Robert Silverberg
El mundo interior
Nacimos para unirnos a nuestros semejantes y para
vivir en comunidad con la raza humana.
De entre todos los animales, el hombre es quien menos
puede vivir en manada. Si fuera hacinado como lo son las
ovejas, perecería en poco tiempo. El aliento del hombre
es fatal para sus semejantes.
Para Ejler Jakobsson
CAPÍTULO PRIMERO
Está comenzando un feliz día en 2381. El sol matutino se halla ya lo suficientemente alto como para iluminar las cincuenta últimas plantas de la Monada Urbana 116. Muy pronto toda la fachada oriental del edificio brillará como la superficie del mar al amanecer. La ventana de Charles Mattern, activada por los fotones de los primeros rayos, se desopacifica. Mattern se gira. Dios bendiga, piensa. Su esposa bosteza y se despereza. Sus cuatro hijos, que se hallan despiertos desde hace horas, pueden iniciar ya oficialmente su día. Se levantan y empiezan a girar por el dormitorio, cantando:
Se precipitan a la plataforma de descanso de sus padres. Mattern se levanta y los abraza. Indra tiene ocho años, Sandor siete, Marx cinco, Cleo tres. La secreta vergüenza de Charles Mattern es que su familia sea tan pequeña. ¿Puede realmente un hombre con sólo cuatro hijos decir que reverencia la vida? Pero el seno de Principessa no dará más flores. Los doctores han declarado que no volverá a dar a luz. A los veintisiete años, es estéril. Mattern piensa en tomar una segunda esposa. Le gustaría oír de nuevo el balbuceo de un recién nacido; y de todos modos un hombre debe cumplir ante dios.
—Papi —dice Sandor—, Siegmund aún está aquí.
El niño señala con el dedo. Mattern mira. Al lado de Principessa, en la plataforma de descanso, acurrucado junto al pedal de inflado, duerme Siegmund Kluver, de catorce años, que entró en casa de los Mattern algunas horas después de medianoche para ejercer su derecho. A Siegmund le gustan las mujeres de más edad que él. En los últimos meses ha adquirido una cierta notoriedad. Ahora está roncando: descansa tras un buen trabajo. Mattern lo sacude.
—¿Siegmund? ¡Siegmund, ya es de día!
El joven abre los ojos. Sonríe a Mattern, se sienta, toma su bata. Es atractivo. Vive en la planta 787, y tiene ya un hijo y otro en camino.
—Perdón —dice Siegmund—. Me he dormido. Principessa me ha agotado verdaderamente. ¡Es una salvaje!
—Sí, es muy apasionada —admite Mattern. También lo es la esposa de Siegmund, Mamelón, por lo que ha oído de ella. Cuando sea un poco mayor y más experimentada, Mattern planea comprobarlo. La próxima primavera quizá.
Siegmund mete su cabeza bajo la ducha molecular. Mientras tanto, Principessa ha retirado la cama. Con una breve inclinación de cabeza hacia su esposo, pulsa el pedal y la plataforma se deshincha rápidamente. Empieza a programar el desayuno. Indra, con su delicada, casi diáfana manita, conecta la pantalla. Las paredes brillan con luz y color.
—Buenos días —dice una cálida voz—. La temperatura exterior, por si le interesa a alguien, es de 28°. La población de hoy de la Monurb 116 es de 881.115, con + 102 con respecto a ayer y + 14.187 con respecto al principio de año. ¡Dios bendiga, pero nos estamos quedando atrás! A nuestro lado, en la Monurb 117, han tenido un aumento de 131 con respecto ayer, incluyendo cuatrillizos para la señora Hula Jabotinsky. Tiene dieciocho años y siete hijos previos. Una auténtica sierva de dios, ¿no creéis? Son las 0620. Dentro de exactamente cuarenta minutos, la Monurb 116 se verá honrada con la presencia de Nicanor Gortman, el visitante sociocomputador de Infierno, al que podrías reconocer por su extraño y distintivo atuendo púrpura y ultravioleta. El doctor Gortman será invitado de los Charles Mattern de la planta 799. Por supuesto, todos nosotros le trataremos con la misma amistosa atención que nos dispensamos mutuamente. ¡Dios bendiga a Nicanor Gortman! He aquí ahora las noticias relativas a los niveles inferiores de la Monurb 116…
—¿Oís eso, chicos? —dice Principessa—. Vamos a tener un huésped y tendremos que ser amistosamente atentos con él. Vamos a la mesa.
