Solam se puso en pie.
– ¿Afirmáis ahora que hemos conspirado para derrocar el reino de Colgú? -refutó-. ¡No sé qué pensar! Parece decir una cosa distinta a cada momento.
Fidelma alzó las manos al aire.
– Sabios jueces, el camino más corto hacia la verdad es que se me conceda tiempo para explicarme a mi manera.
– Ese permiso ya se os ha concedido -confirmó Rumann-. No habrá más interrupciones hasta que la abogada de Cashel haya concluido.
Solam volvió a su asiento de mala gana.
– Muy bien -dijo Fidelma-. No es necesario decir que existen tensiones entre Muman y el reino del norte de Ulaidh. Los Uí Néill y los Eóghanacht han estado en desacuerdo desde que se repartieran el país en una época inmemorial, cuando Eremon gobernaba en el norte y Eber Fionn gobernaba en el sur. Los Uí Néill, descendientes de Eremon, creían, al igual que el propio Eremon, que les correspondía gobernar los cinco quintos de Éireann. Éste ha sido, y sigue siendo, el origen de las tensiones en este país. Incluso ahora, cuando ya queda atrás un pasado pagano, los jefes de la Fe se han dividido según esas definiciones políticas. En Armagh, el comarb de Patricio apoya al rey de los Uí Néill, mientras que en Muman, el comarb de Ailbe guarda lealtad a los Eóghanacht.
– ¡Historia! -se burló Solam casi hablando para sí-. ¿Es necesario perder el tiempo con una lección de historia? ¿Qué necesidad hay de ser tan vago?
Fidelma se dirigió a él con enfado.
– Sin historia estaríamos condenados a seguir siendo niños, sin saber quiénes somos ni de dónde venimos. Si no conocemos el pasado, no comprenderemos el presente; y si no entendemos el presente, no podremos crear un futuro mejor -le aclaró, y volvió a dirigirse a los jueces-: Sabios jueces, tened presente esas tensiones históricas, pues son importantes.
Hizo una breve pausa. En la Gran Sala no se oía ni un resuello. Todos recordaban la tirantez y las envidias que había descrito Fidelma. Y no menos los Uí Fidgente, a quienes los ambiciosos monarcas Uí Néill habían apoyado en diversas tentativas contra Cashel.
– A continuación precisaré los hechos. Permitidme empezar diciendo que en el reino de Muman hay un joven príncipe que está poseído por una ardiente ambición. Ansía, busca el poder y, para hacerse con él, no contempla ni la ley ni la moralidad.
– ¡Decid quién es! -saltaron varias personas.
– Así lo haré -respondió Fidelma sin inmutarse-. Pero a su debido tiempo. En su ansia de poder, este joven planeó derrocar al rey de Muman con el propósito de ocupar el vacío de poder. Muman es un reino grande y fuerte, pero tiene una debilidad. ¿Y cuál es?
Fidelma se volvió hacia Donennach, el príncipe de los Uí Fidgente, que se ruborizó y torció el gesto.
– Se sabe que los Uí Fidgente han reivindicado desde hace tiempo su derecho a ocupar el trono en Cashel -dijo.
– No lo negaré -respondió Donennach con desafío-. Es un hecho histórico, como vos misma habéis subrayado: es un hecho histórico.
– Exactamente -coincidió Fidelma con una sonrisa-. A lo largo de los siglos, los Eóghanacht se han enfrentado en innúmeras batallas contra los Uí Fidgente. El botín siempre ha sido Cashel. Y este joven que, os diré de antemano, es un príncipe de esta tierra, ideó un astuto plan para fomentar disensiones en el seno de Muman. Pretendía organizar un asesinato. El asesinato del rey de Cashel. El intento de asesinato del príncipe de los Uí Fidgente era una cortina de humo para ocultar su verdadero objetivo…
Tuvo que hacer una pausa porque el tumulto se había vuelto ensordecedor. Tanto Solam como Donennach estaban de pie, gritando, mientras los guerreros Uí Fidgente, con Gionga a la cabeza, se habían puesto a patalear en muestra de desaprobación. En las grandes salas, durante banquetes o juicios, no se permitía a nadie la entrada con armas. Dado el dramatismo de la escena, Eadulf sabía que si Gionga y sus hombres hubieran tenido armas en las manos la situación habría sido grave.
