Clark se preguntó si aquello no implicaría un significado siniestro. Si la costumbre del país consistía en ejecutar en público a los merodeadores de pieles, convenía presentarlos lo mejor posible.
Poco después un mozo mestizo, envuelto en un impermeable, le llevó una comida espléndida. Clark pensó que también ésa era una costumbre que se aplicaba a los que estaban en capilla.
¿Comió con apetito, se acostó pronto y durmió hasta que por la mañana el guardián abrió la puerta para dar paso al muchacho, esta vez con el desayuno.
Aquel día y el siguiente transcurrieron sin novedad. Ni los guardianes ni el joven camarero hablaban una palabra de inglés, lo que impedía a Clark intentar comunicarse con Cottonmouth. Su irritación crecía de hora en hora, y aquel aislamiento le resultaba tanto más enojoso cuanto que le hacía pensar en Marina con más frecuencia que nunca.
Se preguntó si tendría noticias de ella. Probablemente no. Ella había tenido un capricho en San Francisco y aquel capítulo de sus aventuras se había cerrado. No obstante, ella debía encontrar la situación algo embarazosa. Sin duda a su manera, la manera leve propia de una persona de elevada educación, se sentía disgustada. Incluso cabía que ella hubiera influido en la mitigación de las molestias de la situación de Clark.
Marina podía hablar a su tío diciéndole: «Recuerda que ese hombre me llevó a comer y al teatro. Se comportó muy correctamente. Es casi un caballero. No me agradaría que lo ahorcases… Podrías condenarlo a otra cosa. ¿Prisión perpetua? ¿Siberia? ¡Ah, magnífico! Siempre ha de tenerse un poco de compasión, ¿verdad?»
La mente del joven se encontraba sumida en deprimentes pensamientos de semejante clase cuando el muchacho mestizo le trajo la cena. Cerrose la puerta, se corrió el cerrojo y Clark oyó pronunciar su nombre.
—Jonathan…
Clark se levantó de un salto. En el rostro del muchacho brillaban los ojos de Marina.
Cayó hacia atrás la capucha del impermeable, dejando al descubierto una mata de suave cabello negro, de tan finos pelillos que formaban en torno a la cabeza de la mujer como una aureola de humo.
Clark sintió el impulso de gritar, de asir a la joven en sus brazos y cubrirla de besos. Pero se reprimió.
—¿No es esto una imprudencia? —murmuró con voz ronca.
—¡Oh, Jonathan! —respondió ella con un tono que respondía de sobra a las íntimas preguntas que tanto le habían torturado a Clark últimamente.
La mente de Clark quedó libre de dudas y aprensiones. Una abrumadora emoción lo poseyó, cortándole la palabra. Un momento después los brazos de la joven enlazaban su cuello. Los labios de los dos se unieron en un apretado beso.
Pasó algún tiempo antes de que ninguno de ellos recobrase la compostura suficiente para hablar con coherencia o seguir un pensamiento concertado. Finalmente Clark se enteró de que Marina había arreglado aquella entrevista merced a los buenos oficios de Piotr Suchaldin, que tenía amigos entre la tropa. Uno de ellos estaba de guardia y Piotr ocupó su puesto. Pero la muchacha no podría permitirse el lujo de_permanecer allí largo rato. Acaso otro día pudiera llegar a una hora más tardía, lo que disminuiría el peligro.de que los descubriesen. Por desgracia, los días eran tan interminables ahora, que casi nunca sobrevenía la oscuridad completa. Aquella noche la había favorecido la niebla, pero Marina no osaría repetir muy a menudo la aventura. Había demasiadas personas por los alrededores.
—¿Tienes idea del tiempo que voy a permanecer aquí? —preguntó Clark.
—No lo sé…
Marina se oprimió estrechamente contra el marino. Su voz se quebró.
—El tío Iván no quiere decirme nada —manifestó—. Siempre que le menciono el asunto, se encoleriza. ¡Ay, Jonathan! Hace meses que venía temiendo esto.
