La Gran Sala se alborotó. Al fin, Solam había conseguido que todos los presentes reaccionaran ante sus recursos dramáticos.
– ¿Es eso cierto, Fidelma? -preguntó el brehon Rumann tras pedir silencio.
Eadulf soltó un quejido, pues sabía que Fidelma tenía que contestar.
– Los hechos son ciertos, pero…
Otro estallido de voces ahogó el resto de sus palabras.
– Es más… es más… -gritó enseguida Solam en cuanto cesó el clamor, sin permitir terminar a Fidelma-. Es más, ha salido a la luz otra conspiración para desacreditar a los Uí Fidgente. Se contrató a una banda de mercenarios para atacar Imleach, para cortar el tejo sagrado de la abadía y culpar a los Uí Fidgente tallando en el tronco un jabalí, el emblema del príncipe.
«Sostengo que la mano del rey de Muman está presente en todos estos actos, con el fin de desacreditar a los Uí Fidgente y así tener una excusa para destruirlos. Sostengo que todos los Eóghanacht están involucrados en esta conspiración, desde el rey y su hermana, que pretende ser su abogada imparcial, hasta los príncipes de Muman y el mismo comarb de Ailbe.
Se sentó sin más, en medio de la furia y la rabia que dominaban la Gran Sala.
El brehon Rumann esperó a que se restableciera el orden antes de dirigir una aguzada mirada a Fidelma.
– Son las acusaciones más serias que he oído jamás. Y son de tal gravedad, que ningún dálaigh las formularía a menos que tuviera certeza absoluta sobre su veracidad. Antes de que Solam presente sus pruebas, es mi obligación permitiros responder, Fidelma. Mientras lo hacéis, deberé tener presente que vos misma habéis admitido como ciertas las acusaciones que Solam ha presentado contra vos. ¿Queréis hablar?
Fidelma se puso en pie. En medio de un silencio sepulcral, todos se inclinaron para escucharla.
– Así es, sabios jueces -comenzó a decir-. Permitidme concretar que he reconocido los hechos, pero no la interpretación que Solam ha hecho de los mismos.
El brehon Solam puso ceño al instante, e inmediatamente comentó:
– Los hechos parecen hablar por sí solos. Todos somos prisioneros de los hechos, los hechos no pueden cambiarse.
– Con mis respetos, sabio juez, un hecho tiene muchas facetas. Un hecho es como una bolsa de grano. ¿Se mantiene en pie una bolsa de grano cuando está vacía? No. La bolsa de grano ha de llenarse con grano. Sólo entonces se mantiene en pie. El hecho es como una bolsa de grano vacía. Y, del mismo modo, tampoco puede mantenerse en pie a menos que esté lleno. Para juzgar un hecho es necesario tener en cuenta las razones de su existencia.
El brehon Rumann se disponía a refutar el argumento, cuando comprendió el sentido de lo que había dicho Fidelma.
– Ya veo. Y ahora, desde luego, pretendéis llenar nuestro saco de grano.
– Así es, sabio juez.
– Supongo que en el argumento contra Solam afirmaréis que el reino de Cashel no es culpable de conspiración alguna para desacreditar a los Uí Fidgente. Y que, de hecho, son los Uí Fidgente los que conspiran contra el reino de Muman y contra los Eóghanacht -supuso Rumann, y se apoyó contra el respaldo-. ¿Estoy en lo cierto?
Entonces Fidelma dijo:
– No, sabio juez. No lo estáis.
Los presentes quedaron paralizados durante un instante. El brehon Rumann la miró como si no la hubiera oído bien. Sus compañeros, Dathal y Fachtna, estaban igualmente perplejos.
– No estoy seguro de haberos entendido. Repito, vuestro argumento contra Solam es, desde luego, que los Eóghanacht son inocentes de conspiración, de lo cual se deducirá que los Uí Fidgente son culpables de conspirar contra Cashel.
– Sabios jueces -dijo Fidelma con pausa y claridad-, los Uí Fidgente son inocentes de conspirar contra Cashel.
Ahora el silencio era casi asfixiante.