El brehon Rumann hizo lo posible por recuperar el control y, por el mero peso de su personalidad, logró restaurar el orden. Se disponía a hablar, cuando Fidelma reanudó la exposición.
– A fin de perpetrar el plan y a sabiendas de que los Uí Fidgente irían a Cashel un día determinado, dicho príncipe envió a un mensajero de confianza a los Uí Néill de Ailech para revelarles su propósito y pedir apoyo a su rey, tan ambicioso como él. Encontró el apoyo que buscaba. En Armagh había un tal hermano Baoill que compartía la creencia de que los Uí Néill y Armagh debían dominar los cinco reinos. Por una curiosa coincidencia, Baoill era el hermano gemelo del hermano Mochta, el conservador de las Santas Reliquias de Ailbe.
«Entonces el plan se complicó. La idea no consistía simplemente en asesinar al rey de Muman, sino en sumir al reino en un caos absoluto, e intentar robar y ocultar las Santas Reliquias de Ailbe. Creo que no hace falta explicar que las Reliquias no sólo son un icono de valor incalculable, sino también el símbolo político de todo el reino de Muman. Ailbe era nuestro guardián espiritual. La desaparición de sus Reliquias sería causa de alarma y desesperación para nosotros. ¡Pensad sólo en la combinación! La muerte de nuestro rey, la pérdida de las Reliquias…
»Con todo, los conspiradores no estaban satisfechos. Por si aquello fracasaba, los Uí Néill de Ailech enviaron una banda de sus hombres a este reino. No es la primera vez que tal cosa ocurre. Fue la banda de mercenarios que atacó Imleach y cortó el tejo sagrado.
El brehon Dathal se inclinó hacia delante.
– Sin embargo, los jinetes tallaron en el árbol un jabalí rampante, que es el símbolo de los Uí Fidgente.
– Para que la culpa recayera en los Uí Fidgente. Empecé a sospecharlo al ver que el atacante capturado, al que por desgracia habían matado, llevaba una espada que había visto en mis viajes por el norte. Era una claideb dét, una espada ornamentada con dientes de animal. Me llevó cierto tiempo recordar que tales espadas solamente se fabrican en la región de Clan Brasil. Baoill llevaba una espada de esa clase durante su tentativa de asesinato. Y Armagh se halla en la región de Clan Brasil.
Solam la miró con perplejidad, al comprender adónde quería ir a parar.
– ¿Estáis diciendo entonces que los Uí Fidgente son parte inocente en todo esto? ¿Que no pretendéis culpar a Donennach ni acusarle de conspiración?
Fidelma sonrió al instante.
– Me temo que, desde el momento en que Gionga bloqueó el puente del Suir con sus guerreros, las acciones de los Uí Fidgente no contribuyeron a defender su inocencia. Ahora bien, ésa no fue la única acción que me confundió. Lo que me confundió durante un tiempo fueron ciertos sucesos que casi nada tenían que ver con la conspiración.
– Que eran… -quiso saber Solam, ya más relajado en su lugar.
– La implicación de Samradán. Volveré a ello enseguida. Prosigamos con la historia principal. Ese joven y ambicioso príncipe aguardaba ahora la ayuda de Ailech. El mensajero de Ailech era el hombre que conocemos como el arquero, Saigteóir. A Armagh y al comarb de Patricio envió a Samradán. El arquero era, claro está, el hombre que intentó asesinar a Colgú. Solamente el adalid de la conspiración conoce el verdadero nombre de aquél, pues fue él mismo, el ambicioso y joven rígdomna, quien entregó al arquero el emblema de la Cadena de Oro, con instrucciones de soltarla al huir, tras el asesinato.
»E1 arquero había vuelto a Muman con el hermano Baoill, a quien el comarb de Patricio había enviado desde Armagh al conocer la relación fraternal entre Baoill y Mochta. Baoill trató de ocultar la tonsura de san Pedro dejándose crecer el pelo, pero no tuvo demasiado tiempo para taparla del todo. Entonces se puso en contacto con su hermano Mochta en Imleach. Al principio, Baoill tanteó a su hermano para tratar de persuadirlo para que se uniera a la conspiración. Al no conseguirlo, Baoill intentó hacerse con las Santas Reliquias mediante ardides primero, y luego por la fuerza. Solamente consiguió usurpar el crucifijo de Ailbe.