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»Me satisfaría infinitamente, Excelencia, que dentro de cincuenta años, por ejemplo, cualquier ciudadano de Sitka pudiera decir: “Aquí fue ahorcado Jonathan Clark. Era un rufián indigno, pero contribuyó a salvar las manadas de focas de las Pribilov”.

—¡Hum! ¿Cree que cabe hacer eso y obtener provecho? Siéntese. ¡Insisto en que se siente!

13

Clark temía que lo que iba a decir pudiera parecer ofensivo, pero no obstante, expuso francamente sus opiniones, esperando despertar el interés del general Vorachilov y con ello alguna ventaja para los suyos.

Principió recordando que ciertas islas de la costa de Siberia habían sido antaño tan ricas en criaderos de focas como las Pribilov, hasta que una codicia ilimitada había acabado extinguiendo los valiosos animales que frecuentaban aquellas zonas. De manera que las Pribilov se habían trocado en el único lugar del mundo donde podían «encontrarse pieles de foca de algún valor. Aquellos millones de pinnípedos constituían un manantial de grandes riquezas que, debidamente manejado, podía conservarse perennemente. Por desgracia, ya empezaba a agotarse. Estaba sucediendo lo mismo que sucediera en las demás islas.

Una vez repetida esa catástrofe, ya no cabría reparar el daño, porque la foca peletera sólo acude a criar en costas libremente elegidas por ella y en parajes cubiertos de bruma. De todas las islas septentrionales sólo las Pribilov ofrecían, a la sazón, condiciones gratas a las focas. De continuar las prácticas presentes pronto quedarían aquellas tierras exentas de toda población animal que no fuese la de las aves.

—Ya limitamos la matanza —dijo el general—, pero habiendo en acción hombres como usted, poco conseguimos.

Clark lo negó.

—Nuestras depredaciones ejercen poco efecto sobre los criaderos en sí. Además esas pérdidas, sean las que fueren, podrían atajarse con facilidad.

—¿Cómo?

Tras un instante de vacilación el americano repuso:

—-Vuestra Excelencia me ha dado buena tarea al permitirme extenderme en mi manía. Confío en que no se ofenda si le digo que los rusos tienen la culpa de las pérdidas que sufren. En cierto modo sus sistemas constituyen una invitación a hombres como yo. Ningún merodeador del mar osaría desembarcar en las Pribilov si los indígenas insulares se opusieran a ello y si los del continente no ayudaran a los que ejercen mi profesión.

—Los aleutianos no han sido nunca leales.

-—Para ello hay una razón, Excelencia. ¿Cree usted que traficarían con nosotros, gente extranjera, si recibiesen iguales consideraciones por parte de las brigadas peleteras del Zar? No. Esas gentes son sencillas y francas y se sentirían dispuestas a convertirse en leales súbditos si Rusia los reconociera como hijos. Pero han padecido cien años de cruel opresión y de ultrajes a manos de los cosacos. Además de lo cual sospecho que ha de rebasar sus facultades de gobernador tanto el salvar sus rebaños de focas como el obtener provecho de ellas. Ningún gobernador podría conseguirlo.

—¿Por qué no? Acaba usted de decir…

—Lo sé, señor. Pero la función del gobierno es gobernar y no comprar y vender. El Zar no es un mercader y sus funcionarios tampoco. Los provechos de las industrias sólo pueden conseguirlos personas tan expertas en ellas como ustedes en la administración de las leyes bajo las que han de vivir los comerciantes.

—¡Bah! ¿De manera que los criaderos de focas sólo podrán conservarse si se arriendan a tenderos y mercaderes, mucho más talentosos, sin duda, que Su Majestad?

Clark no quería dar a entender semejante cosa y se apresuró a decirlo así. Rusia no debía, en su opinión, hacer concesiones definitivas sobre los criaderos. Ello precipitaría su ruina más de prisa que nunca, y eso que la tal ruina era ya inminente. El gobierno imperial debía expedir leyes y reglamentos discreta y cuidadosamente meditados para evitar la matanza, y luego hacer arriendos temporales de Jos criaderos a las empresas privadas.