Una vez lavado, vestido y desayunado, Charles Mattern se dirige al área de aterrizaje, en la planta mil, para reunirse con Nicanor Gortman. Mientras asciende a través del edificio hacia su cima, Mattern cruza las plantas donde viven sus hermanos y hermanas y sus familias. Tres hermanos, tres hermanas. Cuatro más jóvenes que él, dos mayores. Todos ellos se han situado. Otro de sus hermanos, desgraciadamente, murió joven, Jeffrey. Mattern piensa raramente en Jeffrey. Ahora está atravesando las plantas que forman Louisville, el sector administrativo. Dentro de un momento se reunirá con su huésped. Gortman ha realizado un viaje por los trópicos y ahora acude a visitar una monada urbana típica de zona templada. Para Mattern es un honor haber sido nombrado anfitrión oficial. Sale a la plataforma de aterrizaje, que es la auténtica cúspide de la Monurb 116. Unos campos de fuerza la protegen de los aullantes vientos que barren la alta estructura. Mira hacia su izquierda y ve la fachada occidental de la Monada Urbana 115 sumida en las sombras. A su derecha, las ventanas orientales de la Monurb 117 centellean. Bendita sea la señora Hula Jabotinsky y sus once pequeños, piensa Mattern. Puede ver otras monurbs ante él, alineadas en largas filas, lejos y lejos hasta el horizonte, torres de hormigón súper tensado de tres kilómetros de alto, estilizadas agujas, todas ellas idénticas. Es una visión reconfortante. Dios bendiga, piensa. ¡Dios bendiga, dios bendiga, dios bendiga, dios bendiga!
Oye un alegre zumbido de rotores. Una nave rápida está aterrizando. Un hombre alto y robusto, vestido con ropas cuyos colores se hallan en la parte alta del espectro, desciende de ella. Es sin lugar a dudas el visitante sociocomputador de Infierno.
—¿Nicanor Gortman? —pregunta Mattern.
—Dios bendiga. ¿Charles Mattern?
—Dios bendiga, sí. Venga.
Infierno es una de las once ciudades de Venus, que los hombres han remodelado a su conveniencia. Gortman nunca había venido antes a la Tierra. Habla lentamente, sin entonación, con una peculiar uniformidad en la voz; su inflexión le recuerda a Mattern el modo de hablar de los habitantes de la Monurb 84, que visitó en una ocasión en un viaje organizado. Ha leído algunos trabajos de Gortman: sólidos, fírmemente razonados.
—Particularmente me gustó «Dinámica de la Ética Cinegética» — dice Mattern mientras entran en el descensor—. Notable. Una revelación.
—¿Lo cree realmente así? —pregunta Gortman, halagado.
—Por supuesto. Intento seguir los mejores periódicos venusianos. Es fascinante conocer las costumbres extranjeras. La caza de animales salvajes, por ejemplo.
—¿Acaso no tiene esto en la Tierra?
—Dios bendiga, no —dice Mattern—. ¡No podríamos tolerarlo! Pero me gusta tener nuevas impresiones sobre distintos modos de vida.
—¿Mis ensayos son, pues, literatura escapista para usted? —pregunta Gortman.
—Mattern le mira de una forma extraña.
—No comprendo a qué se refiere.
—Literatura de evasión. Lo que uno lee para hacer más llevadera su vida sobre la Tierra.