– Es más -añadió-, no puedo absolver a los Eóghanacht de su responsabilidad en una conspiración que planeaba provocar una contienda en este reino.
– ¡Fidelma! ¿Qué estás haciendo? -exclamó Colgú, que se había puesto en pie, pálido.
Su voz sonó como el chasquido de un látigo incidiendo en el silencio horrorizado de la Gran Sala.
– ¡Me has traicionado!
CAPÍTULO XXIV
En la Gran Sala se desató un pandemónium tras el silencio que causó el arrebato del rey. Los nobles de Muman pusieron el grito en el cielo, y la gente se agitaba entre exclamaciones de indignación. Desde todos los rincones se proferían gritos de amenaza contra Fidelma, que permaneció de pie ante los jueces sin perder la calma.
El brehon Rumann parecía desconcertado. Iba contra el protocolo que un rey interrumpiera el proceso con semejante arranque. Iba contra todas las normas que un abogado defensor actuara como fiscal y acusara a quien representaba. El clamor era ensordecedor. Rumann no conseguía restaurar el orden con el mazo. El gentilhombre no dejó de golpear el suelo con el báculo hasta que la algarabía hubo amainado y sólo se oía un murmullo de desasosiego.
– Colgú de Cashel -ordenó Rumann con severidad dirigiéndose al rey-, debéis volver a vuestro lugar.
Angustiado, incapaz de dar crédito a lo que había dicho su hermana, dudó un momento, pero con la ayuda de Cerball, su consejero bardo, volvió a sentarse. El abad Ségdae no se había movido. Estaba pálido y parecía sumamente conmocionado por lo ocurrido.
El príncipe de los Uí Fidgente intercambió una sonrisa triunfante con Solam.
Tras restablecer en parte el orden, el brehon Rumann reprobó a Fidelma.
– Fidelma de Cashel, os he ofrecido mucha libertad en esta vista. Ya no puedo permitirlo. Al comienzo de este juicio os he informado sobre los principios generales que espero en un tribunal. Ningún abogado puede cambiar su alegato y traicionar los intereses de su cliente. Se os declara culpable de contravenir las normas de este tribunal y se os multa…
– ¡Brehon Rumann! -solicitó Fidelma, en un tono tan cortante que hizo callar al jefe de los brehons-. No he cambiado mi alegato, ni he traicionado los intereses del rey de Muman. Permitid que me explique.
Rumann la miró de forma estúpida.
– Es evidente que habéis cambiado vuestro alegato, pues en el discurso inicial habéis dicho con claridad meridiana, ante testigos… -arguyó y, leyendo un papel que le pasó un escriba, añadió-: Habéis dicho que no había ninguna conspiración por parte del rey de Muman para asesinar al príncipe de los Uí Fidgente; habéis declarado sin asomo de duda que así lo demostraríais. Y ahora decís que era una conspiración del rey de Muman.
Fidelma movió la cabeza, objetando:
– No. Doy un uso muy preciso al lenguaje, como espero que lo haga este tribunal. He dicho que no puedo absolver a los Eóghanacht de la responsabilidad. En ningún momento he dicho que Colgú fuera responsable. Sabio juez -prosiguió Fidelma-, permitidme presentar la resolución de este asunto a mi manera.
Los brehons Dathal y Fachtna se ladearon hacia Rumann, y los tres jueces sostuvieron una conversación susurrada. Luego Rumann se dirigió a ella:
– Vuestra petición es inusitada. Con todo, puesto que al parecer la paz de este reino depende de este asunto, os concederemos permiso para presentar vuestros argumentos.
Fidelma dejó escapar un suspiro de alivio.
– Éste no ha sido un caso corriente. De hecho, durante cierto tiempo me confundió otro asunto que parecía relevante para resolverlo, pero que sólo resultó ser una serie de acontecimientos que, sin estar relacionados, se toparon con una de las conspiraciones más horrendas que se han urdido para destruir el reino de Muman.
La sala prorrumpió en un clamor, y Rumann tuvo que golpear con el martillo varias veces.