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Frecuentaba por igual los locales de peor y de mejor reputación. Celebraba ostentosas reuniones en sus estancias, mas al fin acabó siéndole imposible reunir invitados. Porque aunque no procediese literalmente con grosería, las mujeres advertían su desdén y se sentían ofendidas cuando las trataba como a meras pupilas de los burdeles.

Y cuando, contrariando los buenos consejos que daba a los demás, visitaba los lugares de peor nota, se complacía malévolamente en molestar a los parroquianos y a los propietarios. Le gustaba herir sus sensibilidades, como hiciera Con Juan Sincero Brennan el primer día que lo conoció.

Andando entre tales compañías, era frecuente para todos hallarse metidos en pendencias que no esperaban. Y si él y sus hombres salían con bien de aquellos conflictos, no lo debía a su tacto ni a su audacia. Debíalo a Cottonmouth, que se había arrogado, discretamente, el cargo de compañero inseparable de su jefe. No bebía con Clark ni lo estorbaba con su presencia. Además hubiera sido un mal compañero, porque había perdido el gusto por la bebida y no le gustaba derrochar palabras; y hasta parecía dejar de complacerse en citar párrafos de las Escrituras

Así, con su grave atuendo, su rostro lúgubre y su sombrío aspecto de desaprobación para todo, parecía simbolizar el concepto estético de un fanático a machamartillo, de un aguafiestas incorregible. Y hubiera quedado en ridículo o provocado la burla de los clientes de las tabernas de la ribera a no mediar cierto temible aire fanfarrón que lo acompañaba, y las dos pistoleras pendientes de su cintura.

Aquel espionaje de su amigo, por discreto que fuera, había molestado a Clark al principio, pero hubo de terminar resignándose a él. Cottonmouth lo seguía siempre y, al parecer, no le importaba dormir o no. Con todo ello el Hombre de Boston se acostumbró a andar con dos sombras en lugar de una.

Pero contrariando las generales suposiciones, no bebió hasta el punto de alcoholizarse irremisiblemente.

Y llegó al fin el día en que él y su turbulenta tripulación cruzaron la Puerta Dorada y embarcaron en el Hermana Peregrina con rumbo a las islas del norte, apenas registradas en los mapas, y a los brumosos misterios del mar de Behring.

* * *

La Costa de Alaska es muy prolongada y, por aquel entonces, hallábase casi inexplorada. Había allí innumerables bahías, caletas, centenares de escondidos refugios y millares de oscuros lugares sólo conocidos por los necesitados de escondrijo.

Con todo, los muchos contrabandistas que pululaban por allí habían de permanecer en constante alerta, porque las brigadas rusas de represión del comercio clandestino de pieles patrullaban de continuo, en barcos armados.

Cierto que, con la ayuda de los indígenas, era fácil para una nave veloz y bien patroneada, como el Hermana Peregrina, evitar el encuentro con los buques de propulsión a vapor de la escuadra rusa. La cual, empero, amenazaba con serios peligros, sobre todo en las inmediaciones de las Privilovs. Era imposible escapar de los vapores, si se acercaban, salvo a favor de una galerna; y burlarlos mediante diestras maniobras resultaba imposible, excepto en determinadas circunstancias.

Algunos contrabandistas, temerosos de correr semejantes riesgos, preferían el de saquear las naves de sus rivales. De manera que Jonathan Clark y sus hombres de Boston habían de llevar la vida de los centinelas de un campamento romano.

Al oeste de Yakutat, no lejos de la capital del Zar, el Hermana Peregrina avanzó lentamente hacia las Islas Aleutianas. En una factoría adquirió pieles conseguidas por los tramperos en invierno, pagándolas bien con los géneros que llevaba; en otro alquiló hombres para la caza de nutrias marinas y los llevó hacia los criaderos.

Cuando el tiempo lo permitía, los indígenas, en sus canoas de pieles, se acercaban a la nave, proponiendo contribuir a la tarea.

Con tiempo malo, Cuando el mar estallaba en espumosos torbellinos, dando contra las escarpadas costas de aquellas islas, los indios, con los hombres de Clark, patrullaban por las cercanías buscando caza.

