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»En ese incidente, el hermano Mochta resultó herido. Tras relatar lo ocurrido a su compañero, el hermano Bardán, y apercibirse de que se estaba urdiendo una conspiración, optaron por esconder al hermano Mochta con las Reliquias restantes, hasta que Bardán encontrara a alguien en quien pudieran confiar.

– ¿Por qué no confiaron en su abad? -preguntó el brehon Dathal.

– Según me contó Mochta, dado que el abad es un hombre honesto, habría insistido en devolver las Reliquias a la capilla. A raíz de las amenazas de Baoill, Mochta y Bardán averiguaron que enviarían guerreros para atacar la abadía y robar las Reliquias. Creyeron que si Mochta y las Reliquias desaparecían, no habría ninguna razón para que aquéllos atacaran Imleach.

– Pero al final atacaron -interrumpió el brehon Rumann.

– Sí, pero no a la propia abadía. Baoill y el arquero ya habían puesto en práctica un plan alternativo. No olvidéis que el objetivo principal de estos actos era causar alarma y desaliento entre la gente de Muman, a fin de dividir el reino. Asimismo, un ataque en el cual se cortara y destruyera el tejo sagrado de los Eóghanacht sería devastador para Muman. En cuanto se supo que las Santas Reliquias y Mochta habían desaparecido de la abadía, el gran tejo se convirtió en el objetivo más lógico. Era lo único que podía causar el efecto de alarma y desaliento en Muman.

El brehon Fachtna intervino por primera vez durante la exposición.

– Es interesante la historia que narráis, Fidelma de Cashel. Habéis eximido de culpa al príncipe de los Uí Fidgente. Lo que contáis será más interesante todavía si nos dais el nombre del principal conspirador. ¿Quién está detrás de esta conspiración?

– Un carrero de Samradán fue quien me puso por primera vez en el buen camino.

El brehon Dathal puso cara de asombro.

– ¿Del mercader Samradán? ¿Decís que era un mensajero de Armagh, del comarb de Patricio?

– En realidad me dijo que había ido dos veces a Armagh en los últimos dos meses. Era un hombre tan exento de malicia, que comprendí que quizá ni él mismo sabía en qué estaba metido. Sólo le preocupaban las actividades ilegales de Samradán.

– ¿Actividades ilegales? -preguntó el brehon Rumann-. ¿Se halla este hombre en la sala?

– No, anteanoche lo asesinaron. Lo asesinaron porque pensaban que podía conducirme hasta el verdadero conspirador.

Aquellas palabras levantaron un murmullo de sorpresa en la Gran Sala.

– Samradán era un mercader dedicado sobre todo al comercio ilegal. Él y sus hombres habían encontrado una pequeña mina de plata cerca de Imleach. De hecho, está en un terreno propiedad de la abadía. La mina de plata no pertenecía a Samradán. Como actuaba bajo los auspicios de nuestro principal conspirador (recordad que es un noble poderoso), ese mismo príncipe le animaba a extraer el mineral y se llevaba un porcentaje del botín. En aquella conspiración minera había otra persona…

Nion, el bó-aire de Imleach, estaba intentando salir de la sala a hurtadillas.

– ¡Capa! -llamó Fidelma, y señaló al herrero.

El fornido capitán de la escolta de Colgú agarró al herrero por el hombro con una fuerza sin par, que lo obligó a detenerse en seco.

– Traedlo ante el tribunal -ordenó el brehon Rumann.

Nion estaba pálido.

– No tengo nada que ver con la conspiración para derrocar a Cashel -dijo casi sin aliento.

– ¿Reconocéis que teníais que ver con este… este tal mercader, Samradán? -preguntó el brehon Rumann.

– Eso no lo niego. Tan sólo traté con él porque me traía la mena. Yo extraía la plata, y a veces la trabajaba.

Mientras Nion hablaba, Fidelma iba asintiendo con la cabeza.

– Sí, tengo entendido que en ocasiones, con esa plata, hacíais unos magníficos broches con la forma del símbolo solar. Por desgracia, los jinetes destruyeron vuestra forja, por lo que el día que siguió al asalto, Samradán tuvo que abandonar la mina llevándose solamente el saco de plata que habíais podido refinar, aparte de un saco de mena sin refinar.

– No di abasto -dijo Nion, dándole la razón.

– ¿Visteis alguna vez al protector de Samradán?

– Nunca. Yo no tenía nada que ver con ningún plan para derrocar a Cashel…

Fidelma se dirigió a los jueces.

– Ahí residía mi confusión -admitió-. Durante un tiempo pensé que Samradán y la actividad ilegal en la mina eran la clave del problema. Sobre todo cuando descubrí que la mina se hallaba en el mismo dédalo de túneles donde se escondían Mochta y las Santas Reliquias. Fue una mera coincidencia que el hermano Bardán, de camino a reunirse con Mochta, se topara con la operación minera de Samradán, y que éste lo apresara y lo llevara a Cashel con él. Samradán no podía asumir la responsabilidad de la muerte de un clérigo, de manera que escondió a Bardán en el almacén, a la espera de recibir instrucciones de su protector. El príncipe decidió que había que matar tanto a Samradán como al hermano Bardán, pues sospechaba que podían conducirme hasta él. Samradán estaba muerto cuando lo encontré. Por suerte, conseguí liberar a tiempo a Bardán, que estaba amordazado en un almacén. Se halla en el tribunal como testigo.

– Decís, sin embargo, que fue Samradán quien os puso en el buen camino. Pero si estaba muerto cuando lo hallasteis, ¿cómo pudo hablar con vos? -preguntó el brehon Rumann.

– No. Me refería al carrero de Samradán -corrigió Fidelma-. El carrero acudió a mí para facilitarme información sobre el arquero y Baoill. Como veis, el carrero, cuyo nombre nunca se supo, no sabía de la implicación de su amo en el asunto; ni siquiera sabía que su amo tenía un protector. Samradán creía que yo estaba en Imleach para descubrir su operación minera ilegal, pues yo misma había cometido la estupidez de ponerle sobre aviso al preguntarle si comerciaba con plata, cosa que negó. Samradán hirió de muerte a su carrero. Antes de morir, éste alcanzó a decir, estando presente el hermano Eadulf -afirmó, mirando hacia donde estaba sentado-, ciertas cosas que me llevaron al hermano Mochta. Y, lo que es más importante, se refirió a un momento en que vio al arquero, que se alojaba en la misma posada, reunirse con un hombre al que no pudo identificar. Dijo que era un joven abrigado con una capa. Era de noche.

– Si no pudo identificar al hombre, ¿cómo es posible que ese dato pudiera apuntar a una pista tan significativa? -preguntó el brehon Fachtna.

– El arquero se dirigió al hombre como rígdomna, príncipe, indicando de ese modo el rango de aquella persona. Éste era el principal conspirador. El hermano Bardán también oyó hablar con Samradán a unos jinetes y oyó decir que el rígdomna estaba confabulado con un comarb.

Fidelma miró hacia el lugar donde seguía Nion, cerca de Capa, que no le quitaba el ojo de encima. Luego se volvió hacia Finguine, el príncipe de Cnoc Áine.

– Que Finguine se siente ante los jueces -solicitó con cortesía.

Una nueva ola de susurros se desató en la Gran Sala.

Finguine se puso en pie, vacilante, con las facciones tensas por una súbita inquietud.

– Acercaos -dijo el brehon Rumann con voz cavernosa-. Acercaos, Finguine.

El joven príncipe de Cnoc Áine avanzó despacio.

– Llegasteis a Imleach justo después del asalto, ¿no es así? -preguntó Fidelma.

– Así es.