Выбрать главу

Cuando Marina entró en el aposento y mostró los destrozos de sus galas, las dos mujeres prorrumpieron en protestas.

—¡Oh, señora! —exclamó Lily.

Se arrodilló y alzó el ribete de la falda de Marina. Casi llorando, murmuró :

—¡Un vestido tan bonito! ¡Con lo bien que le sentaba!

La señora Selanova concordó con ira:

—Los hombres se comportan en San Petersburgo como verdaderos vándalos. Danzan como osos. Gentes así no debieran ser toleradas en un país civilizado.

Marina, sonriendo ligeramente, se apartó del espejo al que se miraba.

—¿Ni siquiera proceden así en Norteamérica? —sugirió.

—¡Ni siquiera en Siberia! Los hombres de las tribus mongólicas son más considerados con sus mujeres que nuestros elegantes caballeros con sus damas.

— ¡Si vierais el salón de baile! —comentó Marina. —Está cubierto de andrajos.

—Sí, y las mujeres sólo protestan por puro compromiso. Les gusta mucho enseñar las carnes siempre que tengan bellas las piernas. ¿No reparaste en aquella condesa pelirroja? Un oficial borracho le rasgó deliberadamente la cola con las espuelas y, tirando de la tela, no paró hasta abrir el vestido hasta la cintura. Poco le faltó a la buena mujer para enseñar las nalgas. Y sin embargo ella se mostró muy satisfecha.

Mientras Marina empezaba a desvestirse y quitarse las joyas, observó:

—La recepción ha constituido un gran éxito, ¿no os parece? Y ello, gracias a ti.

—¿Gracias a mí? —repitió su prima—. El mérito es tuyo, hija, y supongo que él lo reconocerá así.

E hizo un signo con la cabeza en dirección a las contiguas estancias. Desde el casamiento de Marina, la Selanova nunca se refería al príncipe Semyon sino como «él».

—Lo reconoce —repuso Marina—, y además da demasiada importancia a mi corta contribución al éxito.

—¡Imposible! Ningún hombre es capaz de dar su debido valor a lo que significa organizar una cosa como ésta, que requiere tacto, estrategia y buen juicio. Bien sabes tú la tarea que exige contratar y adiestrar una servidumbre numerosa para una mansión de este género. No hay una sola mujer entre mil capaz de hacer lo que has hecho tú.

—Formaba parte de mi compromiso —dijo Marina. —Y además es cosa que haría feliz a cualquier recién casada. Pero…

Agitó su negra cabellera y suspiró.

—¿Entraba en tu compromiso recibir de una sola vez a todo San Petersburgo?

—Los empleos diplomáticos recaen en los que gozan de más prestigio social.

—Sí, y el prestigio puede conseguirlo cualquier tipo con la cabeza ligera, que tenga la suerte de contar con una mujer rica. ¿Sabes que él está gastando su dinero como agua?

Lily acabó de separar unos de otros los jirones que pendían del arruinado vestido. Marina lo dejó caer al suelo y apareció en una nube de ropas interiores, que la envolvían como blancas espumas. La doncella desapareció en el contiguo guardarropa. La señora Selanova continuó con temblorosa voz:

—Hiciste un trato monstruoso. Me parte el corazón verte llorar.

—Pues piensa que mis lágrimas no se enjugarán nunca. Sin cesar fluyen y fluyen en más abundancia. Acaso ello se deba a los muchos sueños que concebí en Sitka. La mayoría de ellos versaban en torno a una nueva vida y un nuevo hogar mucho más bellos que éstos.

—¿Más bellos que éstos? —exclamó, incrédula, la señora Selanova.

—Mi sueño era mejor, sí… Quería habitar en el bosque, en una casa de troncos. Y ahora —y Marina sonrió, dolorida— todo lo que tengo es un palacio junto al Neva y treinta servidores de librea. Para una muchacha sedienta de amor, ¿verdad que se trata de una pérdida considerable?

Las mujeres seguían hablando cuando las interrumpió un golpe en la puerta. En el umbral del cuarto contiguo apareció el príncipe. Vestía una larga bata a la francesa y unas zapatillas de tafilete.