Seguramente podría encontrarse en Rusia un grupo de hombres de negocios que poseyeran previsión, experiencia y responsabilidad suficientes para encargarse de tal empresa y administrarla con la eficacia, economía y buen rendimiento característicos de los negocios privados. Rusia estaba consintiendo la destrucción de los rebaños de focas al mismo ritmo que América consentía la de sus búfalos. El búfalo había de desaparecer para dejar paso a la civilización, pero las focas no estaban en el mismo caso. Cabía conservarlas y cuidarlas con la misma diligencia y atención con que un granjero cuida sus vacas.

Sin dar tiempo a su interlocutor a que le interrumpiese, Clark siguió explicando las ventajas de su proyecto, que eran muchas.

La matanza indiscriminada de machos y hembras era criminal. Debiera virtualmente reducirse a Jos machos jóvenes, lo que permitiría la conservación de los rebaños. Ninguna hembra debía ser sacrificada. El procedimiento de matar las focas en la costa era costoso e imprevisor, ya que contribuía a depreciar la estima de las pieles buenas tanto como la de las mediocres. Sólo a principios de primavera debían organizarse cacerías. Las ventajas de esas y otras reformas fueron descritas por Clark concisamente, pero con la autoridad de quien sabe por experiencia lo que está diciendo.

—Dénseles escuelas, iglesias, casas habitables, buena nutrición y jornales decorosos. En ese caso no necesitarán ustedes mantener una armada, ni siquiera una guardia costera.

—Algo de verdad —confesó el gobernador— hay en lo de la conveniencia de limitar la matanza de focas. A pesar de nuestras ordenanzas cada año recogemos menos pieles y de calidad insegura.

—Situación, señor, que tenderá a empeorar. El proceder con miras a los intereses propios constituirá la mejor cura del mal.

Vorachilov movió la cabeza, dubitativo.

—Su plan es muy fantástico.

—Pues no creo —insistió Clark— que deba rechazarse a la ligera. Ahora ustedes no ganan nada. Fijen un precio a la concesión o concesiones parciales del monopolio, limiten la matanza y procuren mantener la buena calidad de las pieles. El mundo adquirirá pieles de foca de gran lujo, cuesten lo que cuesten, y la empresa privada ha de ganar con ello una cantidad satisfactoria, y el gobierno conseguirá sin duda lo suficiente para pagar los gastos de este país en su mayor parte.

—Temo que Su Majestad considere una impertinencia el pensar en quedarse solamente con parte de lo que le corresponde por entero. ¿Algo más sobre su plan?

El tono del general daba a entender claramente que las ideas de Clark no habían producido gran impresión.

—Cifras, pormenores… —repuso Clark—. Podría seguir hablando indefinidamente, pero ese es un bosquejo del proyecto. Poca cosa puedo ofrecer para salvar a mis hombres, pero por desgracia, es todo lo que tengo. Una vez más pido piedad, Excelencia, para mi tripulación. Para mí, nada pido.

Levantose y esperó.

—Procuraré darle mejor alojamiento —prometió e1 generaclass="underline"

Al regresar del castillo Clark tenía la certeza de haber producido una impresión muy pobre. Vorachilov carecía de visión e imaginación. No era extraño que semejante cabezota viviera en un barracón de troncos. ¡Bah! ¡Al infierno con él y con sus rebaños de focas!

Notando que le conducían a otras barracas distintas, Clark protestó vivamente y dijo a sus escoltas que prefería quedarse con sus hombres. Sólo le respondieron con un encogimiento de hombros y con un torrente de inteligibles palabras rusas.

El nuevo lugar de confinamiento de Clark no difería mucho del otro, salvo en que estaba limpio y algo mejor amueblado. Evidentemente se había previsto la ocupación de aquel aposento, porque había en él ropas limpias y un barbero lo esperaba para afeitarle y cortarle el cabello.