– Y es cierto.
– Pero es necesario demostrarlo. Si un tribunal nos condena a mí y a los Eóghanacht, temo que los nobles aleguen que ha habido una conspiración, ¡al igual que Donndubháin! Entonces tomarían el asunto en sus manos para castigar a los Uí Fidgente. La actitud de los Uí Fidgente está encrespando por momentos a Donndubháin, que se muestra convencido de que ellos atacaron Imleach. Vislumbro la eventualidad de que Donndubháin acabe dirigiendo a los nobles en un ataque contra todos los clanes Dál gCais. El reino podría quedar dividido por las guerras. En lugar de la paz a la que aspiramos, podríamos entrar en otro ciclo de conflictos que podrían durar siglos.
– Los nobles de Muman te obedecerán si se lo ordenas… -empezó a decir Fidelma, pero su hermano la interrumpió.
– Ya corren rumores y amenazas contra los Uí Fidgente. Se dice que todo ha sido un intento deliberado de derrocar a los Eóghanacht y el poder de Cashel. ¿Qué puedo decirles yo del asalto a Imleach…?
– Todavía no sabemos si el asalto a Imleach fue obra de los Uí Fidgente -insistió Fidelma-. Hermano, debes controlar a los nobles de Muman, pues de suceder algo antes de la vista, estaríamos realmente condenados ante los cinco reinos de Éireann.
Colgú estaba abatido.
– He puesto todos mis esfuerzos en ello, Fidelma. Pero tengo miedo… de verdad que tengo miedo… Sé muy bien que entre los nobles hay jóvenes exaltados capaces de tomarse la justicia por su mano recurriendo al acero; jóvenes capaces de cabalgar hasta la región de los Uí Fidgente para vengar la destrucción del gran tejo de Imleach.
– Sólo puedo decirte que en este asunto hay algo más que la mera rivalidad entre los Eóghanacht y los Uí Fidgente, hermano. Durante la época que pasé fuera de Cashel, dime, ¿hubo alguna vez diferencias entre tú y Finguine de Cnoc Áine?
La pregunta desconcertó un poco a Colgú.
– ¿Finguine? ¿Nuestro primo? ¿Por qué iba a haberlas?
Fidelma no consideró necesario responder a las preguntas de su hermano.
– ¿Las hubo?
– No, que yo recuerde. ¿Por qué lo preguntas?
– Cuando el derbfhine de nuestra familia se reunió para nombrar al tanist de su padre, Cathal Cú cen Máthair, ¿hubo alguna discrepancia entre vosotros?
Cathal había sido rey de Cashel antes de que lo fuese Colgú.
– No lo creo -dijo su hermano, torciendo el gesto.
– Cathal tenía dos hijos -señaló Fidelma-. Finguine, que ahora es príncipe de Cnoc Áine, y Ailill, que es príncipe de Glendamnach. De los dos, Finguine tenía la edad para ser nombrado tanist, seguramente le dolió que no lo eligieran para suceder a su padre como rey de Cashel.
– También le dolió a muchos otros miembros del derbfhine que estaban igualmente cualificados, Fidelma. Sin embargo, así es nuestra ley de sucesión real. Lo ha sido desde los tiempos en que nuestro antecesor Eber Fionn se asentara en esta tierra con los hijos de los Gael, y lo será mientras queden familias nobles gaélicas en esta tierra. Nuestro hermano pequeño, Fogartach, también podría haber sido mi tanist si hubiera querido, pero prefiere apartarse de la política. Por tanto, cuando eligieron a Donndubháin para que fuera mi tanist, mi presunto heredero, podría decirse que fue una decepción para muchos de nuestros primos. Sin embargo, el derbfhine de la familia siempre elige al heredero. El tanist debe ser designado y confirmado por el derbfhine.