Entre todos los animales terrestres y marinos no hay ninguno tan astuto, desconfiado y dotado de in increíbles capacidades de percepción como la nutría marina. Así, el atraparla requiere destreza, experiencia y osadía.

Las heladas galernas invernales se prolongan a veces largo tiempo, y durante interminables días las olas se estrellan, con monstruosa e incesante rabia, contra los arrecifes. En tales ocasiones las nutrias, hartas de combatir contra los elementos, acuden a tierra y se adormecen con la cabeza enterrada en la arena. Es entonces posible acercarse sigilosamente a ellas y matarlas a garrotazos, siempre que haya hombres capaces y dispuestos a afrontar los riesgos de tan remotos parajes. Porque esos peligros son de los mas difíciles de concebir.

Clark parecía complacerse arrostrando los peores albures. Conducía personalmente a los más recios de sus hombres a los arrecifes de las islas y a lo largo de sus helados bordes. Sin embargo, incluso tan azarosas expediciones solían resultar infructuosas.

Al regresar de una de aquellas expediciones, medio muerto de fatiga y con las manos vacías, Cottonmouth protestó :

—Bien está que te arriesgues yendo a cazar nutrias a palos, pero no debes poner en el mismo peligro las vidas de otros hombres blancos, sin necesidad.

—Eso no te importa —respondió Clark—. Yo me pongo en marcha y los demás me siguen.

—Porque les avergonzaría no acompañarte. Y por cierto que ya estás comenzando a hablar de que pongamos proa a Saanak.

—En Saanak y Cherniboor siempre se encuentran nutrias. Son los mejores criaderos de la costa.

—Y los más próximos a la cárcel también. Siempre están muy vigilados. Puesto que insistes en tirar de las barbas a los rusos, ¿por qué no desembarcas en la factoría del gobierno, en Kodiak? Y has de recordar, Jonathan, que nunca hasta ahora habías cazado nutrias a palos. /

—Y recuerda que tú tampoco, hasta ahora, habías osado criticar mis actos.

Más de una vez habían sobrevenido choques entre los dos hombres, porque Clark distaba mucho de ser el que había sido. Mostrábase sombrío, irritable y, con frecuencia, desagradable para todos. Pasaba horas enteras sin hablar a nadie. Cottonmouth toleraba tales extravagancias con paciencia insólita en un hombre que tenía, por su parte, un carácter sobradamente impulsivo.

Así, en aquella ocasión concreta, alegó:

—En el Libro de los Proverbios se lee: «Hijo, no alardees de no temer el castigo del Señor, ni seas insensible a sus correcciones».

El piloto hablaba sin ánimo alguno de molestar.

—Ya sé —añadió—, y los tripulantes no lo ignoran, que has pasado un mal rato. Pero ya sabes que a los marinos nos cuestan caras nuestras diversiones, y tú sacaste de lo que pusiste tanto como los que los demás sacaron de lo que pusieron. Ya habla la Biblia de los labios de miel de las mujeres. Y añade: «Apártate de la mujer y no vayas de noche a la puerta de su casa». Lo que yo interpreto en el sentido de que uno ha de olvidarse de las hembras y ser un hombre. No te será fácil olvidar, pero puedes conseguirlo.

Clark contestó, sin resentimiento alguno :

—Tú eres perro viejo, Cottonmouth. Siempre te he considerado un gruñón, un descreído, un rufián de cuerpo entero. Como yo. Mas ahora veo que tengo la especialidad de cometer errores a cada instante, como acabas de hacérmelo comprender. Eres un buen amigo, e ingrato sería yo si me ofendiesen tus amonestaciones. Gracias por el sermón. Acaso de ahora en adelante cambie nuestra suerte.

Y a la siguiente mañana el Hermana Peregrina levó anclas y puso proa al oeste.

* * *

Clark descubrió a Ogeechuk en el castillo de proa, inclinado sobre su abierto baúl marinero. Bajo el brillante sol el piloto tomaba el aire y se dedicaba a repasar sus escasas posesiones. Entre ellas Clark divisó un chal, varios pañuelos, cintas y joyuelas de bisutería barata. Entonces recordó que el buque se dirigía a la bahía de la Decepción, en cuyas costas tenía Ogeechuk su morada.