ha dado detalles.
– Eso tengo entendido -respondió Fidelma-. Por lo visto hay poco que añadir. El abad Ségdae y los testimonios de Imleach deberían llegar a lo largo de los próximos días, acaso mañana.
– ¿Testimonios? -preguntó Colgú con optimismo.
– Creo que los acontecimientos de Imleach, la desaparición de las Santas Reliquias y el asalto al pueblo guardan alguna relación con el intento de asesinato. Por cierto, ¿cómo está el príncipe de los Uí Fidgente? He olvidado preguntar por sus heridas.
Colgú le contó con sarcasmo:
– Tiene una leve cojera. La herida ha mejorado, pero ha empeorado su humor. Aparte de eso, goza de buena salud y sigue acusándonos de conspiración. Su escolta, Gionga, casi no se separa de él.
– ¿Sabéis que Gionga había apostado guerreros en el puente del río Suir para impedirme salir?
Su hermano puso gesto de preocupación.
– Me enteré después. Gionga, o su príncipe, fueron astutos. Tan pronto se supo que habías llegado a salvo a Imleach, el príncipe Donennach acudió a mí para explicarme que Gionga, en una muestra de excesivo celo en su trabajo, había apostado una guardia para impedir la huida de un posible cómplice de los asesinos. Los guerreros malinterpretaron sus órdenes y por eso intentaron evitar que fueras a Imleach. Donennach se deshizo en disculpas y explicó que más tarde les dio la orden de dispersarse.
– ¡Cualquiera se lo cree! -exclamó Fidelma tras soltar una risilla desdeñosa-. Tenían órdenes concretas de impedirme ir a Imleach. Me lo dejaron bastante claro.
– Pero, ¿cómo podemos demostrarlo? Así como Donndubháin defiende la teoría de una conspiración contra los Uí Fidgente, ¿qué pruebas tiene? No tardarán en cumplirse los nueve días. Me han dicho que el brehon Rumann de Fearna llegará dentro de poco con su séquito. Puede que mañana. Los brehons Dathal y Fachtna ya están aquí. Asimismo, se están reuniendo los nobles del reino. Ah, y nuestro primo Finguine, que ha venido para escoltar a Solam, el dálaigh de los Uí Fidgente -le explicó Colgú, sin ocultar su inquietud-. Estoy preocupado, Fidelma. Lo confieso abiertamente. ¿Has dado ya con la solución a este rompecabezas?
Fidelma se debatía entre mostrarse optimista, o contarle a su hermano la dura verdad.
– Estoy contemplando varias vías que podrían conducir a la verdad, pero sólo son vías que indagar. Por desgracia, la respuesta inmediata es que aún no tengo la solución.
– Justo lo que imaginaba, ya que de lo contrario me lo habrías comunicado enseguida. Parece que tendremos que confiar en que tu talento permita sacar a la luz la verdad durante la celebración de la vista.
Fidelma habría querido alentar a su hermano, pero se limitó a preguntarle:
– ¿Donennach de los Uí Fidgente sigue empeñado en acusarte de conspiración?
– Por lo visto, Solam se ha obstinado en demostrar que estoy implicado en una conspiración para matar a Donennach. Los nobles de Muman han manifestado que no piensan aceptarlo. Con razón o sin ella, creen en mí porque soy su rey y están convencidos de que no he cometido vileza alguna…