Fidelma conocía muy bien el sistema de sucesión real en los reinos de Éireann. El hijo mayor no era el heredero inmediato, como ocurría en otros países. Entre los hijos de los Gael, la familia del rey formaba un comité electoral para elegir un tanist, o presunto heredero, considerado como el hombre más adecuado para ejercer de monarca, y podía nombrarse entre los hijos, aunque también entre los hermanos, los tíos o los primos con diversos grados de relación. Si bien normalmente se elegía a un hombre como tanist, se sabía que una mujer podía ser nombrada jefe, aunque sólo durante el tiempo que viviera, pues se consideraba que sus descendientes sólo formaban parte del clan de su padre y no del pueblo del padre de su madre.
– ¿Por qué me has preguntado por Finguine? -se interesó Colgú.
– Sólo por puro interés, por algo que se me había ocurrido.
– Bueno, no recuerdo que Finguine abrigara sentimiento alguno de animosidad hacia mí cuando me nombraron presunto heredero de Cathal, sin embargo… -interrumpió lo que estaba diciendo, como si de pronto hubiera recordado algo.
Fidelma levantó la cabeza y lo miró con expectación.
– ¿Qué?
– De hecho, ahora recuerdo que hubo cierto enfrentamiento entre Finguine y Donndubháin, cuando éste fue elegido mi tanist. Finguine era el favorito para el cargo, pero al parecer aceptó la decisión. En aquel momento no le sentó muy bien. Aunque no lo acabo de entender. Finguine tiene casi mi edad y yo espero vivir muchos años, así que las posibilidades de que él llegara a ser rey, aun siendo mi presunto heredero, son escasas, la verdad -razonó Colgú, dirigiendo una amplia sonrisa a su hermana-. Pienso ser rey de Muman durante mucho tiempo, pese a conspiraciones y asesinatos.
– En tal caso, hermano -comentó Fidelma en voz baja-, si me disculpas, tengo mucho trabajo por delante si quiero asegurarme de que la vista no se oponga a nosotros
.
Se encontró con Eadulf tras la comida del mediodía y fueron a caminar por los muros del palacio. El viento del sur soplaba con fuerza y era frío. Se habían abrigado con las capas de lana para protegerse de las ráfagas heladas y poder pasear por las almenas.
– Al parecer Cashel está alborotado -comentó Eadulf mientras contemplaban la ciudad a sus pies-; ha estado afluyendo gente de acá y acullá para presenciar la vista. Parece que se ha alimentado mucho rencor contra los Uí Fidgente desde que se extendió por el país la noticia del ataque a Imleach y al tejo sagrado.
Fidelma parecía preocupada.
– ¿Habéis jugado alguna vez a tomus? -le preguntó.
– No, es la primera vez que lo oigo.
– La palabra significa «averiguar», «sopesar un asunto». Es el nombre que le damos aquí a un juego de muchas piezas pequeñas de madera, que deben encajarse para formar un dibujo.
– ¿Tomus, decís? No, no he jugado nunca.
– No importa. Pero me da la sensación de que tengo todas las piezas delante, sobre una mesa. Es como si hubiera encajado algunas, y como si otras fueran más enigmáticas y pudieran encajar aquí o allá. Y me faltaría una sola pieza más, que haría encajar de repente todas las demás y mostraría así el dibujo completo.
– ¿Así pues, tenéis la impresión de estar cerca de hallar la respuesta a este misterio?
Fidelma dejó escapar un hondo suspiro y se lamentó:
– Tan cerca… y aun así…
– ¡Fidelma!
Al volverse se encontraron con Finguine, que venía tras ellos. También se había abrigado para protegerse del frío viento que azotaba la Roca de Cashel. Llevaba la gruesa capa de lana teñida sujeta a la altura del cuello con el broche de plata de granates incrustados formando un símbolo solar.
– Me alegro de que hayáis regresado sana y salva. De haber sabido que salisteis ayer de Imleach os habría ofrecido escolta.
Fidelma escrutó a su primo, intentando discernir qué ocultaba aquella cara risueña.
– Quizá no habría sido una compañía grata para Solam -señaló.