—Ya debía yo contar con encontrar al alto mando en conferencia —comentó jovialmente—. ¿Puedo pasar? —Viendo levantarse a la señora Selanova añadió, presuroso—: No se vaya, Ana, sin recibir mis plácemes y agradecimiento por todo lo que ha hecho usted en nuestro favor. Su experiencia, su conocimiento del manejo de una casa, su buen gusto se han hecho patentes hoy en un centenar de sentidos. Estoy segura de que Marina aprecia su ayuda tan sinceramente como yo. Vamos a necesitarla constantemente de ahora en adelante. Mi mujer y yo uniremos nuestros esfuerzos para hacerle la vida tan agradable con nosotros, que nunca tenga motivos de querer dejarnos.

Y se inclinó. Ana Selanova, sorprendida ante la aparente sinceridad del príncipe, le correspondió con unas cuantas palabras de apagadas gracias. Cuando ella y Lily hubieron salido, Marina dijo a su esposo:

-—Has estado muy oportuno, Semyon. Ello facilitará las cosas.

—La diplomacia bien entendida empieza por el hogar —dijo él con una sonrisa—. Me interesa amenguar un tanto la antipatía que Ana siente hacia mí.

—Qué cosas tienes! A Ana no le eres antipático.

—Sí, sí que lo soy. Siempre he notado su resentimiento y su desaprobación, pero en verdad hay muchas gentes que me miran con desagrado. La verdad es que también Ana me era antipática, como los Suchaldin y Lily. Sus aires de propietarios (porque se diría que les pertenecías a ellos más que a mí) me parecían presuntuosos. Su misma presencia a nuestro lado después de casarnos, cuando yo contaba tenerte sola conmigo, me ofendía mucho. Pero luego descubrí que todo se debía a tu capacidad para suscitar un afecto desinteresado entre cuantos te rodean. Al principio no comprendía el cariño casi feroz que te dedicaban. Mas ahora me hago cargo de todo. Creo haber ahondado hasta lo más íntimo de tu carácter, pero nuestro interminable viaje de regreso me enseñó que te había apreciado en mucho menos de lo que vales.

—¡Muy galante!

—Debías haber oído los cumplidos que te dedicaban todos esta noche —dijo él animadamente—. ¡Elogios suficientes para trastornar la cabeza de cualquier mujer!

—Mi cabeza no la trastornan las lisonjas, Semyon.

—Pero eran lisonjas sinceras, tributos espontáneos, querida. Te has mostrado la más encantadora, ecuánime y graciosa dueña de casa de San Petersburgo. Todos comentaban lo mismo, y también que estás más hermosa que nunca. Puedes imaginarte mi satisfacción. Soy un hombre afortunado.

—Te prometí darte plenamente todo lo que pudiera —le recordó Marina—-. Mis capacidades, mis…

Petrovsky sonrió, radiante.

—Sí, y las has puesto rápidamente en uso. Francamente yo tenía ciertos temores acerca de la forma en que iban a recibirse aquí ciertas decisiones mías en la frontera. Temía que no consiguiesen la debida aprobación.

—Se lo expliqué todo a la Gran Duquesa inmediatamente después de nuestra llegada. Y ella me aprecia y Su Majestad sigue sus consejos.

—Exactamente. Además, el Zar confía implícitamente en tu sinceridad, honradez y buen juicio. Yo gozo de bastante predicamento en la Corte, pero la real familia se ha tomado interés personal en ti y en tus ambiciones. Me parece que te aprecian tanto como Ana. Espero que hagas comprender a los soberanos que tenemos los ojos puestos en sitios como Berlín, París o Londres, y no en alguna capital como Madrid o Copenhague.

—Haré lo que deseas.

—¿No te agrada, como a mí, buscar un buen puesto? ¿Te es indiferente adonde vayamos?

—No me importa mucho.

—Lo deploro. Creí que ibas a interesarte sinceramente por mi carrera.

—Y me intereso, Semyon. De antemano me comprometí a ayudarte en tu carrera cuanto pudiese. Ese trato hicimos, y…

—No hablemos de nuestra unión como de un trato —interrumpió el príncipe—. Ello ataca mi puntillo de honor, cualidad que es lo único que me distingue de un hombre ordinario.

—Quería decir —prosiguió Marina— que la vida en una ciudad viene a ser lo mismo que la vida en otra. Doquiera que estemos procuraré desempeñar lo más graciosamente posible la parte que me corresponde en nuestras obligaciones sociales.