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– Bueno, parece evidente que no ha muerto -comentó el brehon Dathal en voz alta.

Un murmullo de regodeo se extendió por la sala.

Solam hizo una pausa, parpadeó, y prosiguió con cierto esfuerzo.

– Se levantó un alboroto. Donennach cayó del caballo, lo cual evitó que recibiera otra flecha del asesino. Gionga, el capitán de la escolta del príncipe Donennach, que siempre está alerta, descubrió la procedencia de la flecha. Cruzó a caballo la plaza del mercado y vio a los dos asesinos, los cuales habían atacado desde la azotea de un almacén. Éstos corrían por sus caballos para huir. Al enfrentarse a dos implacables enemigos, Gionga se vio obligado a abatirlos con la espada.

«Llevaron los dos cuerpos ante el príncipe y otros testigos. La verdad sobre la identidad de los asesinos pudo establecer en sus cuerpos. Uno de ellos llevaba el collar de la Orden de la Cadena de Oro que, como todos sabemos, constituye la élite guerrera del rey de Cashel…

Al parecer a Solam le encantaban las pausas dramáticas, pero la sala volvió a devolverle un espeso silencio, pues hasta el momento no había dicho nada nuevo para ninguno de los presentes.

– El segundo era hermano de un clérigo superior de la abadía de Ailbe, la más importante de este reino. Este hombre llevaba consigo una de las Santas Reliquias de Ailbe, el crucifijo del mismo nombre para ser exactos. Sostenemos que el conservador de las Santas Reliquias le dio el crucifijo, pues esta Santa Reliquia simbolizaba que el asesinato gozaba de la bendición del comarb de Ailbe. Demostraré que el asesino portaba el crucifijo como talismán cuando perpetró este acto de vileza. La Santa Reliquia sólo podía haber salido de la abadía de Imleach con la aprobación del comarb de Ailbe. Lo cual implica que ambos, el rey y su principal representante eclesiástico, participaron en el intento de asesinar al príncipe de los Uí Fidgente.

Esta vez un murmullo de rabia y asombro recorrió la sala. El abad Ségdae sofocó un grito. Fue a levantarse, cuando Colgú se adelantó poniéndole una mano sobre el brazo, y moviendo la cabeza para advertirle que no interrumpiera el juicio.

El brehon Rumann dio un golpe seco en la mesa con el mazo para llamar al orden.

– Proseguid -ordenó a Solam.

Solam reanudó el discurso con ademanes nerviosos.

– Poco más voy a añadir a esta declaración inicial. Sólo puedo decir que Muman nunca ha querido la paz con los Uí Fidgente y que pretendía eliminar a su príncipe, acaso para enviar un ejército al país de los Dál gCais después de la confusión que esperaba crear con ese acto. Deseaba dominar a los Uí Fidgente y hacer que se cumpliera la vana pretensión que Muman ha mantenido a lo largo de los siglos: la de que son reyes, por derecho, sobre nuestro pueblo.

Dicho esto, se sentó abruptamente.

El brehon Rumann se dirigió a Fidelma.

– ¿Estáis preparada con vuestra contrademanda inicial, sor Fidelma?

Fidelma se puso en pie.

– Lo estoy. Sabios jueces, tengo la intención, durante este proceso, no sólo de refutar las acusaciones de los Uí Fidgente, sino de demostrar asimismo dónde reside la verdadera culpa.

– ¿Ponéis en duda los hechos que Solam acaba de exponer? -preguntó Rumann en un tono poco amistoso-. ¿Ponéis en duda su verdad?

– En este momento del juicio -respondió Fidelma-, diré que Solam os ha contado sólo una parte de la verdad, que no toda. No ha explicado que, cuando el rey de Muman y su invitado, el príncipe de los Uí Fidgente, entraron a caballo en la plaza del mercado de Cashel, la primera flecha que los agresores lanzaron iba dirigida al rey de Muman. Le habría dado en el corazón de no haberse inclinado insospechadamente para saludarme, como hermana suya que soy. Gracias a ese afortunado movimiento, la flecha le dio en el brazo y lo malhirió. ¿Por qué no ha mencionado esto Solam?