—Pero no te disgustes —la consoló—; peor podían estar las cosas. Hace una hora todo me tenía sin cuidado, pero ahora la vida me parece apetecible.
—Ya te explicaré por qué partí de San Francisco como lo hice…
—¿Qué importa eso ahora?
—Espera. No quiero que pienses mal de mí, sino que te hagas cargo de las cosas.
Y Marina explicó la impresión que había sufrido al llegar al hotel por la noche y encontrar a Nickolaivitch y sus oficiales esperándola. Se habían hecho preparativos para partir inmediatamente, pero la joven quiso negarse, provocando la general consternación. Ella y su prima Ana tuvieron una disputa. Los demás intervinieron. Era terrible. Tantos contra una…
Y luego la revelación de la identidad de Clark.
Marina había caído en una crisis nerviosa que Ana alivió haciéndole beber una poción sedativa que ella usaba. Pero esa vez no debía ser tan ligera, porque Marina recordaba muy poca cosa después. Sólo el traqueteo de un carruaje, las luces, los muelles, el buque… Y tras esto había pasado varios días seguidos muy enferma.
Clark le explicó a su vez su congoja de aquella noche y la decisión que había tomado.
—No me importaba —añadió— lo que los demás pensasen, pero creí que el que yo continuase mi guerra privada contra el Zar no alteraría nada tus sentimientos.
Respondiendo a la presión de sus brazos, Clark besó apasionadamente a Marina.
-—Cuando supe que te habías ido —prosiguió— no supe qué pensar. Durante largo rato me fue imposible coordinar claramente mis pensamientos. Me entregué a una vida muy desordenada. Al fin zarpé. Y por eso estoy aquí. No me preocupaba mucho de lo que pudiera acontecerme cuando me hice a la mar con rumbo al Norte.
—Oí lo que dijiste al tío Iván. Me había escondido detrás de la puerta.
—No sabrá que nos queremos.
—¿Mi tío? Lo sabe todo.
—¡Dios mío! —exclamó Clark.
La muchacha escondió su rostro en el hombro del marino. Intensos temblores recorrían su cuerpo.
—No hablemos de mi tío ni de nada, no siendo de nosotros —imploró Marina—. Me basta oír tu voz y sentir tus brazos en torno a mi cuerpo. Pensé volver a San Francisco, pero tampoco habría podido hacerlo a tiempo de encontrarte.
—¿Pensaste eso realmente?
—Sí.
El éxtasis de aquel momento era tan completo que ninguno osaba interrumpirlo, ni revelar sus zozobras.
Cada uno de ellos comprendía claramente los sentimientos del otro, pero le faltaba valor para expresar los propios. Tiempo tendrían después, cuando hubiesen reprimido mejor sus emociones.
Dijérase que acababan de empezar a hablar cuando giró la llave en la puerta y sonó la voz amonestadora de Piotr Suchaldin, anunciando a Marina que había llegado la hora de marchar.
—Vendré en cuanto pueda —prometió ella— y entonces pensaremos lo que conviene hacer.
La separación fue tan dolorosa como aquel día de San Francisco. Constituyó una suerte para ambos el que la segunda advertencia de Piotr fuera imperativa. Cuando la muchacha separó finalmente sus labios de los de su amado y la puerta se cerró tras ella, Clark trató de organizar sus pensamientos.
Ahora comprendía por qué el general le había hecho llamar. No se trataba sólo de obtener informes, sino de satisfacer su curiosidad y comprobar qué clase de individuo había conquistado el afecto de su sobrina. La había consentido que escuchase la conversación, cierto, pero eso, ¿qué significaba? Nada. Tanto como el fingido interés de Vorachilov por la explotación peletera de las islas Pribilov.
Mas ¿y si el gobernador sintiese auténtico interés? En todo caso, ¿cómo lograría Clark librarse de la trampa en que había caído? ¿Y cuándo? Ya no estaba enamorado de una muchacha rusa vulgar, sino de. una personalidad importante. ¿Matrimonio? La idea parecía absurda, rayana en lo fantástico.
Absorto en sus pensamientos, Clark paseaba maquinalmente por la habitación.