Solam se puso en pie de un salto, rojo de furia, sonriendo con sarcasmo.

– Yo estoy aquí en representación del príncipe de los Uí Fidgente -espetó con la exaltación propia de su carácter-. Fidelma hablará por su hermano.

– ¿Conocíais este hecho y no lo revelasteis? -preguntó el brehon Rumann con desaprobación.

– Conocía el hecho, pero también que Fidelma lo daría a conocer. No es de mi incumbencia presentar los argumentos de la defensa.

El temperamento excitable de Solam empezaba a volverse en su contra, a juzgar por la cara de pocos amigos con que el brehon Rumann le miraba.

– En ocasiones, escatimar la verdad no es mejor que mentir, Solam. Quedáis avisado. No toleraré medias verdades.

Solam inclinó la cabeza a modo de disculpa.

Fidelma sorprendió a todos al decir:

– Sabios jueces, yo no culpo al hermano Solam por intentar descubrir su verdad obviando lo que considera innecesario. Qué bueno sería poder descubrir la verdad con la misma facilidad con que se descubre la mentira.

»Sin embargo, según sucedió, también hirieron al rey, al que alcanzaron primero. Y quizás en el tumulto posterior resida la verdadera razón por la que el asesino no diera en el blanco fatal al atacar al príncipe de los Uí Fidgente. O tal vez no quiso hacerlo.

– ¡Eso es una conjetura! -gritó Solam, levantándose de pronto-. ¡Es un insulto y una acusación contra los Uí Fidgente!

– No es mayor conjetura que la interpretación de Solam -objetó Fidelma con calma-. Además, es cierto que Gionga, capitán de la escolta de Donennach, fue tras los asesinos. Así como el tanist de Muman, Donndubháin. Ambos tuvieron que ver con la muerte de los asesinos frustrados.

«Sostengo que no ha habido ninguna conspiración por parte del rey de Muman para asesinar al príncipe de los Uí Fidgente, y así lo demostraré.

Solam volvía a estar de pie.

– Será interesante ver como lo hacéis. A continuación ampliaré mi exposición inicial del caso contra Muman. He demostrado que uno de los asesinos era miembro de la élite de guerreros del rey de Cashel…

– ¡No habéis demostrado tal cosa! -desafió Fidelma-. El hecho de que llevara el emblema de la Cadena de Oro no lo convierte en un miembro de la Orden.

– Esto se juzgará con el peso de las pruebas -le aseguró el brehon Rumann.

– Las pruebas mostrarán otra relación -continuó Solam en actitud triunfal-. Ya he dicho que el otro asesino era hermano del conservador de las Santas Reliquias de Imleach. En vísperas del intento de asesinato, el conservador de las Santas Reliquias desapareció de Imleach con las Reliquias de Ailbe. Desapareció de la abadía fingiendo que lo habían raptado. Eso quiso hacernos creer, con el propósito de culpar a los Uí Fidgente. Sabios jueces, he conseguido detener a este clérigo conspirador, el hermano Mochta, cuyo gemelo Baoill es el asesino a quien me refiero. El hermano Mochta está presente en la sala, a la espera de que se le llame a declarar. Por otra parte, me complace informaros de que Gionga de los Uí Fidgente ha recuperado el relicario de Ailbe, que estaba oculto aquí, en Cashel, y de cuyo robo se pretendía culpar a los Uí Fidgente.

Fidelma se puso en pie, sonrojada de ira.

– Sabios jueces, esto es una parodia de la verdad.

Solam estaba igualmente exaltado.

– ¿La verdad? La dálaigh de Cashel tiene mucho que contarnos sobre la verdad. ¿Puede contarnos por qué escondió al hermano Mochta y las Santas Reliquias? ¿Por qué, sin decírselo a nadie, llevó a Mochta y las Reliquias de Imleach a Cashel e intentó esconderlas en la casa de una conocida prostituta de esta ciudad? ¿Una prostituta?